Vicentin: ese curioso método argentino de resolver problemas agrandándolos

La Argentina, como el mundo entero, tiene un problema muy serio en estos meses. No se llama Vicentin. Se llama coronavirus. Se trata de un desafío que, mal manejado, puede producir decenas de miles de muertes en un país y que, más allá de la estrategia que tome cada gobierno, seguramente dejará sociedades cansadas, angustiadas y empobrecidas. El martes pasado, la revista Time, una de las más prestigiosas e influyentes del mundo, mencionó a nuestro país entre los que mejor enfrentaron semejante catástrofe. En ese comentario, incluyó dos agregados. Por un lado, sostuvo que en esa área al país le quedan desafíos pendientes. Por el otro, comentó que el desempeño argentino constituye una “sorpresa”, en función de la manera en que resolvió siempre otros problemas, como el de la macroeconomía.
En comparación con el coronavirus, otro problema, el de la empresa Vicentin, es de una magnitud infinitesimal. Vicentin es una empresa que debería ser exitosa por el sector al que pertenece, ya que exporta granos. Sin embargo, en diciembre del año pasado, antes de la asunción de Alberto Fernández, dejó de pagar sus deudas. Entró en default. Durante los meses anteriores, para evitar que eso ocurriera, el Banco Nación le prestó una cantidad de dinero delirante. Sería natural que se abriera una investigación seria e independiente sobre por qué se le prestó tanta plata de los argentinos a una empresa que ya estaba sobreendeudada y que, en poco tiempo, formalizaría su condición de insolvente.
Hay discusiones sobre cuán cerca del cierre estaba Vicentin a comienzos de junio. En cualquier caso, si cerraba, hubiera sido un problema más, pero muy menor al lado de los problemas de verdad que tiene el país. Vicentin emplea a mil trabajadores. En el país, cada día, están quedando sin trabajo mucho más que eso. Y, si finalmente se desataba la crisis, el Estado podría haber tenido un argumento muy visible para articular algún tipo de intervención.
El lunes 8 de junio, el presidente de la Nación, Alberto Fernández, anunció sorpresivamente la expropiación de Vicentin. Lo hizo sin tener en cuenta las opiniones de su ministro de Agricultura, del gobernador de la provincia afectada, de los líderes agrarios más cercanos al Gobierno, de su ministro de Economía, del juez que conducía el concurso preventivo. Según su propio relato, unos días antes una senadora camporista le había llevado la propuesta y entonces decidió ponerla en marcha.
A ese desatino, le siguieron dos tipos de respuesta. Algunos dirigentes, como el gobernador de Santa Fe, Omar Perotti, o el ex ministro de Economía, Roberto Lavagna, sugirieron alternativas moderadas, en las que mezclaban una solución con participación mixta de empresas estatales y cooperativistas, con mayor o menor participación de los Vicentin, y encaminada en el marco del proceso judicial en marcha.
Pero, inmediatamente, apareció otro sector que impulsó cacerolazos en defensa de la propiedad privada y empezó a derramar acusaciones de chavismo, sierra maestra o advertencia de que “avanza la tiranía”. Este tercer grupo tuvo su día de fiesta en el día de ayer, en el que se pudo ver a cientos, tal vez miles, de manifestantes sin barbijo, a una distancia ciertamente peligrosa para su salud, y para la salud de los otros argentinos.
En los tiempos de las manifestaciones masivas de oposición contra el gobierno de Cristina Kirchner, los programas oficialistas repetían siempre una estrategia: entrevistaban mucha gente y emitían al aire los testimonios más disparatados, de aquellos que tiraban teorías conspirativas, gritaban contra el comunismo, reivindicaban el genocidio de la dictadura militar o insultaban a la Presidenta en los peores términos.
Ayer no era necesario editar nada. Con solo poner el micrófono se aparecía la caricatura que “678″ construía sobre la oposición al kirchnerismo: gente poco cuidadosa con su salud, que gritaba que hoy se trata de Vicentin pero mañana de todos los demás, pedía que se acabara la dictadura comunista que impuso la cuarentena porque “mil muertos no son nada”. “La OMS miente”,”No queremos ser Venezuela”, “Basta de cuarentena comunista”, se leía en los carteles. Y cosas por el estilo.
Hubo momentos de las demostraciones que serán difíciles de olvidar. Por ejemplo, cuando uno de los dueños de Vicentin le habló a los manifestantes en su pueblo. En ningún momento el señor explicó por qué entró en default. Se trata de un hombre que dejó sin su plata a miles de personas ¿Por qué lo trataban como un héroe, o como una víctima?
Responder a esa pregunta le corresponde a mucha gente: al Presidente que anunció la expropiación, a las personas que por oposición terminan vivando a cualquiera, pero también a los periodistas que no formulan esas preguntas obvias. En cualquier país de tradición democrática, la prensa se hubiera dedicado a diseccionar a los dos actores del conflicto: al Gobierno y a los Vicentin. Mirar con un solo ojo no ayuda a comprender la naturaleza de los problemas.
Es difícil saber cuál fue la dimensión de la protesta de ayer. Claramente, no es una elección ni tampoco una manifestación donde la gente se pueda contar. Las cacerolas retumban mucho en algunos barrios. Pero, ¿cuántas son las que suenan y cuanto el eco que producen? Las caravanas de autos también son difíciles de medir. ¿Será que la protesta de ayer expresa a gran parte de la población o a una minoría? ¿Se parece a la caricatura del antikirchnerismo que pintaba 678 o es una expresión masiva? Además del ruido en las redes y de la simpatía de algunos medios con esa expresión bastante primaria, ¿cuán representativa fue?
Sea como fuere, si uno vuelve al punto de partida, todo es exagerado. El viernes por la noche, Perotti presentó una solución moderada para evitar la expropiación. El presidente habló con el líder de Coninagro para anunciarle la marcha atrás. Las cosas parecían más encaminadas. Si ese camino se consolidara, tal vez la sociedad podría dejar atrás ese problema insignificante llamado Vicentin, cuya dimensión escaló, por la torpeza de unos, y el fanatismo de otros, a niveles delirantes.
El caso Vicentin ofrece una buena medida de la magnitud de los problemas que tiene el país. El fracaso de la empresa es producto de una época: la de Mauricio Macri. Hasta diciembre del 2015 era una empresa próspera y sólida. Pero la solución que propuso el kirchnerismo empeoró las cosas. Algo parecido sucedió esta semana con la retirada de Latam del país. Hasta diciembre del 2015, Latam era una empresa próspera. Ganaba dinero. Los problemas serios de Latam empiezan con la devaluación de Mauricio Macri, que le hizo perder cerca de 300 millones de dólares entre 2018 y 2019. Sin esas pérdidas, seguramente hubiera tenido espaldas para enfrentar el golpazo que le propinó la pandemia.
El Gobierno argumenta que, en este contexto, no perjudicó a la empresa sino que la ayudó pagando parte de sus salarios. Pero hay un sector del oficialismo que tiene una visión muy negativa de los emprendimientos privados: en este contexto, mucha gente se siente en riesgo. La huida de Latam, o de Marcos Galperin, habilitan a preguntarse cuál es la mirada del Gobierno frente a los empresarios: hasta ahora ha sido, como mínimo, volátil, con una trayectoria irregular. No se trata de un tema para ser infantil o improvisado.
Los problemas producidos por la administración Macri son muy evidentes para cualquier persona seria. Vicentin entró en default antes de la llegada de Alberto Fernández. Para entonces, Latam ya había perdido 300 millones de dólares. En ese período el país había contraído una deuda multimillonaria, como ningún país en la historia en tan breve período de tiempo, y ya había dejado de pagarla. Es cierto que muchos participantes del debate público olvidan esa parte de la historia cuando comentan los casos. O que otros atribuyen los problemas a que “avanza la tiranía de Cristina”.
Pero los problemas están. Y así como la sociedad le cobró a Macri que no supiera resolver lo que él heredó, o que los pronunciara como lo hizo, tarde o temprano le preguntará a Alberto Fernández por los efectos de sus propias recetas. Es inevitable. Son las reglas: nadie tiene derecho a quejarse.
Encontrarle soluciones a la Argentina de hoy será complicadísimo. Lo fue siempre. Pero el coronavirus potenciará todos los problemas. Frente a esos desafíos, hay dos caminos visibles. Por uno de ellos, el Gobierno recibió un enorme respaldo popular, y elogios de inesperados de sectores de la prensa mundial. Por el otro, se encerró en un laberinto que termina en esta sucesión de disparates.
Para quien guste de las fábulas, esta tiene una moraleja bastante clarita. (Infobae – Por Ernesto Tenembaum)