José Figiacone dedujo una ecuación “estructural” de los campos gravitatorios que dice que corrige “errores” de Einstein y explicaría la atracción de los cuerpos y las demás fuerzas de la naturaleza. ¿Pero puede realmente un outsider hacer un aporte revolucionario a la ciencia en pleno siglo XXI?
José Figiacone es un ingeniero civil de 81 años con amplia trayectoria como ejecutivo en Techint, Aguas Argentinas y AySA, empresa que dirigió entre 2017 y 2019. Pero, además, es un físico aficionado que durante más de cuatro décadas se sumergió en libros, reflexiones y cálculos y se propuso resolver lo que considera “el mayor problema de la física”: una ecuación gravitatoria integral que prescinda de constantes universales que no se deducen de ella, que sea válida desde los astros hasta el interior de los átomos, que encaje con otras teorías y explique mejor el funcionamiento del universo. Y dice que la encontró.
Si estuviera en lo cierto, podría aspirar a buscar su lugar en el Olimpo de la física. “Ya lo dijo Einstein: el próximo gran salto de la física lo tendrá que dar un outsider”, asegura Figiacone. Sin embargo, la mayor parte de los científicos considera que, en pleno siglo XXI, es virtualmente imposible que alguien sin trayectoria, credenciales y dedicación profesional específica pueda realizar un aporte sustancial en un campo tan complejo, lo que también ilumina aspectos de la dinámica de la ciencia y las posibilidades de penetración de ideas disruptivas o revolucionarias.
“Desde hace 40 ó 45 años que me dedico a la investigación en física teórica. Donde yo estuviera, en el trabajo, en la sala de espera del médico o en un bar, estaba con papel y hojas y lapicera concentrado en alguna idea o teoría. Mi inquietud era mucho más la física que el trabajo del día a día”, cuenta Figiacone a Infobae.
Lo primero que lo movilizó, dice, fue su “rechazo visceral a aceptar el tiempo como una magnitud de existencia universal y que depende de la velocidad del observador”, tal como planteó Einstein en su teoría de la relatividad especial o restringida de 1905 (un fenómeno que da lugar a la famosa “paradoja de los gemelos”, según la cual el que viaja por el espacio a velocidades cercenas a la de la luz cuando regresa es más joven que aquel que se quedó en la Tierra).
Tras los pasos de Einstein
Figiacone asegura que también lo desafió una propuesta de Einstein y su colega Leopold Infeld en un libro de 1939, La física, aventura del pensamiento: que la física debería poder ser desarrollada por cualquier observador independientemente de la posición que ocupe en el Universo. “Hoy la física que conocemos desde el punto de visto teórico se basa en convenciones o constantes empíricas establecidas en la Tierra y por lo tanto desconocidos por un observador situado fuera de ella”, afirma.
En particular, Figiacone abordó lo que considera el desafío central de la física de este siglo: el problema de gravitación, cuya resolución “es fundamental para poder interrelacionar todas las fuerzas presentes en la naturaleza”. Uno de los requisitos de la tan elusiva “teoría del todo”.
“Las fuerzas electromagnéticas se lograron explicar. Las fuerzas interatómicas se lograron explicar. La fuerza de la gravitación nunca se logró explicar, y poder hacerlo tiene una importancia vital”, postula.
Después de desprenderse de principios físicos “equivocados” sobre el movimiento, abrazar el concepto de campo, introducir la energía cinética como un factor imprescindible para que se produzca la atracción entre los cuerpos y usar como modelo el sistema solar, Figiacone dedujo una ecuación de los campos gravitatorios “que demuestra que tanto la teoría de la relatividad (especial y general) como la teoría cuántica son totalmente compatibles con la física clásica. Y que se pueden obtener los mismos resultados que los obtenidos con las teorías electromagnética y atómica, de manera más simple y sin necesidad de recurrir a convenciones”, jura.
Y aclara: “Yo no combato a Einstein. Por el contrario, trato de dar continuidad a sus enormes aciertos y dejar atrás lo inservible”.
Convencer desde afuera
Pero una cosa es postular, y otra es convencer. En la ciencia, el conocimiento se construye tanto con experimentos, deducciones u observaciones como con la validación externa de los pares. Existe un sistema formal que obliga a comunicar los avances a los colegas a través de revistas científicas, congresos de la especialidad o preimpresiones, lo cual permite el escrutinio y discusión informada de los resultados, con los datos más relevantes a la vista de todo el mundo. Carl Sagan decía que “grandes afirmaciones requieren de grandes evidencias”.
Figiacone intentó brevemente seguir ese camino, pero no encontró la aclamación o recepción de la comunidad de expertos que había soñado. En 2005, presentó un esbozo o estudio anticipatorio de la gravitación en el encuentro “Le Siécle d’ Albert Einstein”, que tuvo lugar en el Palacio de la UNESCO en París, Francia. Y luego repitió el intento con una versión más depurada en la 37° Asamblea General de la Comisión de Investigaciones Espaciales (COSPAR), celebrada en Montreal, Canadá, en 2008. “Un par de físicos de Canadá y de la India se mostraron interesados y me pidieron copias del trabajo. Pero me di cuenta de que esos congresos son sobre todo reuniones sociales, y que el ambiente científico es muy duro para aceptar las nuevas ideas”, afirma.
Una física del CONICET que participó del segundo de esos congresos no recuerda a Figiacone. “Las asambleas de COSPAR constan de muchas sesiones y tienen hasta más de 3000 inscriptos. Entonces, es muy difícil que uno mire un póster o escuche una charla si no es de su área de interés”, dice a Infobae.
Desalentado por esas experiencias, y a la manera de Galileo en el siglo XVII o Darwin en el siglo XIX, Figiacone optó por una opción clásica para difundir su razonamiento o sus teorías: publicar un libro. Lo hizo hace pocas semanas, con una edición elegante que tituló La gravitación. Ecuación estructural de los campos gravitatorios. En 306 páginas y 31 capítulos, el ingeniero despliega antecedentes, fórmulas y “validaciones” de la ecuación deducida mediante la comparación con otros resultados obtenidos con distintas teorías. “No me queda ninguna duda de que sea correcta”, enfatiza. En la bibliografía de su obra solo cita 18 libros de física publicados entre 1939 y 2007.
Algunos científicos han alentado y celebrado la contribución de amateurs como Figiacone. Freeman Dyson, un eminente físico teórico que falleció en marzo de 2020 afirma en su libro El científico rebelde (2006) que “en casi todas las profesiones, los aficionados tienen más libertad para experimentar e innovar”. Y que “es de esperar que los aficionados del próximo siglo, utilizando las nuevas herramientas que la tecnología moderna pondrá en sus manos, consigan invadir y rejuvenecer toda la ciencia”.
Dyson recordó que el auge de los científicos aficionados se dio en los siglos XVII y XVIII, con libertad para saltar de un área de la ciencia a otra y poner en marcha nuevos proyectos. Pero que, a partir del siglo XIX, la actividad se hizo cada vez más profesional. “Es difícil imaginarse que, en el momento actual, un físico o un químico aficionados puedan hacer una contribución importante a la ciencia y situarse como Darwin en la primera fila con Edwin Hubble y Albert Einstein”, admitió, aunque insistió en que eso podría cambiar en el futuro.
Para Miguel De Asúa, un historiador de la ciencia y profesor de metodología de la investigación de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM), resulta difícil establecer cuándo la ciencia se estructuró de tal manera que se “cerró” como comunidad de especialistas. “Diría que eso ya estaba bien avanzado en la primera posguerra y cristalizado en la segunda posguerra”, señala a Infobae.
“En principio, sigue siendo posible para cualquiera escribir un artículo y enviarlo a publicar para que sea juzgado por los pares. Pero esto implica conocer los procedimientos para hacer tal cosa (poder escribir un artículo especializado en el idioma universal de la ciencia) y estar familiarizado con la literatura específica, de modo tal de entrar en diálogo con los que conocen el tema en profundidad”, añade el también investigador del CONICET.
“Los aficionados deben reconocer sus propios límites”
Otros científicos, en cambio, son mucho más escépticos y hasta hostiles con los forasteros. A. W. Peet, un físico teórico nacido en Nueva Zelandia que a mediados de los ’90 compartió algunos años en Princeton con el argentino Juan Maldacena (“yo era más experimentado, ¡pero él era claramente más inteligente!”, recuerda) reclamó en su blog que los aficionados reconozcan sus propios límites: es imposible realizar investigación en teoría de cuerdas, cosmología o cualquier otro campo de la física teórica sin un entrenamiento científico formal y un conocimiento avanzado de matemática.
“Por favor, no me pidan mirar o criticar cualquier nueva ‘teoría’ sobre física moderna si no tienen un título universitario en física”, clamó Peet, quien investiga y enseña en la Universidad de Toronto, Canadá. Y utilizó una analogía: “¿Cuál es la probabilidad de que una persona sin entrenamiento musical pueda tocar un concierto de piano sin errores la primera vez que se sienta frente al instrumento? ¡Esencialmente, cero! Ni siquiera Mozart podría haber hecho eso. Se necesita aprender teoría musical y técnicas manuales con un profesor experto, y años de práctica diaria”.
El caso de Figiacone que le describe Infobae le recuerda el de cientos de físicos aficionados que ha conocido o de los que ha oído en 30 años de carrera como investigador, dice. “Si alguien reclama haber hecho una revolución en física teórica sin haber recurrido a los mecanismos básicos de rendición de cuenta de los investigadores, como publicaciones en revistas con revisión por pares o presentaciones (en congresos) donde puede escuchar con atención las críticas, ¿por qué habría que darles publicidad gratuita?”, dispara Peet.
La doctora en física de la UBA y divulgadora Estefanía Coluccio Leskow, quien hizo un posdoctorado en física de partículas en Italia y enseña física y matemáticas en las universidades de Buenos Aires, San Andrés, Luján y de la Ciudad de Nueva York (CUNY), reconoce que la comunidad científica es reacia a aceptar teorías disruptivas y más si no provienen del ámbito académico. “Uno enseguida sospecha… porque la verdad es que se deben cumplir ciertos requisitos, como publicar artículos revisado por los pares. Son las reglas de juego”, señala a Infobae.
Coluccio Leskow coincide con Peet en que resulta muy improbable o imposible que alguien pueda escribir una novela en chino y ganar el Nobel de Literatura conociendo apenas los rudimentos del idioma. “Siglos atrás, uno podía tocar cosas y hacer experimentos y sacar conclusiones. Pero llegó un punto en que todo lo tangible se terminó y ya no quedan frutas del árbol al alcance de la mano, hay que salir a buscar las que están más lejos y con nuevas matemáticas. Me parece muy difícil imaginar que un aficionado pueda desarrollar toda una teoría y hacer un aporte relevante en la física moderna sin ese dominio matemático, aunque quizás sí podría plantear algunas ideas interesantes”, sostiene.
Por audacia, por convicción o porque no sabe a lo que se enfrenta, Figiacone no se amedrenta ante los obstáculos. Está seguro de que la historia lo va a terminar reconociendo. “Estoy convencido de que va a ser perfectible, como es perfectible todo. Quizás dentro de 10, 20 o 50 años perfeccionarán lo que he hecho, pero estoy seguro de que no contiene errores”, enfatiza.
Por estos días, Figiacone está envolviendo y despachando ejemplares de su libro a algunas personas, incluyendo profesores de universidad, colegas y periodistas. También lo va a traducir y sueña con hacerlo llegar a la NASA, “donde interesa todo lo que tenga que ver con la gravitación”. Y promete publicar una síntesis en un servidor de preimpresión para científicos. Espera confiado su sitio en la posteridad, pero quiere ayudar al proceso. “Hay que hacer muchas telas de araña para que en alguna se atrape la mosca”, compara. (Fuente: Infobae)