Ya casi pasó el año en el que vivimos al ritmo del brote y del rebrote; el año en que el Covid-19 detuvo nuestras rutinas y nos encerró en casa, sin importar si teníamos 5 o 95 años o si «casa» era en Sudáfrica, Australia, Bolivia, Finlandia o la Argentina. Se acaba el año que queremos dejar atrás pero no sabremos si podremos porque varias preguntas nos agobian: ¿verdaderamente se diluirá la pandemia en 2021? Cuando lo haga, ¿con qué mundo nos toparemos, cómo habrá cambiado?
Las vacunas están llegando. Como era de esperar en un mundo desigual, primero arribaron a las naciones más poderosas. Y eventualmente, en un proceso que algunas organizaciones estiman que recién se completará en tres años, lo harán al resto del mundo.
Rodeadas de polémica, en especial en la Argentina, las vacunas tienen rasgos que permiten a los especialistas especular con que la pandemia cederá de manera significativa, pero no desaparecerá. La pospandemia incluirá la convivencia con el virus.
Los cambios en el mundo, menos sometidos ellos a la ciencia y más al azar del matrimonio entre dinámicas sociales, económicas, políticas y tecnológicas, son, sin embargo, inciertos.
A lo largo de la historia, desde la Grecia antigua hasta el siglo XX, otras pandemias alteraron el curso de guerras; modificaron rutinas diarias, abrieron el cauce de grandes revoluciones económicas; promovieron las primeras luchas por derechos laborales; obligaron al hombre a replantear su relación con Dios; inspiraron las artes visuales y las letras; condujeron a los países a crear sistemas sanitarios públicos y a las ciudades; a extremar sus servicios de cloacas y agua potable; dieron vuelta la medicina, cambiaron la arquitectura y el diseño de hogares y transporte público; alimentaron o combatieron desigualdades; diezmaron poblaciones y achataron su esperanza de vida.
Fueron cambios en todos los niveles, desde hábitos a creencias y órdenes globales; en todos los sentidos, positivos y negativos, y en todas las velocidades, graduales o precipitados.
En 2020, con la mayor pandemia en 100 años, tampoco faltaron los cambios: entre otras cosas, se aceleró la vida remota; se agravó la desigualdad, entre las naciones de altos, medios y bajos ingresos, entre los chicos con acceso a la educación digital y aquellos sin conexión, entre los empleados en blanco y los trabajadores informales, entre quienes tienen acceso rápido a la vacuna y aquellos que no. ¿Pero cuán duraderos y profundos serán esos cambios? Para contestar eso, sirven algunas preguntas.
- ¿Cuándo se diluirá el Covid-19?
La respuesta -aún indeterminada- a esa pregunta se construye sobre varias otras incógnitas.
La primera generación de la vacuna contra el Covid-19 alcanzó niveles de eficacias que pocos especialistas esperaban, pero enfrenta, también, algunos desafíos: aplacar un virus que, según el Covid-19 Genomics, muta dos veces por mes, en promedio, y hacerlo con varias incertezas, generadas por la velocidad del desarrollo, que tomó menos de un año frente a los más de 10 que lleva habitualmente el proceso.
Esos interrogantes son: ¿qué tan frecuentes y fuertes serán los efectos adversos más allá de las seis u ocho semanas? ¿Podrá la inoculación prevenir no solo la enfermedad o la enfermedad grave sino también enfermedad asintomática y cortar así con el contagio? ¿Cuánto durará la inmunidad y, por lo tanto, cada cuánto deberán las naciones embarcarse en la dantesca tarea logística de vacunaciones masivas?
Con una minuciosa vigilancia a lo largo de 2021, las autoridades sanitarias de la gran mayoría de los gobiernos y los laboratorios apuntan a contener los efectos adversos y confrontarlos en las próximas generaciones de la vacuna.
En cuanto al tipo de inmunidad y su duración, el indicador más sólido viene, por ahora, del reporte científico de la vacuna de Pfizer, publicado por los investigadores que participaron del desarrollo y los ensayos -entre ellos el médico argentino Fernando Polack- en The New England Journal of Medicine, la semana pasada.
«Estos datos no hacen referencia a si la vacunación previene la infección asintomática», dice el reporte.
Es decir, no hay certezas aún de que la vacuna contra este coronavirus alcance el gran «triunfo» de una vacuna: la inmunidad esterilizante, el blindaje contra la propia infección y un escalón esencial para llegar a la hoy tan ansiada inmunidad de rebaño en un tiempo moderadamente corto.
Sin embargo, la vacuna Pfizer -y las otras -garantizan la «inmunidad protectora», una característica que, aunque no haría desaparecer el virus, sí le haría perder potencia.
«En general las vacunas protegen contra la enfermedad y/o la enfermedad grave. No protegen contra la infección, pero la pueden limitar. Con la inmunidad protectora, el virus se excreta menos y, en consecuencia, va bajando la carga viral con la que circula, por lo tanto se reduce la transmisión. Ese es el escenario más posible con estas vacunas [contra el coronavirus] «, explicó a LA NACION un virólogo argentino que trabaja en Estados Unidos.
Dos consecuencias tendrá, entonces, ese efecto de la vacuna en el panorama sanitario de 2021 y en la vida de los países más golpeados, entre ellos la Argentina. Al prevenir la enfermedad, ayudará a reducir la morbimortalidad, hoy el objetivo más urgente de todas las naciones.
Por otro lado, con una buena porción de la población vacunada en el segundo semestre, caerán el número de enfermos y la presión sobre el sistema sanitario, y la normalidad recuperará bastante del color previo a marzo de 2020. La pospandemia está entonces ya a la vista.
Pero no del todo, porque el virus no desaparecerá ya que las vacunas no proveen -según muestran los resultados actuales- inmunidad esterilizante. Los especialistas advierten que ciertas medidas de distanciamiento social -como evitar eventos masivos- y el uso de tapabocas persistirán al menos durante 2021.
En los años siguientes, a medida que la inoculación se extienda a todos los países y las nuevas generaciones de vacunas lleguen perfeccionadas y más testeadas, el coronavirus pasará a ser como la polio, la viruela, el sarampión o el cólera, epidemias que, en algún momento, agobiaron al mundo y luego fueron controladas hasta el punto de casi desaparecer.
2-¿Cuánto cambiará al mundo pos pandemia?
Esa pregunta ronda cada rincón del planeta. Algunas de esas epidemias, sobre todo, la viruela y el cólera, marcaron, en su tiempo, los ritmos del mundo, lo traumatizaron y lo forzaron a cambios radicales.
Frank Snowden, uno de los más prestigiosos historiadores de la medicina, postula que las enfermedades infecciosas moldearon la evolución social tanto como las guerras o las revoluciones económicas. ¿Será eso lo que termine sucediendo con el mundo pospandemia de coronavirus?
Jared Diamond, biólogo y geógrafo especializado en la historia de los gérmenes, cree que no, que el impacto del Covid-19 no será el de otras pandemias. «A diferencia de otras epidemias del pasado, este virus no amenaza con causar derrotas militares ni reemplazos de población», escribió en un ensayo de julio pasado.
En decenas de países, entre ellos la Argentina, la pandemia devoró parte de la economía, multiplicó la pobreza, dejó a millones de chicos con pocas horas de clases y encerró a sociedades enteras. Allí la afirmación de Diamond parece algo provocadora. Sin embargo, los tiempos de esta pandemia le quitan fuerza a su impacto.
A diferencia de lo que ocurrió con otras pandemias, como las de la viruela o la peste bubónica (que duraron siglos), el mundo comienza a divisar el final de la crisis apenas un año después de que comenzara. Será, claro, el fin de la pandemia y no de su doloroso legado, y será, también, el momento de pensar en las lecciones.
Algunos de los actos más frecuentes de la vida cambiarán: varias líneas aéreas ya insinúan que exigirán un «carnet de vacunación» para viajar; la higiene y la distancia social serán mayores protagonistas de la rutina; el trabajo se dividirá más entre la casa y la oficina; el comercio digital será parte común del día incluso en los países con baja capacidad de internet.
Pero ¿si el trauma no es tan grande, como indica Jared, nos olvidaremos rápido de la pandemia y eludiremos las lecciones necesarias para evitar que se repita, para evitar que descalabre al mundo y se ensañe con los que menos tiene?
Hay un puñado de naciones que recién comenzarán a vacunar a partir de la mitad del año. Son las naciones que ya experimentan el futuro -una vida en alerta, con cuidados pero sin la parálisis de las cuarentenas interminables- porque aprendieron del pasado.
«Estamos soportando relativamente bien el Covid-19, por lo que no comenzaremos la vacunación si aún no se han verificado sus riesgos; lo haremos en dos o tres meses», dijo Park Neung-hoo, ministro de Salud de Corea del Sur.
Con 45.000 infecciones y 659 muertes en una sociedad de 51 millones de habitantes, Corea del Sur aprendió de las pandemias de MERS y SARS y se preparó al detalle para ésta. En el grupo de los países que se pueden dar el lujo de esperar y ver los efectos adversos de la vacuna, están Nueva Zelanda y Vietnam, dos naciones antagónicas en el tamaño y riqueza de su población. Ambas, sin embargo, comparten algunas o las tres características que distinguen a las naciones que enfrentaron con éxito y pocos contagios, decesos y sobresaltos la pandemia; todas ellas en Asia y el Pacífico.
«Capacidades estatales, disciplina social y experiencia pandémica, todas tienen una o más de esas características», advirtió, en diálogo con LA NACION, el politólogo Andrés Malamud, que monitorea el desempeño de algunas naciones ante la pandemia, desde su comienzo.
Ni solo responsabilidad del Estado ni solo culpa de la sociedad. Aún cuando el trauma no sea ni profundo ni duradero como el de la peste bubónica, el desafío que la pandemia le deja a las naciones más afectadas, entre ellas la Argentina, es aprender, cambiar los hábitos y preparar, con consenso, los recursos e instituciones, no solo porque el coronavirus no desaparecerá, sino porque nuevas epidemias llegarán.(Fuente:La Nacion/Por: Inés Capdevila)