Manuel Lozano: «Nuestros proyectos nacen de haber escuchado la realidad»

Entrevista en diario La Nación
Muchas veces contaste que la vocación por ayudar tiene origen en tu Chascomús natal. ¿Recordás alguna escena en particular que te haya marcado en tu niñez o adolescencia?
Hay una anécdota que conté muchas veces, pero que tiene un punto importante: fue en la escuela, yo tenía ocho años, estábamos izando la bandera y había un chico que no tenía zapatillas. Entonces, armé una campaña para ese chico, pero después, cuando voy a llevarle todas las cosas que habíamos juntado, descubrimos que el chico sí tenía zapatillas. No las usaba, estaba en ojotas, porque estaba esperando que se le cicatrice el pie porque se había cortado. Eso fue un aprendizaje: no hay que imponer una idea, no se trata de hacer lo que uno cree que hace falta sino escuchar al otro.
Ayudaste al chico que no necesitaba ayuda. Al menos, ese tipo de ayuda que vos suponías.
Sí. Esto lo puedo entender hoy a la distancia, no en ese momento, con ocho años. No hay que ir a imponer algo, sino escuchar la realidad y diagramar lo que uno va a hacer con la intervención, de acuerdo a la realidad de la persona. Ese es el espíritu hoy de la fundación. Todos nuestros proyectos nacen de haber escuchado la realidad.
¿Podés contar cómo es la primera aproximación a alguien en situación de calle y lo de la «horizontalidad de la mirada»?
Nosotros vamos a acompañar, pero tenemos claro que el proceso es de la otra persona. Y que nosotros acompañamos ese proceso cuyos tiempos los marca el otro, de acuerdo a sus posibilidades, a sus ganas, a sus recursos, a lo que esté dispuesto a afrontar. Uno como voluntario tiene que respetar ese proceso, porque si uno no respetar ese proceso, puede acelerar algo para lo que la otra persona no está preparada. Las sugerencias que nosotros les hacemos a los voluntarios nuevos cuando arrancan en las recorridas son sobre cómo ubicarse. Si la persona en situación de calle está sentada, nos sentamos. Si ellos están parados, nos quedamos parados. Para que las miradas queden a la misma altura y eso los ponga en una situación de igualdad, que es desde donde queremos generar ese vínculo. Porque tanto el que está durmiendo en la calle como el voluntario que se acerca, somos iguales. Desde ahí queremos empezar a construir ese vínculo. Y es fundamental preguntarles el nombre y presentarse. Reforzar que tienen una identidad.
¿A qué te referís cuando hablás de «proceso»?
Es muy variable el proceso por el que esté pasando cada persona. Puede ser un proceso de inclusión laboral, puede ser un proceso para hacer un tratamiento por adicciones, o de revinculación con la familia. Son todos procesos que tienen que ver con la realización social de esa persona. De acuerdo con las problemáticas que nos vamos enterando a medida que se va generando ese vínculo de confianza y afecto, vamos sabiendo por dónde ir nosotros y qué abordaje hacer.
O sea, lo primero es escuchar a la persona y no intentar «arrancarla» de la calle.
Claro, no. Para hacer una intervención, nos vemos muchas veces con la persona. Hay gente que la primera vez nos cuenta muchas cosas y otras con la que hemos estado un año viéndonos y no nos decían absolutamente nada. Hay que conocer la historia de dolor que trae cada uno. Historias desgarradoras que explican por qué esa persona llega a la calle. Por ejemplo, el intento de cortar un vínculo con los adultos que le hicieron daño, historias de abandono, muchas veces de abuso sexual, violencia. Entonces, en la calle se termina generando una especie -no en todos los casos- de estado de supervivencia y eso hace que un poco se adormezca esa historia dolorosa. Por eso, es tan movilizante empezar a pensar en salir. Porque toda esa historia se remueve. Es volver a recordarlo, sentirlo y pasarlo por el cuerpo. Más allá de que es difícil desde los hechos fácticos que tengan un trabajo o hagan un tratamiento por adicciones, más allá de toda esa parte, las historias que traen detrás hacen que la persona pueda llegar a decir: «yo me quiero quedar acá». Pero no es una expresión de voluntad. Por eso, yo me salgo de quicio cuando alguien dice: «quieren vivir en la calle». ¡No! Muchos viven con miedo, duermen vestidos hasta con las zapatillas porque se las pueden sacar, no saben lo que pasa alrededor, se tienen que ir moviendo de lugar. Es horrible. A ninguno de ellos les gusta.
Habitualmente, te referís a la idea de responsabilidad. Y das el ejemplo de los empresarios, que en general prefieren no tomar gente que venga de una situación de calle.
Creo que todos, desde que nacemos, estamos dotados de capacidad. Desde el momento en que somos capaces, somos responsables. Un ejemplo de inclusión social lo hace Ocasa, la empresa de logística. Con ellos trabajamos y han contratado una cantidad impresionante de personas. Todas las semanas trabajamos con Recursos Humanos de la empresa para ver cómo va cada uno y qué hay que fortalecer. Con nuestro grupo de psicólogos y de inclusión laboral, aunque ya estén empleados, sigue el acompañamiento para que la persona pueda sostener su trabajo.
¿Tuviste propuestas para articularte con algún espacio político?
Una sola vez. Y dije que no, obviamente. Ni siquiera me reuní. Dije que no perdieran el tiempo porque yo tenía claro que no. No me parece que sea mi lugar, no es mi vocación y, además, duraría dos días y medio.
¿Por qué?
Porque me hacen desaparecer. Primero, tengo un carácter terrible. Segundo, no me callo nada. Y tercero, porque no soy políticamente correcto. Cuando alguien trabaja por la elección siguiente y no por el impacto que tiene que generar… Nosotros acá tenemos claro qué es lo que queremos lograr, a veces nos sale y a veces no. Muchas veces uno se enoja y putea, pero yo celebro cómo nos fuimos encontrando. Somos un batallón de 2500 personas súper diferentes y que en muchas cosas pensamos distinto. Pero hay algo muy fuerte que nos une, que son los objetivos de cada uno de los proyectos. Lo celebro y lo agradezco.
Por: Diego Sehinkman