Manuel Lozano: «No podemos acordarnos de la gente en situación de calle sólo cuando llega el invierno»

Fundación SÍ

Manuel Lozano es abogado y dirige la Fundación Sí, que brinda asistencia a más de doscientos centros comunitarios. «No podemos quedarnos en la queja de que el Estado nos debe salvar de todo. Además de reclamar, hay que pensar qué podemos hacer organizadamente», opina.

Lejos de las secretarías y ministerios y de los gráficos y estadísticas del Estado sobre pobreza y gente en situación de calle, Manuel Lozano, con su estética disruptiva y cabellos rastas, está en plena acción en la Fundación Sí, que dirige junto a un grupo de amigos y familiares desde hace seis años. Allí, en la sede palermitana, el ritmo es vertiginoso y rotan 2.300 voluntarios para dar respuesta a 216 centros comunitarios y a gente sin techo, es decir, 1.770 personas en cada recorrida nocturna. A esto se suma el trabajo en las ocho residencias universitarias distribuidas en diferentes ciudades del país, donde 224 estudiantes egresados de escuelas rurales cumplen su sueño de ser alumnos universitarios. Ni él ni ninguno de los colaboradores cobra dinero por su tarea.
Señas particulares. Es abogado de la UCA (Salta) y tiene un posgrado en Organizaciones sin fines de lucro en la Universidad de San Andrés. Con 33 años, desde los 14 realiza acciones solidarias. Trabajó en Red Solidaria y desde hace 6 años dirige la Fundación Sí, donde puso en marcha residencias universitarias para egresados de escuelas rurales. Su único ingreso es como asesor en responsabilidad social de una cadena de gimnasios. Es autor de “Te invito a creer” y “Otro mundo: ideas para involucrarte y construirlo”.
-¿Ser solidario se nace, se educa o se hereda? ¿Cómo surge ese gen?
-Pueden ser todas las opciones. La educación es clave, desde ya. Influye el entorno, la familia, la escuela. En mi caso, de alguna manera algo me transmitió mi familia. De hecho tengo familiares en la Fundación, dedicando mucho de su tiempo. Parte de lo que somos tiene que ver con lo que aprendimos en nuestra casa.
-¿La solidaridad es un viaje de ida?
-No uso mucho la palabra “solidaridad”; es raro que lo haga porque en Argentina se la utilizó mucho y está bastante vapuleada. A veces se ponen conceptos de moda y hay que darles un aire, un respiro. Utilizo más terminología como “involucramiento”, “compromiso”, “amor”. Todo es parte de lo mismo, pero solidaridad se usó mucho para referirse a algo aislado: por ejemplo, la solidaridad de los argentinos ante cierta catástrofe. Para mí el compromiso es más fuerte. Es algo que se consolida en el tiempo y no es tan volátil.
-La historia de las últimas décadas en nuestro país demuestra que hay solidaridad colectiva ante hechos aislados. Pero, ¿individualmente?
-(Piensa) Nos falta mucho, sin dudas. Tenemos que crecer y madurar como sociedad en todos los aspectos. Vivir pensando en lo que hacemos afecta directa o indirectamente a los que están alrededor o a los que van a venir, y saber eso es un montón. Nos cuesta dialogar, sentarnos a hablar… es difícil que sea solidario un país donde están todos peleados. En un país sin diálogo es complejo sostener esos valores. Cuando llevamos una donación nos sentamos a tomar algo y charlamos, más allá de las diferencias que podamos tener con el otro. En la fundación somos un micromundo con una heterogeneidad interesante, y esa es la gran fortaleza de quienes la componen.
-¿Se incrementó la cantidad de personas en situación de calle en la ciudad de Buenos Aires? ¿Hay más necesidades que antes?
-Varió en que cada vez son más jóvenes los que están en la calle y que consumen más drogas porque las adicciones se acrecentaron. Que antes rondaran los 60 años y ahora tengan 30 habla de un deterioro. Pudo haber crecido la cifra de gente en la calle en estos años, posiblemente, pero no es una población fija, sino que cambia todo el tiempo. Hasta que como país no entendamos que no podemos acordarnos de la gente en la calle sólo en invierno, esto no se resuelve. Hasta que no nos demos cuenta de que no es un tema económico, tampoco. Somos un mundo acostumbrado a que todo se remedia con dinero. Si cada una de estas personas llega a la calle cargadísima de dolor, es que el problema comenzó mucho antes, en su infancia o adolescencia, y el debate entonces debiera ser dónde estábamos el Estado y la sociedad cuando esos chicos eran niños abusados o golpeados.
-¿Se debaten estos temas?
-No hay debate sobre esto. Todo el mundo habla de educación pero, ¿cuánto se hace? Se hacen congresos, diagnósticos… pero, ¿qué hacemos? El nivel con que los chicos salen del secundario es muy deficiente, y en las escuelas rurales es más terrible aún. En nuestras residencias universitarias en el interior vemos chicos que empiezan a estudiar, llorando frente a los libros porque no entienden la tarea que les piden.
-¿Hay ausencia del Estado?
-Está ausente el Estado pero también nosotros. No podemos quedarnos en la queja de que el Estado nos debe salvar de todo, por eso yo intento trabajar mucho el tema del enojo. Tenemos que pensar cuáles son las soluciones que como sociedad podemos dar. Además de reclamar, hay que pensar qué podemos hacer organizadamente. Los que no nos interesa ocupar una función pública tenemos que ver qué podemos hacer. En el medio de todo esto, los que están mal la pasan cada vez peor.
-¿Vivimos en una sociedad con conciencia social?
-Cada vez más, por suerte. Especialmente lo veo en los más jóvenes, en la edad de los voluntarios. Tengo chicos de 15 y 16 años que cuando los escuchás hablar es maravilloso. El desafío es que eso no se apague cuando vayan creciendo. Que no les gane la resignación. Ahora hay un mayor involucramiento que cuando nosotros teníamos esa edad.
-En estos tiempos de sociedades tecnológicas y de poco contacto con el otro en la calle, ¿se observa cada vez menos al que está excluido del sistema?
-Cada vez nos miramos menos entre los seres humanos, haya marginación o no. Pero también es cierto que hoy la Fundación no podría existir si no hubiese tecnología que nos permitiera conectarnos con coordinadores de todo el país.
-Entonces, ¿cómo ejercitar la empatía con el otro?
-A través de la práctica pura. Para eso hay que perder el miedo a acercarse al otro, salir al encuentro. Cuando uno se acerca, el miedo a lo desconocido se pierde. Ahí, entonces, se hace posible empezar a entender qué le pasa al otro.
(Fuente Clarín)

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