La curva de contagios se fue trasladando del AMBA a otras ciudades. A la espera de la vacuna, aún falta mucho camino por recorrer.
Cuando el 11 de marzo la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaraba al coronavirus como pandemia, nadie imaginaba que la Argentina iba a atravesar casi desde esa fecha por doce etapas de aislamiento que en la Ciudad de Buenos Aires y el conurbano se sintieron con mucha fuerza.
Desde aquel 11 de marzo, el virus se extendió rápidamente por todo el mundo, que registra unos 30 millones de contagios y alrededor de un millón de muertes. Al momento de ser declarada la pandemia, el virus ya circulaba en los cinco continentes, pero más de dos tercios de los casos registrados desde el inicio de la propagación del virus se encontraban en Asia.
Sin embargo, fue en Europa donde el virus se propagó con mayor rapidez: la segunda quincena de marzo, más del 80% de los nuevos casos mundiales fueron detectados en este continente. Por eso, el 20 de marzo comenzó en nuestro país la primera de las etapas de aislamiento en donde se prohibió a toda la población abandonar sus hogares con la excepción de salir a comprar alimentos o medicinas. En principio fue hasta fin de mes pero después se extendió, con algunas excepciones.
Si bien esas primeras semanas fueron de poco movimiento en las calles, América Latina experimentó un fuerte incremento de casos y muertos a partir de junio, registrando alrededor de la mitad de las nuevas muertes durante todo el verano europeo, hasta convertirse hoy en la región del mundo más afectada, en parte por la grave situación que atravesó Brasil.
Sin embargo, los números más complejos en Argentina empezaron a verse en agosto y se mantienen en septiembre, con un promedio de 10 mil positivos por día y entre los países con más fallecidos por millón de habitantes, si se toma un promedio móvil de los últimos días.
Mientras que en el Área Metropolitana la cuarentena siguió durante todos estos meses con un control estricto y se fueron habilitando actividades a cuentagotas, en el resto de la provincia de Buenos Aires y el país la situación atravesó momentos de “nueva normalidad”, en general, hasta mediados de año. Es que el virus “se trasladó” con fuerza a Jujuy, Mendoza, Santa Fe y Córdoba, en otros distritos, lo que hizo que esas administraciones tomen medidas de restricciones drásticas. De hecho, hacia mediados de septiembre ya el 50% de los positivos se registraban fuera del AMBA.
Amparándose en que la curva de contagios se mantiene “alta pero estable”, el Gobierno porteño avanzó desde principios de septiembre con los permisos para que bares y restaurantes atiendan a sus clientes en calles y veredas. En contraposición, el Gobierno bonaerense no solo no permitió nuevas aperturas, sino que sumó restricciones a una decena de municipios del interior donde surgieron nuevos focos de contagios.
Aunque es difícil determinar cuánto del daño económico fue causado por la pandemia y cuánto por la cuarentena, algo que desde la oposición al Gobierno vienen criticando e incluso impulsando a protestas en las calles, lo cierto es que Argentina vive una caída económica muy fuerte.
En este contexto, el Gobierno tomó una serie de medidas únicas en la historia del país, como el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE), que alcanza a casi 9 millones de personas o el programa de Asistencia al Trabajo y la Producción (ATP) para aquellos empleadores que requieran ayuda del Estado para pagar una parte de los salarios. Además de la prohibición de despidos, se congeló el valor de los alquileres y de las tarifas, entre otras tantas medidas.
Sin clases, sin actividades masivas y con la incertidumbre sobre qué pasará con el turismo en el verano, el país arranca una nueva etapa de la cuarentena con final incierto, a la espera de una vacuna que, en principio, llegará con suerte en el segundo trimestre del año que viene. (DIB) FD