Argentina es hoy una aldea sin recursos, que eligió alejarse de las naciones más prósperas para ubicarse en la puerta trasera del mundo
La gravedad de los niveles de pobreza que exhibe en la actualidad nuestra nación es un gran semáforo rojo para toda la sociedad en tanto la atraviesa transversalmente, con mayor desocupación, incremento desmedido del narcotráfico, robos crecientes, como algunos de los efectos evidentes que no pueden ser ocultados y hacen sonar las alarmas de la sensatez. Se suma toda la problemática de los menores y los millones de personas que viven en condiciones indignas.
En este año 2021, que ya dio sus primeros pasos y parece, en cierta forma, una continuación del 2020, una nueva Argentina emerge de la pandemia, en el cual se nos invita a un asado (las elecciones de medio término), donde la carne que se va a comer es la de los propios votantes. La cruda realidad de la calle, del laburante de a pie, habla por sí sola. Cantidades de locales cerrados, oficinas sin gente, empresas sin trabajo y muchos más problemas que soluciones generan un tsunami muy difícil de controlar.
No me voy a detener en el análisis de los datos de los indicadores de pobreza que llegaron al 42%, afectando a 19.4 millones de personas ya que dos trabajos publicados en este mismo portal, uno de Martín Kanenguiser que se detiene sobre los datos crudos y el otro de Pablo Wende, que se ocupa de los efectos en la empobrecida clase media, analizan con profundidad los números informados por el INDEC. Lo que sí me interesa a partir de esos datos es analizar qué nos está pasando cómo país. Encontraremos tantas respuestas como queramos, pero lo cierto es que el fracaso del modelo de país es hoy una realidad incuestionable.
Entre la oratoria bélica que se ha apoderado de la escena pública y el fuego amigo que termina incendiando todo lo que pasa a su alrededor (Mercosur, Negociación con el FMI, entre lo más destacado de los últimos días), lo que nos está pasando es que hemos perdido el norte como nación, porque el corto plazo resulta más importante para quienes tienen la responsabilidad de dirigirnos. Tienen un ojo puesto en octubre de 2021 y otro en 2023. No se gobierna para sanar una nación rota, sino en la búsqueda de los objetivos personales, a los que luego se intenta alinear con los objetivos populares para que parezca que se ocupan de los problemas de la gente.
La realidad palpable que se puede observar, ni bien cruzamos la puerta de nuestros hogares, es el incremento de personas en situación de calle pidiendo una moneda para comer o simplemente mendigando ayuda. Son parte ya del triste paisaje nacional y popular. Postal que se suma a incontables persianas de locales bajas, oficinas cerradas, Pymes que no volvieron a reabrir sus puertas, como síntomas de un país al borde de la catástrofe. Esa postal se colorea con una casta dirigente que se exhibe más preocupada por las PASOS, que por las vacunas, por diputados que agreden a colegas suyos como muestra de la impotencia en el uso de la palabra, por comediantes que amenazan con agredir a diputados, y sindicalistas que aprietan empresarios. Son los condimentos de la dicotomía entre la realidad de la población sufriente y la otra realidad, la de la política adornada por los relatores del relato tan salvaje como infame. Así no vamos a ninguna parte. Eso es lo que nos está pasando.
Las coincidencias básicas para una vida en sociedad civilizada y próspera se encuentran quebradas. El escenario actual con los niveles de pobreza recientemente informados (pero ya conocidos por todos), alcanzó una situación que se puede calificar, sin lugar a dudas como dramática, al mismo tiempo que el “negocio” de la grita sigue tan vigente como el deterioro de la sociedad en todos sus niveles. La falta de reflexión suficiente sobre las propias conductas de nuestros dirigentes en pos de sus objetivos personales, alejados del bien común y de la prosperidad de sus dirigidos, es lamentablemente. El norte que los guía no es el del bienestar común, sino el “juego de tronos” por el poder en sí mismo y su perpetuación. Todo lo demás termina siendo accesorio. Es una realidad que debemos comprender en su real magnitud para entender lo que estamos atravesando en una Argentina donde la democracia, en la forma que la conocimos hasta ahora, se encuentra en serio riesgo.
La naturaleza destructiva de nuestro comportamiento como colectivo social nos ha colocado justo en el lugar que estamos, en el fondo del pozo. Argentina es hoy una aldea pobre, que eligió alejarse de las naciones más prósperas para ubicarse en la puerta trasera del mundo, en búsqueda de alianzas ideológicas decadentes. Las consecuencias de las decisiones que en materia de política exterior tomaron nuestros gobernantes, nos ubican hoy lejos de donde deberíamos estar. Con la extravagante situación de que algunos, incluso, se muestran orgullosos de ese logro aislacionista, lo cual no es más que una torpeza imperdonable por las consecuencias desastrosas que genera para toda la sociedad.
La discusión actual que se da desde la política es entre dos modelos absolutamente distintos, república vs. autocracia. Esa riña de gallos, solo nos puede colocar en un lugar peor. Nunca se mejora discutiendo la forma democrática y republicana de gobierno, donde la separación de poderes es la regla y no una opción a gusto y elección de quien detente el poder que los votos populares le han concedido (ojo, esa concesión nunca es eterna, es a plazo). Por caso las PASO deben celebrarse en los tiempos que dicta la Constitución, ¿si en plena pandemia dura facilitamos la estructura para que lo hicieran los ciudadanos Bolivianos, porque no haríamos lo mismo con lo nuestro?
Otra diferencia importante que debe ser considerada, entre muchas, es que en una democracia republicana los representantes sindicales ejercen sus funciones de manera lógica y acorde a las reglas de juego y las leyes vigentes. En las autocracias, los sindicalistas son arietes del poder que adoptan posturas abusivas, propias de las películas que exponen la mafia italiana -quién no ha visto una película sobre el tema- donde la extorsión en cualquiera de sus formas pareciera ser la conducta “estándar”. Lamentablemente eso hace que haya menos inversiones, y que sean más las empresas que abandonan el país, que las que se quedan. A la vez que encarecen todos los costos de transacción, en particular, para los más necesitados. La conducta de un sector del sindicalismo nacional y popular es tan reprochable como perjudicial, incluso, para ellos mismos.
Para colmo, la riqueza de ciertos “capos” de sindicatos -con vacuna VIP y todo- es llamativa, a la vez que la exhibición de sus bienes debería -de comprobarse- haberlos colocado dentro del círculo selecto de quienes tienen que oblar la gabela a los ricos (para algunos mal conocido como Aporte Solidario), si es que no estuvieran ocultos en un entramado de testaferros que lo colocan “six feet under” de cualquier radar. Otro paradigma de una nación extraviada en la inmoralidad colectiva.
¿Qué nos está pasando? En un país donde la pobreza alcanza el 42% de la población la discusión debería ser diferente. Hablar de Lawfare, del adelantamiento de las PASO, del avión de Messi, de las vacunas militantes, de los bolsos de la televisión pública, de las empleadas domésticas a las que una funcionaria del estado le ofrece un puesto pago por todas y todos y de tantas cosas más, como los saltos en la fila del vacunatorio VIP, es un claro indicador que la amoralidad se apoderó de la función pública. La niña M parece hoy un evento lejano, cuando en la realidad de todos los días, está más presente que nunca. Eso es lo que nos enseña un indicador como el 42% de la pobreza.
¿Qué nos sigue pasando? El agujero fiscal de nuestra economía es perturbador, pero la clase privilegiada de nuestros dirigentes, que ni siquiera tuvieron el buen tino de bajar un poco sus dietas, no se muestra preocupada y ocupada en solucionarlo. Eso sí saben hablar del problema y pueden describirlo a la perfección, pero de ahí a los hechos “la nada misma”. La inflación no cesa y está haciendo estragos, a la vez que afecta a los que menos tienen. Hablar hoy de populismo me parece un contrasentido, por la sencilla razón de que en el barco “La Argentina” el intento populista ya fracasó, no tiene sustentabilidad, solo le queda seguir emitiendo una moneda sin valor alguno, y que, de hacerlo seguirá perdiendo cada vez más valor. El arma del populismo se ha quedado con la pólvora mojada por su propia impericia.
¿Por qué nos pasa lo que nos pasa? La pelea de gallos que nos toca presenciar es hoy entre dos modelos de país. Uno republicano y fundado en la separación de poderes tal y como ordena la Constitución Nacional. El otro modelo es la autocracia, donde un gobierno, legitimado por el voto popular, termina siendo el gobierno de uno, de manera tal que ese “uno” hace y deshace a su gusto. Se personifica el poder en una sola persona. Y, para mantener ese poder, el autócrata debe eliminar toda competencia a la vez que incrementa el control de la economía, en nuestro caso, de las cajas de las empresas del estado que dan un flujo de fondos continuo e importante, donde se reparte su control en los cuadros militantes del autócrata.
Cualquiera puede darse cuenta que ese modelo de país solo está destinado a la ruina, a fagocitarse con más rapidez, lo que genera, a su vez una mayor cantidad de pobres. Con lo cual, ese 42% de pobreza que indicaba al comienzo solo es una parada en el largo derrotero en picada que ha emprendido el barco “La Argentina”, cuyo destino final está cada vez más cerca del Titanic. Los responsables principales del hundimiento son los que están en el puente de mando.
¿Culpables? Todos los que votamos y concurrimos a las urnas y digo todos, porque en un país epilépticamente democrático como el nuestro tuvimos y tenemos la clase dirigente que hemos votado. Con lo cual la dualidad: oficialismo-oposición, es responsabilidad de todos. Y esa responsabilidad es de la sociedad, donde la corrupción no es el valor que más peso tiene en la población a la hora de votar, y nos termina colocando en lugar que hoy estamos ubicados, es decir como una aldea pobre del sur del mundo cada vez más alejada de la civilización.
¿Soluciones? Muchas y muy variadas, esa es la buena noticia. Pero la mala sigue siendo la discusión actual en punto al modelo de país, el respeto por la división de poderes, el acatamiento de la ley, donde cumplirla no sea una opción, sino una obligación de todos y todas. Donde no se milite la vacunación en medio de la pandemia. Hecho que por su gravedad nos vomita en la cara el tipo de sociedad que hoy tenemos. La moral de una gran mayoría de los argentinos, lamentablemente es de una vara muy baja, cualquiera la puede saltar, solo unos pocos, muy pocos, no juegan ese juego. Pero aún no alcanzan para tener un país mejor. La construcción de una nueva identidad como país es una utopía con los niveles actuales de pobreza, corrupción, falta de respeto por la ley y la ausencia de todo aquello que hace que un país funcione correctamente.
¿Qué nos está pasando? Quizás en el “Martín Fierro” encontremos alguna explicación: “Ave de pico encorvado, le tiene al robo afición, pero el hombre de razón no roba jamás un cobre, pues no es vergüenza ser pobre, es vergüenza ser ladrón”.
Feliz Pascua para todas y todos.
(Fuente: Por
)