El corazón helado de Cristina Kirchner, Mauricio Macri y Elisa Carrió

Son tres de los dirigentes políticos que marcaron la historia de los últimos veinte

Desde hace algunos años, cuando una persona quiere informarse rápidamente, sobre alguien más o menos conocido recurre a un mecanismo sencillo: lo o la googlea. En décimas de segundos, Google ofrecerá un acceso al sitio Wikipedia, donde las biografías son adornadas y corregidas de manera más bien anárquica: casi nadie se salva de leer allí cosas que no le gustan sobre sí mismo. Por ejemplo, en la de Mauricio Macri figuran los siguientes ítems: “Panamá Papers, Causa por el soterramiento del Sarmiento, Causa Correo Argentino, Causa acuerdo con los holdouts, Caso Avianca, Causa por Memorandum con Qatar, Imputación por acuerdo con el FMI, Causa por supuesta extorsión a Daniel Vila, Causa de los peajes I, Causa de los peajes II, Imputación por presunta extorsión a Cristóbal López y Fabián de Sousa, Causa de los Parques Eólicos, Aumento de Patrimonio y Paraísos Fiscales”. La enumeración concluye con un apartado que lleva un nombre curioso: “Macri Gato”.
Las redes sociales han amplificado hasta el infinito algo que ya sucedía en los medios de comunicación tradicionales, donde mucho antes de Internet, se hablaba de políticos, deportistas o artistas famosos, y muchas veces se hablaba muy mal. Son las reglas. Quien quiere fama o poder, recibe allí mucho cariño pero, también, lamentablemente, cierto maltrato. Les sucede a personalidades tan variadas como Nicole Neumann, Diego Maradona, Alberto Fernández, Diego Leuco o Patricia Bullrich, por poner algunos ejemplos recientes. Envenenarse solo empeora las cosas. Por eso, la mayoría de las personas optan por convivir con ese fenómeno molesto, ignorarlo por intentar al menos que no los desequilibre.
Cristina Kirchner no ha logrado superar esa trampa difícil. Ladrona de la Argentina, la expresión que algunas personas le endosaban y que por repetición Google añadía a veces a su nombre, es un insulto desagradable, aunque tal vez no sea el peor de los que circulan en las redes. Pero su decisión de demandar al popular buscador –algo que casi nadie hace por algo tan común allí como un insulto— es una demostración más de que su sensibilidad extrema ante el escarnio público, sus reacciones desmesuradas frente a esa prerrogativa desagradable de la libertad ajena, sigue ahí, en carne viva, en el centro de sus obsesiones.
En cualquier otro momento, su reacción permitiría extraer conclusiones interesantes sobre la repetición de esa conducta y todo lo que ella revela sobre quien es, tal vez, la personalidad política más relevante de la Argentina. Pero en esta coyuntura hay un elemento extra que descubre un orden de prioridades estremecedor: su bronca contra Google se expresó en una de las peores semanas de la historia argentina, cuando la sociedad debió despedir a 800 argentinos que murieron, víctimas de una pandemia implacable, y cuando esa misma sociedad convive con la angustiosa espera de que esos números horribles crezcan exponencialmente. Mientras la muerte se instala en el país, Cristina está dolida por algo que le ocurre en Google.
No se trata de un hecho aislado. Cristina Kirchner nunca acompañó a Alberto Fernández en los anuncios hechos durante la cuarentena. De todo lo que se dijo en las conferencias de Fernández, Horacio Rodríguez Larreta y Axel Kicillof, Cristina apenas destacó… ¡el fragmento donde Kicillof acusaba a Clarín de titular mal! No participó de una sola campaña de prevención. Cuando todo el mundo estaba encerrado en sus casas, fue y vino de Cuba para buscar a su hija Florencia, utilizando un privilegio vedado al común de los argentinos.
Su agenda continuó como si nada: amenazas a la Corte, rencillas con senadores, enojos por reuniones del Presidente con empresarios que no le gustaban, denuncias contra Rodríguez Larreta, impulso a causas judiciales donde se detenían personas sin condena previa y así. Sus reacciones frente al sufrimiento de los demás son muy parecidas a las que tuvo frente a las tragedias de Cromañón o de Once, o aquel día trágico de la represión policial en Tucumán. La muerte de los otros, una vez más, no parece incluida en su agenda.
La conducta de Cristina, entonces, no es nueva, pero tampoco exclusiva de ella. En la misma semana, Mauricio Macri, quien probablemente sea la segunda personalidad política de la Argentina, al menos hasta diciembre del año pasado, paseaba por París con su familia. Es el segundo viaje del ex Presidente en medio de la pandemia. En el primero fue a Paraguay, donde se abrazó públicamente con su polémico anfitrión, que no llevaba barbijo. En ninguno de los dos casos el ex Presidente se molestó en explicar cuál era la urgencia de trasladarse personalmente a Paraguay o a Europa, cuando el resto de los argentinos ni siquiera sabe si podrá veranear en la Costa.
La conducta de los líderes, como Macri o Cristina, establece ejemplos, parámetros a imitar, al menos, por parte de sus seguidores. En ese sentido, ¿qué sentirán una intensivista del Fernández, un ambulanciero de José C. Paz o la periodista Lula Gonzalez, que la semana pasada se despidió de su abuelo con una conmovedora nota publicada en Infobae, cuando ven la paz del viaje en Primera Clase de la familia Macri o las selfies sin barbijo en las hermosas calles de París? ¿Cuánta empatía por su dolor o su angustia, cuánto cobijo, reparo, humanidad, recibirán de la conducta de quienes pretenden ser sus líderes?
A excepción de un par de tuits en el lejano mes de marzo, Macri tampoco participó de ninguna campaña de prevención. Al contrario, el 9 de julio, cuando los números empezaban a subir fuerte, se produjo un banderazo opositor, donde algunas miles de personas agitaron banderas alrededor del obelisco, mezcladas entre sí, sin demasiado cuidado por las medidas de prevención repetidas hasta el hartazgo. Era ciertamente peligroso. En el momento en que ocurría eso, Macri subía a sus redes una imagen similar: argentinos felices, agitando banderitas, sin barbijo.
“El populismo es más peligroso que el coronavirus”, opinó en los comienzos de la pandemia. Luego firmó un comunicado donde distintas figuras del mundo conservador advertían contra la utilización de la situación de pandemia para construir regímenes autoritarios: en ese texto se señalaba con preocupación a la Argentina de Fernández y a la España de Pedro Sánchez, pero se omitía al Brasil de Jair Bolsonaro o los Estados Unidos de Donald Trump.
El silencio de Macri en todo este período tan duro se debe a un estilo personal, pero también a una convicción. Todos los dirigentes del PRO conocen sus discrepancias con las decisiones que tomaron Alberto Fernández y Horacio Rodríguez Larreta desde marzo. En privado, son muchos los que lo escucharon defender la mirada original de Boris Johnson, que llevó al Reino Unido a transformarse en el país de Europa con más fallecidos. Mientras Rodríguez Larreta y Fernán Quirós se desesperaban por organizar un operativo sanitario monstruoso y convencer a la sociedad de cuidarse, Macri alentaba entre los dirigentes del PRO un mensaje alternativo y rebelde, que se pudo percibir en algunas declaraciones de Patricia Bullrich, su ex ministra de Seguridad.
A esos gestos desaprensivos, en la misma semana, Elisa Carrió y la Coalición Cívica denunciaron que la prohibición de realizar reuniones privadas constituye un “estado de sitio de hecho” y que “es un delito de infames traidores a la Patria”. Carrió también sigue con la agenda prepandemia: para ella los Fernández son fascistas, no importa lo que hagan, no importa lo que haya sido el fascismo, no importa que sus medidas sean las mismas que toma Rodríguez Larreta. Esa agenda podrá generar simpatías en algunos y rechazo en otros. Pero en la semana más dura de una tragedia, otra vez, sus expresiones tienen consecuencias concretas. Si la prohibición está mal, tal vez muchas personas consideren casi un deber violarlas. ¿Qué sucedería si lo hacen?
Tres de los dirigentes políticos que marcaron, casi como ningún otro, la historia de los últimos veinte años en la Argentina, proceden de esta manera. ¿Por qué deberían tener más criterio que ellos los jóvenes que se sientan a compartir una cerveza en Recoleta, la comunicadora que recomienda beber sustancias tóxicas por televisión, o las familias que se mezclan de manera peligrosa en las plazas de todo el país?
En el planeta Tierra, miles de médicos y medicas, enfermeros y enfermeras, choferes de ambulancias, kinesiólogos y kinesiólogas, entregan todo para que muera menos gente. Cada noche vuelven a sus casas angustiados, temerosos, desbordados, para tomar fuerzas y salir hacia los hospitales, de nuevo, a la madrugada siguiente.
Lejos de allí, en otro lugar del sistema solar, deambulan los corazones helados de Mauricio, Cristina y Lilita. (Infobae – Por Ernesto Tenembaum)