Los incidentes en Lago Puelo marcan un punto de infección: la desobediencia civil, los indignados y el desbarranco institucional nos alejan de la utopía de ser un país normal

Federalismo vs. Autocracia. Lo que está en juego no son las ideas políticas sino los sistemas de gobierno que esas ideas representan

Los incidentes que se registraron en Lago Puelo (Chubut) donde se produjeron ataques a la comitiva Presidencial deben ser repudiados enérgicamente. La investidura del presidente, más allá de quién ocupe el cargo, merece el respeto y la consideración de todas y todos los habitantes de nuestra nación. Ninguna agresión es válida y debe ser repudiada.

Desde una perspectiva sociopolítica se puede advertir que la indignación ciudadana va in crescendo debido a la crítica situación que la ciudadanía se encuentra atravesando en todos sus sectores, muchos de los cuales suben un escalón en la protesta y traspasan la línea de la prudencia y mesura. Los ataques a la comitiva presidencial son una clara muestra de la impaciencia de la ciudadanía que reclama, sin reparar en límites, por lo que entienden son sus justos derechos.

En nuestra historia se podrán discutir muchas figuras, pero Juan Bautista Alberdi es una de las pocas sobre las que recae un fuerte consenso sobre su probidad y altura intelectual. Abogado, economista, diputado, escritor y músico es uno de los autores intelectuales de la Constitución de 1853. Fue uno de los grandes pensadores argentinos y defensor a ultranza de la libertad. Sostuvo su posición en tres pilares fundamentales para el éxito de la República: seguridad jurídica, confianza económica y estabilidad política.

La democracia en la República Argentina, tal y cual la hemos conocido hasta hoy, enfrenta un severo proceso de cambio. Los sucesos de Lago Puelo son un ejemplo categórico. Ya no se trata de concurrir a las urnas bajo la típica consigna de la “comida de avión” para votar pollo o pasta. El nuevo paradigma pasa por la elección entre “sistemas de gobierno”, al margen de quiénes titularicen las listas de selectos privilegiados para ser honrados con la tarea de dirigir y gobernar nuestra nación.

Lo que está en juego a partir de la post pandemia no son las ideas políticas sino los sistemas de gobierno que esas ideas representan, por caso la idea de un gobierno republicano o la de una autocracia que busca imponer sus ideales sin importar las formas ni las consecuencias.

La democracia argentina ha tenido una mutación genética y no tenemos aún la vacuna. A la par, la indignación ciudadana va en aumento y se expresan mediante protesta y agresiones que deben ser repudiadas, pero no ignoradas.

En la Argentina modelo 2021 la democracia ha dado paso a una nueva forma de pensar y sentir el gobierno por el voto popular del pueblo, donde a partir del sufragio se pretende justificar actos que exceden el marco institucional, en lugar de gobernar con estricto apego a la Constitución Nacional.

 

Alcanza con observar atentamente toda la temporada completa del Vacunagate, que se sigue escribiendo a diario, para darnos cuenta con escaso esfuerzo intelectual, que se ha privilegiado en la fila a los propios en perjuicio de los ajenos. En una verdadera democracia esto no debería suceder. Tan claro y simple como el desbarranco actual de nuestro sistema político. Además hay que tomar conciencia de una buena vez por todas, que este tipo de hechos “calientan” la temperatura de la sociedad silente, pero claramente indignada.

El ejercicio de la vida en democracia no consiste en votar cada dos años y nada más. El voto popular no es legitimante de actos ilegales, ni los convalida luego de acaecidos. El poder legítimo que otorgan los votos, tiene su límite en el respeto por las reglas de juego y las instituciones (la Constitución Nacional). Del mismo modo, la indignación social no justifica las agresiones a los funcionarios del Estado.

Todos los entes gubernamentales (nacionales, provinciales y municipales) contienen normas que enmarcan su actuación, lo que por cierto está por encima de su propia autonomía o voluntad política. Un gobernante, cualquiera sea, no puede hacer lo que “quiere”, sino lo que “debe” hacer conforme a las reglas de juego, para eso se lo votó. No para saltar permanentemente la cerca de la institucionalidad y la cordura.

La descomposición mayoritaria de la casta dirigente que padecemos en la actualidad -sin perjuicios de honrosas pero escasas excepciones-, donde asistimos como rehenes de los relatos infames de la política a una guerra entre los Poderes con conforman el Estado Nacional, da lugar al concepto de “desobediencia civil” que retratan Juan José Sebreli y Marcelo Gioffré en su obra “Desobediencia civil y libertad responsable”, de lectura indispensable para comprender dónde estamos parados frente a la autocracia emergente del voto popular.

Cuando el propio prestigio de quienes gobiernan depende más de los errores del pasado que de los aciertos del presente, entramos en un grado de fermentación de la política que nada bien le hace a la nación y que solo se sostiene con el esfuerzo de la población que paga impuestos, un sistema putrefacto y perverso.

Se nos hace presente nuevamente el concepto de “desobediencia civil” ya que como dicen Sebreli y Giofré: “Frente a normas absurdas no hay otro camino que la actitud insumisa”. Tenemos una disputa entre republicanos y autocráticos, a la vez que el despotismo electivo está en ascenso. Es una mutación de lo que en su momento fue la lucha entre federales y unitarios. Una reversión aggiornada de nuestra propia historia.

Las agresiones al Presidente de la Nación en Lago Puelo, como el caso “Formosa”, resultan tan antagónicos como paradigmáticos. Son las dos caras de una misma moneda; nuestra sociedad. El ganar una elección no legitima cualquier tipo de actos, sino aquellos que están alineados con la Constitución Nacional y el respeto por la vida en democracia.

La desobediencia civil de los formoseños es un ejemplo más en el océano de las peripecias de los argentinos acorralados por el fracaso de la casta dirigente, cuya agenda es bien distinta a la de sus dirigidos. Del otro lado, la agresión sufrida por nuestro máximo mandatario no es justificante de la protesta que se pretendió expresar. Su repudio debe ser absoluto.

 

El desprestigio generalizado de la dirigencia política deja paso a una pelea de gallos entre republicanos y autocráticos. Quienes arremeten contra la división de poderes, saltando el cerco de la institucionalidad, no se encuentran legitimados, por más votos que tengan para hacerlo, porque con ese accionar exceden el marco de actuación que la Constitución Nacional les permite. De igual manera pierden legitimidad quienes protestan por medio de la violencia, en cualquiera de sus formas.

Lo que está sucediendo a nivel social es tan grave como saltarse la fila del vacunatorio, porque no solo se ponen en juego la vida y seguridad de todas y todos los argentinos, sino que también se pone en peligro el sistema democrático en una sociedad cansada e indignada por largas décadas de abusos y fracasos.

Lo que sucede en la Argentina de hoy nos somete a una visión hemipléjica de la realidad y la patología pandémica institucionalizada.

Ver al Sr. López (ex funcionario) tirar bolsos con 9 millones de dólares por encima de las puertas de un convento no es ciencia ficción, fue real. Y que ese señor llegara hasta ese instante culminante de su vida no fue casual, sino producto de un sistema corrupto del Estado Nacional que lejos estaría de desaparecer.

Los argentinos tenemos como un logro nacional y popular, haber pasado de ser hace un siglo una potencia mundial, a convertirnos en una aldea pobre del sur del mundo con una inflación anual insoportable, cambiando en el camino, cinco veces de moneda, a la vez que lideramos el ranking de países deudores del Fondo Monetario Internacional.

El Estado en todos sus niveles (nacional, provincial y municipal) es pesado, gasta más de lo que puede y debe, no se gobierna con el ejemplo de la austeridad, sino todo lo contrario.

Nuestro fracaso tiene muchos “porqués”: porque hay muchos más López y bolsos de los que conocemos, porque no se respetan las instituciones, porque vacunarse antes de “su” turno no es un delito, porque viajamos en el avión de Messi en lugar de dar un ejemplo de austeridad, porque le ofrecemos un puesto en el Estado a la señora que trabaja en casa y que le pagamos por largos años unos míseros cinco mil pesos en “blanco”, porque pagamos impuestos que no terminan en obras públicas sino en dádivas estatales que mantienen en marcha la rueda del clientelismo político, porque en Santiago del Estero se hace un estadio de 1500 millones de pesos con un 43% de pobreza, y encima es inaugurado por el Presidente de la Nación, porque la televisión pública gasta más de lo que se debe en producciones de escaso interés y porque siguen apareciendo bolsos con efectivo que nadie sabe explicar de donde salieron y por miles de razones más en una lista que se hace casi tan infinita como nuestra propia decadencia.

Nos hemos convertido en una sociedad mayoritariamente hipócrita (no todos, pero sí una parte importante) que solo busca la paja en el ojo ajeno, haciendo uso y abuso de los relatores del relato para tirarse munición pesada de un lado de la grieta al otro y viceversa.

Por todo eso fracasamos como sociedad. Pero ese fracaso a consecuencia de la decadencia de la dirigencia política no es justificante de ningún tipo de agresión. Se debe criticar, jamás recurrir a la agresión física, es un límite que se debe pasar. Vivimos en la Argentina de las cinco pandemias: salud, seguridad, instituciones, economía y educación y, lo más triste de todo, el cincuenta por ciento de los argentinos, solo puede preocuparse por comer y tomar agua, porque esas son sus prioridades, son víctimas de un sistema que los mantiene indigentes.

No tienen tiempo para leer estas líneas y otras tanta más. No les interesa porque sus necesidades pasan por otro lugar, por el de la satisfacción de las necesidades básicas y terminan siendo cautivos electores de un sistema que solo los oprime cada vez más. La vida de esa enorme mayoría de infortunados silentes argentinos está signada por el fracaso de quienes tuvieron la responsabilidad de sacarlos del fondo del pozo de la marginación social. Eso sí, jamás se bajaron sus dietas para ayudar a los que empobrecieron, pero sí se ocuparon de que la “pongan” los más ricos. Es la Argentina del rompan todo y sigamos para adelante que todo vale. Es el reinado de la hipocresía.

Cuando la agenda personal del dirigente colisiona con la agenda de los dirigidos hay un claro conflicto de intereses que invalida su accionar. Lo deslegitima en sus actos y pone en juego a la democracia como sistema de gobierno, a la par que da lugar a una silente indignación de la desobediencia civil. Hechos como la agresión de Lago Puelo a la investidura presidencial, son las gotas del agua hirviendo en que se está convirtiendo nuestra sociedad. Deben ser repudiados fuertemente, pero, al mismo tiempo, entendidos. La indignación de la sociedad no se calma solo con relatos. Los hechos concretos, el ejemplo y la austeridad en los actos de gobierno son hoy una necesidad que se impone. Se debe gobernar con el ejemplo.

La pobreza nacional y popular no es producto del mal clima, de conflictos raciales o falta de capacidad intelectual en la población, sino de la corrupción endémica que padecemos en una sociedad donde el cumplimiento de la ley es una opción y no una obligación. Una sociedad mayormente amoral y falta de ética ciudadana, que vacuna a los jóvenes militantes en lugar de los trabajadores de la salud y nuestros mayores.

Las crisis argentinas son como los vagones de un tren de carga, no terminan de pasar más. Se eternizan a consecuencia de la decadencia moral de un sector importante de la dirigencia que no acaba nunca de resolver los problemas estructurales. Los problemas nunca terminan de irse, siempre están entre nosotros. Por caso estamos tan complicados que es más barato traer un contenedor de China que uno desde Tierra del Fuego.

Las prioridades de la dirigencia deben cambiar, la ciudadanía está indignada y cansada. La desobediencia civil se empieza a manifestar cada vez con mayor enjundia en un esquema de vida que claramente no podemos continuar. La responsabilidad es de quién ocupa hoy el sillón de Rivadavia, con la obligación de ayudar y contribuir a la generación de la riqueza de sus habitantes, entendida ésta con todas sus connotaciones y alcances posibles, (económica, moral, cultural).

Una pregunta recurrente en la obra de Alberdi fue: ¿Quién hace la riqueza? ¿Es la riqueza obra del gobierno? ¿Se decreta la riqueza? El gobierno tiene el poder de estorbar o ayudar a su producción, pero no es obra suya la creación de la riqueza.

(Fuente:Infobae/POR Jorge Grispo)