El Presidente argumenta diversas razones para explicar la supervivencia política de ministros, secretarios e interventores. Sin embargo, en Casa Rosada creen que hay varios que tienen el “ticket picado”
Alberto Fernández repite idéntico modus operandi cuando un integrante del Gabinete comete un error grave que toma estado público: blasfema palabras irreproducibles en la intimidad de Olivos o Balcarce 50, destierra durante largas horas al funcionario que está en jaque político, debate con su círculo de poder si “tiene el ticket picado”, y en los medios protege como puede al ministro, secretario o interventor que transformó su humor cotidiano en una bola incandescente de fuego.
El Presidente ejecutó este código político cuando Felipe Solá, Ginés González García, Victoria Donda y Carla Vizzotti se equivocaron con gravedad en asuntos públicos o privados y causaron un fuerte daño institucional al Gobierno. Sin embargo, hacia adelante, Alberto Fernández tratará de diferente manera a los ministros, la secretaria de Estado y a la interventora que pusieron en una situación incómoda a su Gobierno frente a la opinión pública.
Solá inventó un diálogo del jefe de Estado con Joseph Biden, presidente electo de los Estados Unidos, durante un reportaje concedido a una radio de Buenos Aires. Y Alberto Fernández, frente a ese hecho inédito en la historia de las relaciones exteriores, puso al canciller en un freezer y aún busca a un sucesor que mantenga el equilibrio interno en la Casa Rosada.
Hasta ahora, cada vez que hubo un cambio en el Gabinete, Cristina Kirchner colocó a sus referentes en los puestos que quedaron vacantes. Sucedió cuando Alejandro Vanoli fue reemplazado por Fernanda Raverta en el ANSES, y se repitió la lógica política al renunciar María Eugenia Bielsa en el Ministerio de Habitat, que dejó su cargo en manos de Jorge Ferraresi, vicepresidente del Instituto Patria.
Alberto Fernández no descarta a Jorge Arguello como canciller. Arguello conoce de política exterior y es amigo personal del Presidente, pero su designación en el Ministerio de Relaciones Exteriores dejaría vacante la embajada argentina en los Estados Unidos, un sitio clave en la agenda geopolítica del jefe de Estado.
Y si no es Arguello, el Presidente tendría que buscar otros candidatos en la coalición oficialista, un ejercicio político que podría poner en carrera algún referente del kirchnerismo duro. La vicepresidente se refugia en su propio silencio y aguarda una oportunidad para coronar en la Cancillería: tiene una carta que está asignada en New York y sabe cómo funciona la diplomacia global y los organismos multilaterales.
Entonces, Alberto Fernández mantiene el status quo para preservar el equilibro interno a la espera de encontrar un sucesor de Solá que no sea un free rider con entrada directa al Instituto Patria. Hasta que eso ocurra, Solá será canciller.
Acorde a la descripción desnuda que se hace en el primer piso de la Casa Rosada, la estabilidad de Ginés González García es comparable con la situación política de Solá. El ministro de Salud Pública es amigo del Presidente, pero ya cometió todos los errores necesarios para sellar su futuro en el Gabinete Nacional.
Ginés González no participa de las conferencias de prensa más importantes para comunicar la agenda estratégica del Gobierno, ni tampoco viajó a Rusia para lograr que llegaran las primeras partidas de la vacuna Sputnik V. Y todo eso sucedió por orden directa de Alberto Fernández.
El desgaste político de Ginés González inició por una sucesión desafortunada de declaraciones públicas y se aceleró en las últimas horas cuando pisó un operativo de prensa oficial montado para relativizar las declaraciones de Carla Vizzoti afirmando que era posible vacunar a 20 millones de argentinos con la primera dosis de la Sputnik V.
La secretaria de Salud fue sugerida por Gines González al Presidente, y por eso fue designada al instante. Pero con el correr de las semanas, en plena pandemia, Vizzotti le demostró a Alberto Fernández que podía reemplazar al ministro de Salud sin mayores inconvenientes. Y a Ginés González no le gustó.
Alberto Fernández no podía creer cuando leyó que Vizzotti sugería la posibilidad de vacunar a 20 millones de argentinos entre enero y marzo de 2021. El Presidente descartó ese plan de cumplimiento imposible, y ordenó una secuencia de notas para aplacar las críticas -técnicas y políticas- a las inesperadas declaraciones de la secretaria de Salud.
Vizzotti iba a estar a cargo de su propia desmentida, y el plan era cortar los cuestionamientos sin demora alguna. El plan se demoró casi 24 horas, y la secretaria de Salud no podía creer la molicie organizada desde la cartera de Salud. En Gobierno aseguran que Vizzotti no salió en tiempo y forma por decisión política de Gines González.
“Ginés le hizo pagar su error a Carla, pero en realidad se equivoca. Pagó el Gobierno”, explicó un miembro del gabinete que conoce muchísimos secretos de la Casa Rosada.
-¿Que sucederá con Vizzotti?-, preguntó Infobae.
-Nada. Carla se equivocó y Alberto (Fernández) estaba muy molesto. Pero ella tiene crédito: hizo muchísimas cosas valiosas y todos lo sabemos.
-¿Y que pasará con Ginés González?
-Su ciclo en el ministerio terminó.
En este contexto, con pleno rebrote de contagios y casi 45.000 muertos por COVID-19, Alberto Fernández aguarda su oportunidad para anunciar el reemplazo en la cartera de Salud. Y a diferencia del caso Solá, el presidente tiene un candidato posible y probado: se llama Vizzotti.
Como sucedió con el canciller, el ministro de Salud y su secretaria de Estado, Alberto Fernández hizo lo imposible para relativizar la decisión de Victoria Donda de ofrecer a su empleada doméstica un cargo en el INADI.
Donda asumió la gravedad del asunto y puso a disposición su renuncia como interventora del INADI, pero fue rechazada en Olivos por simple aritmética política: si Solá y Ginés González mantienen sus cargos, porque ella debería vaciar los cajones de su despacho oficial.
Mientras la pandemia constituya una razón de Estado, el Presidente no forzará un cambio de Gabinete, y Solá, Ginés González y Donda mantendrán sus puestos. Pero si el COVID-19 atenúa su faena mortal, u otro hecho político ratifica -de nuevo- el concepto de funcionarios que no funcionan, Alberto Fernández apretará el botón rojo.
“Son sus tiempos. Depende del Presidente. Y de nadie más”, explicaron anoche en la Casa Rosada.
(Fuente: Infobae)