Hubo cuatro grandes movilizaciones en las que se reclamó la flexibilización del aislamiento. Pero las consignas se mezclaron con cuestiones políticas.
En el inicio de la pandemia, allá por el 20 de marzo, el presidente Alberto Fernández dispuso el Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio en un clima de respaldo unánime. Su estilo pedagógico y el temor ante la amenaza desconocida elevaron su popularidad por las nubes y mantuvieron a todos –o a casi todos, si se exceptúa a los trabajadores esenciales- dentro de sus casas sin atisbo de queja.
Pero con el paso de las semanas, una corriente crítica comenzó a hacerse sentir: con la mirada puesta en modelos de manejo de la pandemia más abiertos que el argentino, primero se cuestionó la cantidad de testeos que se hacían, luego de puso el foco en las consecuencias económicas del aislamiento y, finalmente, en el costo social y las deviaciones político-institucionales que propiciaría.
Claro que los cuestionamientos no llegaron de modo inmediato. La experiencia de países como Brasil, cuyo presidente Jair Bolsonaro minimizó siempre la gravedad de la pandemia y tuvo un aluvión de casos y el acompañamiento al Gobierno que en principio mostró la oposición, demoraron un poco la emergencia de un tipo social -y político- que finalmente terminó por ver la luz: el anticuarentena.
El primer desafío importante en las calles ocurrió el 25 de mayo, y desde entonces todas las protestas de ese tipo se dieron en fechas patrias. Desde el vamos, se enarboló una agenda “mixta”, que combinó reclamos ligados a la cuestión estrictamente sanitaria con otros, más amplios, de cariz más político que comenzaron a identificarlas con la oposición.
Una de las constantes de la protesta fue su convocatoria desde las redes sociales. El perfil de los manifestantes mezcló ciudadanos de clase media afectados en lo económico con libertarios enojados con el Gobierno y adherentes a teorías conspirativas de todo tipo, sobre la inexistencia de la pandemia hasta su origen de diseño en algún oscuro laboratorio chino.
Esa primera protesta tuvo poca participación explícita de la dirigencia opositora y una respuesta tibia del oficialismo: más allá de que la diputada del Frente de Todos Ofelia Fernández tildó de “forros” a quienes marcharon, el jefe de Gabinete, Santiago Cafiero se limitó a decir que “no estuvo bueno” que ocurriese.
El movimiento, con todo, estuvo lejos de ser una particularidad argentina. En casi toda Europa hubo manifestaciones similares con el correr de los meses, bajo regímenes de administración de la cuarentena incluso mucho más abierto que el argentino. Una de las primeras se dio el 13 de mayo en Alemania y unos días antes en Polonia. En el primero de esos países llegaron a estar prohibidas.
Para el 20 de junio, la siguiente fecha patria, el ambiente estaba mucho más tenso, no solo porque la cuarentena se extendía. Cinco días antes, el Gobierno había anunciado la intervención de la cerealera de capitales santafesinos Vicentin, como parte de un plan que incluía su expropiación. Eso le dio a la macha un perfil político opositor mucho más definido. Incluso el expresidente Mauricio Macri se manifestó por primera vez en apoyo al reclamo, después de haber firmado un primer documento contra las cuarentenas, redactado por el escritor Mario Vargas Llosa con argumentos liberales clásicos y firmado por líderes de la centroderecha de todo el mundo. Un poco antes de eso, intelectuales y artistas argentinos habían firmado una declaración pública en la que acuñaron el neologismo “infectadura” para referirse a la situación del país.
Aunque el Gobierno dio marcha atrás con Vicentin, el siguiente desafió abierto a la cuarentena, que se dio el 9 de julio, aumentó el grado de politización: el final de la novela de la cerealera no estaba claro aún y eso exacerbó los ánimos. El impacto económico se hizo más fuerte y las restricciones empezaron a mostrar claros signos de fatiga social. Unos días antes de la protesta, se produjo un hecho trágico: el jubilado Ángel José Spotorno, un hombre que fogoneaba las marchas por temor a “la vuelta del comunismo”, murió contagiado. A partir de ese episodio, el Gobierno intensificó la advertencia por los posibles picos de contagios a partir de las marchas, algo que nunca se terminó de confirmar.
El aniversario de la muerte del general San Martín, el 17 de agosto, fue el día de la marcha más concurrida. Con la reforma judicial ya lanzada y a 139 días de la imposición de la cuarentena, referentes partidarios y culturales de la oposición como Patricia Bullrich y Luis Brandoni asumieron en forma explícita la convocatoria a la protesta. El Gobierno contestó con artillería pesada: el gobernador Axel Kicillof, por caso, llamó “aluvión psiquiátrico” a los manifestantes. Varios de ellos llegaron a al departamento de la vicepresidenta Cristina Fernández, ubicado en un edificio en el que un vecino había colgado una bandera que decía: “Argentina República Democrática”. (DIB) AL