Los horribles sótanos de la democracia argentina

El 14 de junio, el periodista Hugo Alconada Mon concurrió al juzgado federal de Lomas de Zamora. Allí lo recibió el juez Federico Villena, quien instruía en ese momento una causa por espionaje ilegal durante la gestión del ex presidente Mauricio Macri. Villena le mostró a Alconada fotos de su casa, de sus hijos, de la casa de sus padres y le exhibió también información sobre algunos de sus movimientos realizados en el año 2018. Alconada recibió así pruebas de que había sido investigado por espías y contó al detalle todo este episodio en una nota publicada esta semana en la edición en castellano de The New York Times. El espionaje ilegal del que fue víctima se produjo en el mismo momento en que investigaba movimientos financieros sospechosos de Gustavo Arribas, el intermediario en compra/venta de jugadores que Macri designó extrañamente al frente de sus servicios de inteligencia.

Como se sabe, el día viernes Villena fue apartado de la causa, pero antes decidió la detención de 22 personas, algunas de las cuales eran altas autoridades de la Agencia Federal de Inteligencia. Aunque la causa continúa en secreto de sumario, se conoce que el mismo grupo de agentes de inteligencia persiguió durante la gestión de Arribas a dirigentes de la oposición, como la actual vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, y algunos del oficialismo, como Horacio Rodríguez Larreta, María Eugenia Vidal, Nicolás Massot, Waldo Wolff o Diego Santilli. En el caso de este último, la AFI se valió de un ex chef, que era empleado y amigo de Arribas, y que además era el ex esposo de la mujer de Santilli. El nuevo juez de la causa, dispuso que la mayoría de los detenidos pasara a prisión domiciliaria. La única excepción fue Alan Ruiz, un hombre clave en la gestión de Arribas en la AFI.

Antes de asumir como presidente, Mauricio Macri era consciente de los problemas de los servicios de inteligencia. “Todos tenemos claro que queremos una side que nos de tranquilidad. Que nos cuide. Que nos proteja, que se ocupe del terrorismo, del narcotráfico, de la trata de personas y no del carpetazo y el apriete como viene siendo la constante desde hace años. El cambio de nombre no cambia nada. Lo que cambia es el tipo de políticos que conduzca a los servicios de inteligencia. Necesitamos políticos serios y responsables que no usen los servicios de inteligencia para el apriete y el carpetazo”, afirmó, días después de la muerte del fiscal Alberto Nisman. ¿Qué ocurrió entre aquellas promesas democráticas y los oscuros hechos que se produjeron? No se puede saber en parte porque el ex Presidente no siente la necesidad de aclarar lo sucedido. En el mejor de los casos –si es que no sabía lo que se estaba haciendo en su nombre— debería estar perplejo e indignado con sus ex funcionarios. Arribas era de su máxima confianza, a tal punto que vivió en la su vivienda de Macri en el período en que este fue presidente.

Sin embargo, el ex mandatario ni siquiera se comunicó con los dirigentes de su propio partido que habían sido espiados por su Gobierno. Esa indiferencia ha generado grietas internas de una magnitud que aún se desconocen, dada la corrección política de la fuerza en cuestión. Pero el malestar se puede percibir en algunas declaraciones de Massot, Rogelio Frigerio o Wolff. Si no sabía nada, ¿por qué no lo aclara?, es el razonamiento obvio. Naturalmente, lo que se ventila en esa causa, deja en una posición de extrema fragilidad a los referentes de Juntos por el Cambio que esta semana se pronunciaron en defensa de la libertad de prensa, sin emitir una sola palabra sobre los seguimientos a Alconada Mon.

La causa por el espionaje ilegal durante la gestión de Macri desparramó esquirlas que volvieron a poner en primer plano la relación entre prensa y poder en la Argentina. El abogado de una de las personas detenidas contó que su defendida declaró que parte del material producido por los espías se utilizaba luego en el programa “La Cornisa”, que conduce Luis Majul hace más de 20 años. El letrado formuló esa declaración muy oportunamente en el canal oficialista C5N. Su interlocutor, Gustavo Sylvestre, se entusiasmó ante el dato que, hasta ahora, solo refiere a un dicho de una agente de inteligencia en serios problemas por haber realizado espionaje ilegal. Algo que dice una persona sospechosa.

Con ese solo testimonio, el poderoso clan Moyano pidió al juez Villena que citara a Majul como imputado. El diputado kirchnerista Rodolfo Thailade amenazó a Majul públicamente: “Ya hiciste demasiado daño. Es hora de que empieces a pagarlo”. Y Oscar Parrilli, la mano derecha de la vicepresidenta, hizo su aporte: “Majul es un personaje pequeño, nefasto. Yo quiero saber quién le daba la información”. En las últimas semanas, Majul fue hostigado en la puerta de la radio por un supuesto periodista que se le abalanza, lo insulta y luego difunde el episodio en las redes. Fue, además, señalado como uno de sus enemigos por la vicepresidenta de la Nación.

Esa sucesión de casualidades provocó inquietud en una cantidad importante de periodistas argentinos. Una solicitada publicada en los diarios en el día de hoy da cuenta de esa preocupación. Dados los métodos que aplicó Cristina Kirchner para relacionarse con la prensa entre 2008 y 2015, es esperable que muchas personas teman la repetición de aquellas prácticas y reaccionen ante los primeros indicios, aunque aquellos vicios no se hayan reproducido en estos seis meses. En el Gobierno hay una pulseada evidente entre las personas que quieren encarrilar las relaciones con el periodismo hacia la convivencia democrática y las que sueñan con intervención de medios, la venganza y la censura. Ojalá tengan razón las personas que creen que las cosas han cambiado. Pero esta historia, sin dudas, continuará.

Así como es extraño que Juntos por el Cambio repudie las agresiones a Majul pero ignore las operaciones de inteligencia contra Hugo Alconada Mon, también es difícil de comprender que Parrilli, y por ende Cristina, pidan explicaciones por la manera en que otros usan a los servicios de inteligencia. Cuando Parrilli era secretario general de la Presidencia, el entonces ministro de Justicia, Gustavo Beliz, quiso reformar la SIDE y la justicia federal. Fue hostigado por el mandamás de la SIDE, Jaime Stiuso, quien gozó por entonces del respaldo de Nestor Kirchner. Beliz debió exilarse para salvar su vida.

Durante 11 años Stiuso fue el hombre fuerte del kirchnerismo en los servicios de inteligencia. Desde esos antros surgían informes sobre disidentes que la televisión pública ponía al aire como si nada: fotos antiguas, recortes inhallables, notas olvidadas. En el 2009, la prensa oficialista montó un operativo siniestro para demoler a Francisco De Narvaez, el principal candidato opositor en la provincia de Buenos Aires. Publicaban hasta sus llamadas y sus números de teléfono. ¿No sabrían Cristina y Parrilli de donde salía toda esa información?

El relato kirchnerista sostiene que, finalmente, fueron ellos los que echaron a Stiuso. Eso es cierto. Pero, ¿cambiaron los métodos? Después de la salida de Stiuso, la conducción de la SIDE fue asumida por Parrilli. Uno de sus colaboradores era Thailade, el legislador que amenazó a Majul. A los pocos días de la muerte de Alberto Nisman, la ciudad de Buenos Aires apareció tapizada con la foto de Nisman rodeado de modelos en la noche porteña. Por esos días, Anibal Fernández se hacía una fiesta con ese tema. ¿De donde habrán salido esas fotos? El jefe de la AFI de entonces, ¿sumarió a alguien? ¿se preocupó por el tema?

Eran tiempos en los que información privadísima de las personas aparecía cotidianamente en la prensa oficialista. Si Susana Gimenez decía tal cosa, en cuestión de horas se conocía algún movimiento financiero suyo. Si un abuelo se quejaba por el cepo, la misma presidente revelaba cuantos dólares le había comprado a la nieta. Si Marcela y Felipe Herrera Noble salían del país por unos días, inmediatamente lo informaba la televisión pública, como si se tratara de delincuentes prófugos cuando no tenían ninguna causa en su contra. Más adelante, se convirtió en una conducta normal difundir escuchas privadas que afectaban la intimidad de Cristina Kirchner, y que también surgían de los sótanos de la democracia, que los periodistas no deberíamos frecuentar.

En el mundo de la grieta, cada uno ve solo el espionaje ilegal del cual es víctima y no aquel que impulsa y organiza. Así son las cosas desde hace años. Unos y otros aplican los mismos métodos para amedrentar, humillar o armar causas, y después se quejan cuando cambia el dueño de poder y son víctimas de los métodos que aplicaron.

La democracia argentina ha sobrevivido a los sectores políticos que se valen de cualquier cosa para disputar poder. Pero eso no quiere decir que tenga la supervivencia garantizada. Todo el que apela a los métodos de los sótanos alimenta una respuesta en ese mismo sentido. Lo que va, no tarda en volver. Y mientras tanto, una sociedad golpeada y cansada por otros temas más serios, puede ir siendo ganada por el descreimiento en el sistema.

A este clima enrarecido, solo le faltaba el asesinato, por los motivos que fueren, de un testigo molesto. (Infobae – Por Ernesto Tenembaum – Por Adrián Escandar)