Omar Moreno Palacios cumple 80: las historias que esconde bajo su boina un baluarte de la tradición

Me siento al otro lado de la mesa y lo observo.
Tiene en sus manos una serie de versos que escribió a propósito de los 80 años que cumplió anteayer.
Espío su manuscrito; luego él recita algunos de esos versos que están escritos prolijamente en lápiz.
Traigo a la charla con Omar una reflexión de la cantora Suma Paz. Ella daba buenas pistas sobre las diferencias entre música popular y folclore.
Mientras que la música popular absorbe elementos con rapidez y luego los expulsa; el folclore tarda mucho tiempo en asimilarlos pero cuando los incorpora se los queda.
«Sí, para siempre», me dice Omar.
Se podría decir que la obra de este personaje de pilchas gauchas es un para siempre en el contexto de lo efímero.
Podemos seguir filosofando y declarar la muerte de las tradiciones desde la llegada de internet y de las redes sociales que imponen costumbres globales y no permiten la construcción de folclores (con su»saber» regional, entre otras características).
Y si de aquí en más sólo podemos hablar de músicas populares y no de folklores, se podría suponer que gente con Omar Moreno Palacios se ubicaría como un estandarte de la tradición.
Nacido en los pagos de Chascomús en 1938, el canto surero y los caballos criollos fueron su sino. A los 18 se instaló en Montevideo y allí comenzó su carrera, un año después, en Radio Carve, con Charlo (contemporáneo de Gardel, compositor de temas como «Ave de paso» y, con Homero Manzi, «Oro y plata») y la cantante y actriz Sabina Olmos.
Tiempo después regresó a la Argentina y comenzó a tallar su carrera de compositor y cantor de milongas y otras formas del canto criollo («Provincia de Buenos Aires», «Sencillito y de alpargatas» y «Piso de tierra, patio de casa» son algunos himnos de la música criolla pampeana).
También se convirtió en un contador de cientos de historias; algunas propias, otras de Wimpi.
¿Y esa boina tiene una historia, Omar?
-Sí. La borla que tiene arriba era el símbolo de los que eran domadores de caballos de oficio. No esos que alguna vez domaron un potro. Identificaba a los que tenían el oficio. Y a la provincia de Buenos Aires nos llega desde Entre Ríos. También tienen una historia las alpargatas bordadas que uso.
Una vez un grupito de chicas y muchachos se hicieron los graciosos conmigo. Mi preguntaron si de esas alpargatas había también para hombres. Les contesté que sí, que pura y exclusivamente: «Por eso ustedes no tienen; además, no se las van a vender», les dije.
Los moros estuvieron 800 años en España. Algunos maragatos de León llegaron al Río de la Plata, a principios de 1700, en dos contingentes. Unos recalaron en San José, Uruguay, de ahí es mi bisabuelo, Ceferino Palacios, tropero, cantor y guitarrero.
Otro contingente se asentó en Carmen de Patagones. Por eso a los de San José y a los de Patagones le dicen maragatos.
Ellos nos trajeron los bordados. Ya en 1930, los presos de la cárcel de Dolores bordaban alpargatas. Y eran mal vistos los que las usaban. ¿Por qué? Porque habían estado adentro o eran familiares o amigos de algún preso. Y yo desde el vientre de mi madre uso alpargatas bordadas y borla en la boina.
Una vez un monje tibetano me retrocedió cuatro vidas. Y aparezco en 1640 en Arabia. Tuve caballos en todas las vidas los tuve.
Un día su amigo Jorge Daniel Campos Almagro le regaló un padrillo y luego Omar le compró cuatro yeguas, con el dinero que ganaba en Las Mateadas de Omar Moreno Palacios, espectáculo que realizaba en un boliche de Juncal y Ayacucho. En ese momento se convirtió en criador de caballos criollos. Al menos en esta vida. «Creo en la reencarnación. No te quepa la menor duda. En esta vida el primer caballo lo tuve a los 6 años. Crio caballos criollos desde 1970 y lo sigo haciendo gracias a Dios. O sea que mi vida ha sido: mujeres (porque tengo muchas hermanas y he salido malcriados o consentido), caballo, canto, guitarra y tradición. Eso no ha cambiado para nada. La vida no se estudia, se aprende. Y yo la aprendo desde el caballo, la tradición y el gaucho. Absolutamente todo lo relaciono con el campo».
-Hoy es un poco difícil generar nuevas tradiciones, que las cosas se queden «para siempre».
-Con las cosas modernas no me llevo. El caballo es la segunda gran alianza que tuvo el hombre. La primera es el fuego. Cuando el hombre montó a caballo, al elevarse, vio lejos. Fue su mangrullo itinerante, lo desenraizó, le dio alas, acortó las distancias. Pasen los años que pasen, al entrar la primavera o el otoño el caballo recuerda la querencia.
A mí se me fueron dos caballos que me dejó un amigo. Entonces pregunté de donde eran y los fui a buscar. Ahí estaban.
El caballo vuelve a la querencia, pasen los años que pasen.
-Si el hombre miró lejos cuando subió al caballo hoy ve lejos cuando saca del bolsillo el celular.
-Sí, pero sabes que pasa. Uno no aprende lo que no le interesa. Estoy cumpliendo 72 años de escenario y 62 de profesional. 48 de radio. Yo no hago programas de radio sino fogones amplificados.
Esto se vive y se lo sufre. Tuve mi primera petisa zaina a los 6 años. Y más o menos a los 9, mi tío Eusebio me dijo: «Si usted quiere ser gaucho no tienen que andar en yegua». A la mierda. Esa petisa era como de la familia y un día se va a un remate porque mi tío me dijo que no anduviera en yegua. Fui al remate. Corral 24. Me arrimé y se me acercó. Para mí me estaba diciendo: «¿Qué me hiciste?». Me quedé hasta la hora de los lobos. El que se quedó hasta el otro día fue el perro. Yo volví a casa porque mi mamá se iba a preocupar.
Como Simone de Beauvoir tuve mi ceremonia del adiós. Ese fue mi primer duelo. Pero yo quería ser gaucho.
Después me dediqué a criar caballos, gracias a Dios. Por eso siempre digo: cuando montes un caballo criollo vas a saber lo que estar sobre un altar. Eso es el caballo para mí. Y algún día me voy a tener que ir. No le temo a la muerte, pero tengo miedo de morir.
Como decía Osiris Rodríguez Castillos: «Se fue muriendo despacio, pa’ quedarse un poco más». Lo que Omar trae casi como al pasar son los versos de «Tanta Juancho»: «Le reclamaron la tierra y la tuvo que entregar… / Se iba muriendo despacio / pa’ quedarse un poco más… / Quiso morir de a caballo y se hundió en la soledad.»
Pero hablar de irse despacio no es la sensación final que quedará luego de una charla con Omar Moreno Palacios, con sus 80 septiembres, y a nueve de que en una serie de estudios oncológicos le detectaran un cáncer linfático que logró superar. Cantar acompañado por Juan Martín Scalerandi, un guitarrista que tiene la mitad de su edad, o compartir el escenario, como lo hizo en el Torquato Tasso, de Defensa 1575, con la cantora Casiana Torres, lo rejuvenece. «Sufrí de gota durante 36 años, hasta que me hablaron de un gaucho de Coronel Suárez que me curó.
Ahora me agarró el reuma y no puedo tocar mucho la guitarra, pero tengo muchas cosas para decir. Una de las cosas que me puso eufórico son los fogones que hacemos con Juan Martín.
Un día Cardozo Ocampo, cuando yo grababa para el sello Trova, me dijo que tocaba la guitarra al revés. Porque yo toco para arriba. Y a Juan Martín le pido que toque las milongas para arriba.
Y vas a ver cuantos muchachitos y muchachitos jóvenes que van a ver lo que uno hace»
-No deja de ser curioso por lo difícil que es hoy conservar ciertos arraigos.
-Pero hasta hay una escuela de payadores. En mi programa de Radio Nacional de los domingos a la mañana van muchas cantantes. Y hay muy buenas. Lástima que no se las difunden
-¿La comunicación actual puede terminar matando a la tradición? Sí, pero yo no cambié desde que agarré la guitarra a los ocho años. Me sigue emocionando la salida del sol en la bahía de Samborombón.
Un día la televisión llegó al campo pero eso no hizo que el encargado de ese campo dejara de revolear un lazo. Y hoy en las jineteadas vas a escuchar que hay muchos de nombre Brian, pero eso no quiere decir que no sepan subir a un caballo.
No digo que no haya que sumar. Pero lo que no quiero es que se mezclen cosas que al final no son chicha ni limonada. (Fuente La Nación – Por Mario Apicella)

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