Quién es el represor de la ESMA beneficiado con la prisión domiciliaria: una pieza clave en el plan sistemático de apropiación de bebés

Carlos Capdevila, condenado en tres ocasiones, fue uno de los dos médicos que llevaron a cabo los partos en la maternidad clandestina que funcionó en el centro de detención

El médico de la Armada Carlos Octavio Capdevila, beneficiado con prisión domiciliaria por el juez federal Daniel Obligado por considerarlo “en riesgo” debido a la pandemia de COVID-19, fue uno de los más conspicuos “parteros” de la maternidad clandestina que funcionó en la Escuela de Mecánica de la Armada durante la última dictadura.

Por su participación en los grupos de tareas de la Escuela de Mecánica de la Armada, Capdevila fue hallado partícipe de varias apropiaciones de bebés, hijos e hijas nacidas en la ESMA, mientras sus madres permanecían ilegalmente detenidas en condiciones violatorias a los derechos humanos, de secuestros y torturas, a la vez que fue condenado en tres ocasiones.

En el segundo juicio de la Causa ESMA, recibió una pena de 20 años de prisión, que estaba firme. Posteriormente recibió otra condena de 15 años en un segundo juicio, conocido como “ESMA unificada”. Esa condena no estaba firme y, tras cumplir dos tercios de la pena, solicitó la excarcelación, que le fue concedida. Sin embargo, en 2015 fue nuevamente sentenciado a 10 años de cárcel por la apropiación del hijo de los detenidos desaparecidos Orlando Ruiz y Silvia Dameri, también nacido en ese centro clandestino.

La maternidad clandestina de la Esma
Junto con “El Campito”, que funcionó bajo la órbita del Ejército en el predio de Campo de Mayo, el de la Escuela de Mecánica de la Armada fue uno de los mayores centros clandestinos de detención y tortura establecidos durante la última dictadura. Se estima que entre 1976 y 1983 allí fueron llevadas, encerradas y torturadas más de 5.000 personas. La enorme mayoría permanece desaparecida.

Allí funcionó también una de las tres maternidades clandestinas que el Terrorismo de Estado instaló en la Capital Federal y la Provincia de Buenos Aires para que dieran a luz las mujeres secuestradas que estaban embarazadas. En la mayoría de los casos, esos bebés fueron apropiados. Las otras dos funcionaron en el Hospital Militar y en el centro clandestino de detención y tortura conocido como “El Pozo de Banfield”. A esos tres lugares también eran derivadas las secuestradas en otros centros clandestinos cuando ya estaban sobre la fecha de parto.

Por su grado de sofisticación y por la cantidad de parturientas que pasaron por ella, la maternidad clandestina de la ESMA se transformó en una referencia dentro del aparato de la represión ilegal y el plan sistemático a apropiación de bebés, a tal punto que el segundo al mando de los grupos de tareas del centro clandestino, el capitán Jorge “El Tigre” Acosta se refería a ella con orgullo como “La Sardá”, equiparándola a la maternidad pública de la ciudad de Buenos Aires. Sólo en algunos casos en que se presentaron complicaciones, las embarazadas eran trasladadas al Hospital Naval, desde donde volvían a trasladarlas a la ESMA con sus hijos recién nacidos.

Según los testimonios de sobrevivientes, las embarazadas esperaban el momento de parir encerradas y aisladas en una habitación. Les prometían que sus hijos iban a ser entregados a sus familias para que los criaran hasta que ellas recuperaran su libertad. Las animaban a escribir una carta, a elegir un nombre y, en algunos casos hasta a armar un ajuar. Pocos días después del alumbramiento, ellas y sus hijos desaparecían.

Capdevila y “el equipo médico”
La mayoría de los partos eran atendidos por el médico ginecólogo del Hospital Naval, Jorge Luis Magnacco, casi siempre con la colaboración con Carlos Octavio Capdevila. Los médicos eran asistidos por un grupo de detenidas-desaparecidas, escogidas en general por sus conocimientos de enfermería, las que también quedaban al cuidado de las mujeres después del parto.

Una de esas secuestradas que colaboraban en el parto y en los cuidados posteriores de las madres fue Sara Solarz de Osatinsky. Viuda de Marcos Osatinsky, dirigente de las FAR, uno de los prófugos de Trelew luego asesinado llegó trasladada a la ESMA el 14 de mayo de 1977 y hasta noviembre de 1978 fue testigo de quince embarazos. Su testimonio fue determinante para la identificación de Capdevila como uno de los “responsables” de la maternidad.

En su declaración en la Causa ESMA, señaló que para la época en que ella llegó secuestrada “el parto se realizaba en la misma habitación (donde estaban las embarazadas) sobre una mesa que ellas tenían, había una mesa grande y (Carlos) Capdevilla venía con material que decía que estaba esterilizado, eran las sábanas de color verde que se ponían y al resto de las embarazadas, porque la pieza era para cuatro, las sacaban de la habitación y volvían cuando se retiraba todo el material, estaba lavada la criatura y quedaba la criatura con la madre también en la habitación”.

Otros testimonios permitieron establecer que hasta 1977, la maternidad clandestina también funcionó en la enfermería y en el Casino de Oficiales, casi siempre con la participación de Capdevila.

La confesión de un juramento traicionado
De partícipe del Terrorismo de Estado y del plan sistemático de apropiación de bebes, diez años después de terminada la dictadura, el médico Capdevila buscó ser indemnizado por la Armada debido a una supuesta “neurosis de guerra” que le habrían ocasionado sus “actos de servicio” mientras estaba en la Escuela de Mecánica de la Armada.

El expediente que abrió esa fuerza sobre su caso resultó de singular importancia para establecer su participación en los delitos de lesa humanidad cometidos durante la dictadura. En la declaración que figura en el expediente, el propio Capdevila reconoce: “Fui asignado por orden del señor director de dicha Escuela, a una Unidad de Tarea cuya misión era desarrollar operaciones contra la subversión. El marco en que se desarrolló mi actividad y el tipo de tareas que debí cumplir hicieron que permanentemente me encontrase en la disyuntiva de cumplir con mi juramento hipocrático como profesional médico y mi carácter de militar; opté por cumplir con las exigencias que el servicio militar me imponía y en medio de una gran presión psíquica; fueron muchas las noches de insomnio tanto en mi destino como en los pocos momentos que pasaba en mi hogar; mi psiquis vivía en conflicto permanente”.

Y remató: “Los sentimientos o conceptos de moral y legal se habían borrado en mí por así decirlo”. (Infobae – Por Daniel Cecchini)