“La solidaridad debe dejar de ser un acto aislado”, asegura el chascomunense Manuel Lozano

Heredero de la acción social de Juan Car y creador de su propia organización solidaria Fundación Sí, asegura que hay dejar de acordarse de la pobreza y de los más necesitados sólo en ocasiones especiales y que cada uno tiene que encontrar el modo de comprometerse – Un joven capaz de «pelearse con todo el mundo» para combatir la indiferencia.

El portal informativo Infobae, publicó una entrevista al chascomunense Manuel Lozano creador de la organización solidaria Fundación Sí, con texto de Mara Derni, que dice los siguiente:
Para Manuel Lozano (33), cara visible y creador de Fundación Sí, la solidaridad es una manera de ser y habitar el mundo. «Una forma de vida» que debería practicarse con empatía, todos los días y a cualquier edad. De hecho, ese fue el mensaje que enfatizó en la última entrega de premios Kids’ Choice Awards (de Nickelodeon) cuando este abogado con un posgrado en especialización en gestión de organizaciones sin fines de lucro se llevó el galardón como referente social.
A su modo, Lozano (de Chascomús, hijo de un ingeniero agrónomo y una abogada que estudió de grande) empezó a militar activamente por la igualdad a los 17 años: fue voluntario de la Red Solidaria (organización de la que después fue director) y de Missing Children. Hace cinco años, en 2012, dejó el proyecto de Juan Carr y creó el propio con un grupo de amigos. Fundación Sí, con sede en el barrio de Palermo, se sostiene con donaciones de empresas y anónimos y el trabajo diario de 2.300 voluntarios.
En carrera
Además de las recorridas nocturnas, que intentan paliar la situación de vulnerabilidad de las personas que viven en situación de calle, y las colectas de juguetes y frazadas, el foco del esfuerzo de la ONG está puesto en la promoción de las residencias universitarias en todo el país. Actualmente hay cinco, y en breve planean inaugurar tres más, en Salta, Neuquén y Rosario. La iniciativa social apunta a que aquellos adolescentes que cursan el último año de secundario y quieren seguir estudiando una carrera universitaria puedan tener una oportunidad, a pesar de estar alejados de los centros urbanos y no tener recursos económicos para hacerlo. «Muchos son los primeros egresados profesionales en su familia; incluso, de todo el pueblo. Y eso empieza a impactar positivamente en otros chicos: ‘Si este pibe que era igual de pobre que yo pudo hacer esto, yo también puedo», comparte. Algunas de estas historias esperanzadoras y motivadoras aparecen en Otro Mundo, el libro publicado por Sudamericana con un fin solidario: el cien por ciento de las ventas será destinado a proyectos de la ONG. El desafío, cuenta Lozano, es llegar a los lugares más marginados y «que estudiar deje de ser un privilegio».
– El que proponen es un abordaje que va más allá de resolver una necesidad urgente como un plato de comida, aunque un chico no puede aprender si no tiene resueltas sus condiciones materiales mínimas…
– Claro. Estos chicos que egresan quiebran el círculo de la pobreza para siempre. Porque los que se reciben no dependen de la limosna de nadie: alquilan un departamento, viven de su sueldo dignamente. Todo se lo ganan con su trabajo, que además disfrutan porque es lo que le gusta. Hay un círculo de transformación profunda y concreta que empieza a generarse. Además, son personas completamente distintas a las que entraron. Chicos que cuando los conocí miraban para abajo, no hablaban, no se animaban a decirte nada y hoy te dicen lo que sea, te discuten, proponen. Es muy notable el cambio. Admiro profundamente su valentía porque de verdad para ellos estudiar es ir en contra de todo un sistema que les dice que no es posible. A mí me quita el sueño que haya chicos que quieran estudiar y que no puedan. Y no es una deuda pendiente de la fundación sino de la sociedad toda.
– Es difícil cuando son voluntades individuales o de organizaciones y no es una cuestión de Estado, ¿pensaste en meterte en política?
– No. Ni loco. Entiendo que hay gente que se involucra desde ese lugar, pero no es mi camino. No podría.
– ¿Por qué?
– Soy muy cabrón, me pelearía con todo el mundo. La indiferencia me pone muy mal. No deberíamos dar por sentada la falta de oportunidades, ni permitirla ni naturalizarla. Igual hago un fuerte trabajo conmigo para no enojarme, porque desde ahí no se construye: se crea desde el amor, si no terminamos puteando contra todo y no hacemos nada.
– ¿Y cuál dirías que es la creencia que sostiene la pobreza?
– La resignación. Contra eso hay que luchar. Desde quien vive en la calle, que es el primero que tiene que creer que puede salir de ahí. Y es una problemática muy complicada porque nadie que vive en la calle quiere hacerlo. A veces se dice que están cómodos y entiendo desde donde se dice, pero creo que hay mucha ignorancia y desconocimiento al respecto. No hay una elección real, de voluntad. A nadie le gusta estar en la calle, con frío y entre las ratas. No es real. Los que tenemos la posibilidad de tener un techo lo sabemos bien. Por eso, en las recorridas nocturnas trabajamos el tema desde todas las aristas: lo hacemos con equipos de médicos, de psicólogos, profesionales que gestionan las jubilaciones, especialistas en inclusión laboral, en adicciones, en los derechos de los chicos.
– Hoy en la Argentina, ¿hay más o menos conciencia social?
– Hay más, pero queda mucho por hacer: nos falta incorporarla al día a día. La solidaridad debe dejar de ser un acto aislado: nos acordamos del necesitado cuando hay inundaciones, en Navidad y en Año Nuevo. El otro día le decía a un grupo de empresarios: ‘Lo que transforman son las oportunidades reales, que son las que permiten salir de la pobreza para siempre’. Eso es libertad, dignidad y todo lo que un ser humano se merece.
Ver al otro
No mostrar fisuras entre lo que propone discursivamente y lo que hace en su vida privada no lo desvela. Lleva naturalmente, dice, una vida desapegada de lo material. Prefiere no ir a cenar afuera y no se compra ropa cara. Si usa algo de marca es porque se lo regalaron. «Vivo de una forma muy austera, no podría hacerlo de otra manera. Arreglé con Megatlon (como asesor en responsabilidad social) un sueldo muy bajo a cambio de no cumplir horario, de poder viajar y dedicarle la mayor parte de mi tiempo a la fundación. Nunca jamás cobré un peso por esto». Tampoco lo hacen los voluntarios, aunque sí reciben donaciones. Esa fue la diferencia con Juan Carr y lo que lo convenció de emprender su propio camino: «Nunca nos peleamos ni enojamos –admite–, pero pensábamos distinto en relación a este punto. Yo creía que había que empezar a manejar dinero para estos programas de inclusión educativa que estamos desarrollando a largo plazo». Y agrega: «Para ser voluntario hay que tener ganas. Es dedicarle tiempo a algo que no es productivo económicamente, pero lo es desde otro lugar».
– Mucha gente se angustia frente a la desigualdad, pero no sabe bien cómo canalizarlo y termina no haciendo nada…
– Creo que el camino del voluntariado es súper íntimo y cada uno tiene que investigar con qué se siente cómodo e involucrarse. Hay gente a la que le interesa más la parte social, o la salud, lo medioambiental. Y siempre entre hacer y no hacer, prefiero hacer. Prefiero equivocarme por eso. Porque, aunque no todos tenemos el mismo nivel de responsabilidad, todos somos responsables de la sociedad en la que vivimos. Y no creo en un gran cambio mágico: es diario, desde lo pequeño y cotidiano. Por momentos sentimos que estamos como el Quijote peleando contra molinos de viento, pero allá vamos y cada vez somos más.

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