El ejemplo de heroísmo de quienes fueron a sabiendas a una batalla perdida de antemano, nos invita a reflexionar sobre el presente y sobre nuestras propias decisiones
Corría el año 1845. La Confederación Argentina estaba sufriendo un bloqueo llevado adelante por las dos mayores potencias políticas, económicas y militares de la época: Inglaterra y Francia. El objetivo era provocar el desabastecimiento de la población para debilitar el gobierno de Rosas que se empecinaba en hacer cumplir la Ley de Aduanas de 1835, concebida para proteger y resguardar la producción artesanal del interior. Inglaterra y Francia pretendían surcar las aguas de jurisdicción nacional sin pedir permiso, sin pagar tributo, sin respetar la legislación argentina.
Ambas potencias decidieron remontar las aguas del Paraná con buques de guerra que abrirían paso a un convoy de 100 buques mercantes pletóricos de manufacturas destinadas a inundar la plaza doméstica e incluso llegar hasta Paraguay y el Sur del Brasil. El espíritu colonial de las invasiones inglesas de 1806 y 1807 y de la usurpación de Malvinas en 1833 estaban presentes en esta nueva intentona belicosa.
Inglaterra venía de derrotar a China luego de la llamada Guerra del Opio, llevada adelante también en nombre de la libertad. La libertad de Inglaterra de exportar y traficar opio fronteras adentro de China. La libertad ha sido enarbolada a lo largo de la historia para enmascarar objetivos curiosos, inconfesables, despreciables.
La Confederación Argentina era la resultante de la unión voluntaria de trece provincias que decidieron unificar sus relaciones exteriores en cabeza del Gobernador de Buenos Aires. La Confederación transitaba un proceso de desarrollo autónomo como consecuencia del proteccionismo aduanero y de una política de afirmación territorial que puso fin al desmembramiento y atomización del otrora Virreinato del Río de la Plata.
La Batalla de la Vuelta de Obligado se desarrolló el 20 de noviembre. Fue una completa derrota militar, si tenemos en cuenta que las bajas criollas fueron diez veces superiores a las bajas gringas. Pero fue un triunfo político inconmensurable. El coraje y la decisión de defender lo propio puso en crisis los objetivos imperiales. Más allá de la asimetría en términos militares, la firme voluntad de defender la soberanía nacional se impuso en lo que es recordado como una gesta histórica. San Martín, en una carta al General Guido, dijo: “Los interventores habrán visto que los argentinos no son empanadas que se comen sin más trabajo que abrir la boca.” Años después, el mismo General San Martín legaría su sable, el sable de la Independencia, en manos de Rosas “…por la firmeza con que ha sostenido el honor de la República contra las injustas pretensiones de los extranjeros que pretendían humillarla”.
La Historia no es el ejercicio de recordar un pasado muerto. La Historia supone siempre una reflexión sobre los desafíos del presente. Muchas enseñanzas se pueden extraer de esa gesta. Hoy elijo recordar el ejemplo de Martiniano Chilavert, unitario y decidido opositor al gobierno rosista. Ante el bloqueo y la intentona usurpadora, eligió dejar de lado las diferencias domésticas para enrolarse en la defensa de la soberanía y de la integridad territorial argentina “por ser opuesto a mis principios combatir contra mi país unido a fuerzas extranjeras, sea cual fuera la naturaleza del gobierno que lo rige”. Tuvo la grandeza de distinguir lo principal de lo secundario, lo importante de lo anecdótico. Martiniano Chilavert estuvo al frente de una de las baterías situadas en el margen derecho del Paraná, haciendo fuego contra los navíos invasores. Martiniano Chilavert es un ejemplo de patriotismo que debemos siempre recordar, así como su aciago final cuando fue fusilado en 1852 luego de la Batalla de Caseros, víctima del odio ciego de los enfrentamientos fraticidas.
El ejemplo de heroísmo de quienes fueron a sabiendas a una batalla perdida de antemano, nos invita a reflexionar sobre el presente y sobre nuestras propias decisiones. La Batalla de Obligado nos enseña lo que es la dignidad, sin duda. Pero también nos enseña que hay batallas que jamás son en vano, porque suponen un triunfo rotundo donde otros ven un tropiezo. Obligado fue una victoria. La victoria de la voluntad, de la inteligencia, de la clarividencia del liderazgo y del coraje en el campo de batalla. Fue también, es justo decirlo, la victoria de quien tuvo claridad de objetivos, entendiendo que hay cuestiones que trascienden la coyuntura más inmediata.
No todos tuvieron la misma actitud de arrojo y coraje que Lucio Mansilla, Martiniano Chilavert, Eduardo Brown, Juan Alzogaray y los cientos de gauchos que pelearon fieramente para defender nuestro terruño y dignidad. Algunos otros eligieron sumarse alegremente a la cruzada invasora, llenándose la boca, cuándo no, de palabras como libertad y democracia. La burguesía comercial librecambista pensaba al país como mero apéndice agropastoril de las metrópolis industrializadas, desdeñando a las provincias, a las poblaciones nativas y a todo intento de consolidación soberana. Deslumbrados por lo foráneo, carecían de un sentimiento de afirmación nacional, y apenas se concebían como esbirros de un proyecto de sumisión y dependencia. No es necesario hacer nombres, porque la historia ya los ha olvidado por su insignificancia, miserabilidad y cipayismo.
Hoy tenemos por delante otras batallas, acaso tan desparejas como la de aquel lejano 20 de noviembre de 1845. Seguimos siendo un país que se sigue debatiendo entre la soberanía o el vasallaje, la autonomía nacional o la dependencia. Hoy soberanía es desendeudarse, generar trabajo genuino, defender la producción nacional, reclamar infatigablemente por nuestros derechos sobre Malvinas. Hoy sabemos que hablar de soberanía nacional es hablar también de justicia social, porque la Patria no es sólo el terruño sino también personas concretas, con sueños, anhelos, esperanzas y proyectos de vida situados en el aquí y ahora. No hay Nación sin Pueblo, son dos términos inescindibles el uno del otro. Patria, soberanía o autonomía nacional suponen necesariamente un pueblo digno, con trabajo, con igualdad de oportunidades, con posibilidades de ascenso social.
La política es el terreno de esas batallas. Construir organización, debatir ideas, insistir en ensanchar las bases de sustentación del proyecto nacional: ese es el camino inexcusable si pensamos en recuperar el espíritu de Obligado, la vocación de ser Nación, la decisión de pensar un país federal verdaderamente integrado en términos sociales y geográficos. El heroísmo de aquellos patriotas es el fuego sagrado que nos anima a seguir soñando con el viejo anhelo sanmartiniano: ser una Nación liberada de todo tutelaje para poder construir nuestro propio destino de grandeza. (Fuente: Infobae)