Dos matrimonios con chicos se animan a un trekking en Chiang Mai que termina de manera inesperada, pero gratificante

Viaje familiar: de Chascomús a las montañas de Tailandia

El siguiente relato fue enviado a lanacion.com por nuestra vecina María Inés Braceras, compartiendo la experiencia de un viaje familiar inolvidable, en la sección del matutino porteño que invita contar lo vivido en vacaciones enviando textos y fotos a LNturismo@lanacion.com.ar.
El viaje
“Salimos un martes 13, desafiando la superstición, rumbo a la tierra de los elefantes: Tailandia, Laos, Camboya y Vietnam. Éramos dos familias argentinas de Chascomús, cada una con dos hijos (10,11,12 y 15 años), listos para la aventura.
Después de unas muchas horas de viaje y escalas en Houston y Tokio, llegamos a Bangkok, la ciudad de los grandes contrastes. En un mismo día, admiramos templos milenarios y trenes futuristas, rascacielos supermodernos y barrios muy pobres llenos de olores junto a shoppings con la última tecnología.
¿Un destino raro para viajar con chicos? Con mi marido somos viajeros por naturaleza y es algo con lo que nuestros hijos crecieron. Así que cuando les propusimos unas vacaciones en Asia no les pareció una locura, más bien exclamaron ¡al fin!
A la otra familia, la del hermano de mi marido, sí le resultó una idea loca, pero de todos modos se jugaron y confiaron en nuestra experiencia. Pensaron que si no se sumaban ahora, jamás conocerían Asia.
Rumbo a Chiang Mai
Luego de varios días, cargamos las mochilas al hombro y tomamos un tren nocturno hacia el norte de Tailandia, a Chiang Mai. Dedicamos un día entero a descubrir esta ciudad antigua con muchos templos y mercados. Pero el objetivo eran las montañas de la región, así que contratamos un trekking de dos días/una noche.
Sabíamos que la excursión sería dura por el calor, la elevación, el cambio de alimentación. Aunque entonces creíamos estar listos, hoy vemos claro que estábamos lejos de eso: al término de la primera jornada, los músculos nos dolían como nunca. De todas formas, el esfuerzo iba acompañado de un entorno increíble y por las historias que nos contaban los dos guías lugareños.
Llegamos a lo que sería nuestro refugio por la noche, un lugar precario, construido con cañas, sin puertas, con unos sencillos catres protegidos por mosquiteros. Todo muy básico, pero ordenado y limpio.
Aún en estado de admiración plena, cuando creíamos que el primer día de trekking en las montañas de Chiang Mai ya no podía sorprendernos con nada más, se nos acercó una mujer sonriente. Nos ofreció un masaje y recibió un por supuesto, sí, quiero, de las dos damas del equipo
No sería un masaje thai cualquiera, de los que habíamos visto por doquier en Bangkok. No, sabíamos que esto sería distinto, pero no imaginábamos hasta qué punto.
Apareció entonces una segunda sonrisa con manos, aunque mucho mayor, evidentemente con unas cuantas historias de monzones vividos. Rogué que me tocara la sonrisa menos adulta.No sé por qué. Pero una vez más Dios puso su delicado dedo y se encargó de sentar a las manos con más arrugas de mi lado. Dama prejuiciosa, aquí tienes.
Un masaje espiritual
Puse mis ojos en off, no sin antes ser consciente de que estaba tirada boca abajo sobre una esterilla; la esterilla reposada sobre un deck de cañas de bambú y las cañas rodeadas 360º por montañas cubiertas de ese verde Chiang Mai salpicado por pequeñas aldeas de tribus animistas. Mis oídos recibían los sonidos de la fauna del lugar. También la leve brisa que ponía a bailar unas latitas colgadas intencionalmente del deck.
Las sonrientes manos comenzaron a dialogar entre sí. ¿Cuál sería el tema tratado por estas dos mujeres? Seguramente no hablaban de compras, liftings, siliconas, liquidaciones, heladeras de doble puerta… Mi atención pasó al olfato. En la cocina del refugio ardía madera de incienso con la que después se prepararía nuestra cena.
A esta altura, sobre mi cuerpo había ya cuatro manos. Nunca supe de dónde ni cuándo ni cómo se dio esa situación. Pero al abrir los ojos, después de unos sesenta intensos minutos, aquella sonrisa con manos bien adultas no era, después de todo mi proceso de reflexiones, la opción menos deseable, en absoluto.
El trekking terminó al día siguiente. Nos despedimos de las montañas del norte con las piernas cansadas, pero el alma colmada de felicidad. Dejamos Chiang Mai atrás rumbo a la próxima aventura: en la frontera con Laos nos subiríamos a un lanchón rústico que nos llevaría durante días por el misterioso río Mekong”.

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