La ex presidente ratificó de hecho que jugará fuerte y lo hará en Buenos Aires. Pero el dato político novedoso marca la línea para descargar responsabilidades de gestión. Atribuyó al “miedo a la vacuna” muchos de los fallecimientos. Y el miedo sería fruto de confusiones generadas por la oposición y los medios
Cristina Fernández de Kirchner administra sus gestos públicos -presenciales o por escrito- para que queden instalados como un hecho político mayor y, sobre todo, como una guía para el oficialismo. Su presencia central en un acto junto a Axel Kicillof, en La Plata, ratificó la decisión de jugar fuerte en el territorio que considera propio. Ya había dado muestras más reservadas pero efectivas, impulsando una reconsideración de las restricciones en materia educativa. Y en el punto de coincidencia con los planes nacionales -la apuesta al plan de vacunación como recurso de campaña- fue más allá que todos, sin reparos: expuso la letra para descargar culpas por la cifra de muertes. Fue a la vez el síntoma más claro de los temores que recorren al oficialismo.
La ex presidente hizo un llamado formal a la oposición para dejar de lado el coronavirus y las vacunas en la disputa política. Es decir, apuntó a neutralizar cuestionamientos por la administración de las restricciones y los problemas para comprar vacunas -muchos de factura propia antes que atribuibles exclusivamente al contexto mundial-, junto al impacto social y económico de esa combinación. Eso, junto a la campaña para dar por exitoso el plan de vacunación, en función del mejor ritmo de embarques y más allá del déficit y los interrogantes sobre segundas dosis.
CFK cerró el acto. Antes, el gobernador había expuesto el telón: duros y extensos párrafos contra las gestiones de Mauricio Macri y María Eugenia Vidal, pero especialmente, a esta altura, descalificación de la oposición para hablar de clases presenciales y cualquier consideración sanitaria. El mensaje repetido acusa a Juntos por el Cambio de buscar el desánimo social, la confusión y el temor frente a las vacunas.
Ese sería el prólogo de la línea impuesta por la ex presidente. Apenas disimula los temores del Gobierno en esta materia. Como todo se lee por los posibles efectos y ya en la mesa de arena electoral, el fantasma de las cien mil muertes y la escalada de los contagios por encima de los 4,5 millones de casos es visto como un horizonte que antes se proyectaba impensable. Suena increíble, sino frívolo, como si el problema estuviera restringido a las marcas récord y no al proceso y sus secuelas.
Pero aún atada a ese único cálculo, la señal de CFK fue transparente. “No podemos seguir discutiendo y envenenando a la gente con que la vacuna tal sirve o no sirve”, dijo en La Plata, y añadió para enfatizar el sentido: “Pido en nombre de tanta gente que tal vez no se vacunó por miedo y que hoy no está y sus familiares la lloran… que por favor dejemos la vacuna y la pandemia afuera de la disputa política”.
No fue una frase aislada. Desde hace rato, desde la provincia de Buenos Aires se viene convocando a vacunarse a personas que no lo hicieron y que pertenecen a grupos etarios que ya recibieron al menos la primera dosis. La argumentación política es que esa falta de inscripción en cada etapa se deba a campañas de desaliento. En rigor, cuesta suponer que esas supuestas campañas sean tan potentes como para competir contra la publicidad oficial. Además, no parece que en la Argentina las posiciones antivacunas por razones más o menos ideológicas o de creencias puedan tener un amplio impacto frente al coronavirus.
Existiría una responsabilidad del Estado nacional, y a escala de cada distrito, para generar confianza, en medio, por supuesto, de algunas incertidumbres que circulan en todo el mundo. Y tal vez pese sobre todo la falta de información adecuada, y no la publicidad ya proselitista vestida como publicidad oficial. A eso se sumaría cierta caída de tensión en los cuidados, fruto de la fatiga después de largas cuarentenas, confinamientos y otras restricciones, con el cortinado de fondo de las señales contraproducentes desde el poder, con reuniones, actos, comidas, a contramano de las “conductas” formalmente promovidas.
Pero todo indica que el problema mayor está constituido antes que nada por las demoras para iniciar y luego profundizar el plan de vacunación, por la falta suficiente dosis para masificar las aplicaciones antes de la llegada de los primeros fríos. Eso no es en rigor un problema superado: el tiempo perdido es irrecuperable.
Sin embargo, el problema para CFK fue el fenómeno de “tanta gente que tal vez no se vacunó por miedo” y hoy es llorada por su gente querida. Fuerte. El “miedo” sería consecuencia de las discusiones y desaliento atribuidos a la oposición, centralmente, y a los medios. Se trataría de malas decisiones personales por efecto de temores fabricados artificialmente y con objetivos políticos contra el Gobierno. Ese, síntesis, sería el descargo de culpas, con proyección a un cuadro que se teme aún grave y sostenido.
En línea con deslindar responsabilidades y adjudicarse logros o éxito por la mayor llegada de embarques, el Gobierno festejó hace tiempo la cifra de los 10 millones de dosis, con la camiseta argentina del 10, y ahora acaba de celebrar la llegada de una carga que anota los 20 millones. Alberto Fernández estuvo en el aeropuerto de Ezeiza acompañador por el jefe de Gabinete, Santiago Cafiero; la ministra Carla Vizzotti y la asesora Cecilia Nicolini. Los funcionarios lucieron pecheras en celeste fuerte, con imágenes de un corazón y una jeringa, y la leyenda “Argentina te cuida”.
No está claro si CFK sabía que la misma noche del acto en La Plata el Presidente iría a Ezeiza para la foto por la llegada de un embarque de AstraZeneca. Esa imagen fue difundido por la Casa Rosada y por Alberto Fernández en las redes sociales. La ex presidente ya había marcado el terreno que concentrará sus esfuerzos. De paso, dejó otro tema latente: un impreciso pero repetido mensaje sobre un “sistema de salud integrado”. Otro modo de formatear la agenda del oficialismo.
(Fuente: Infobae)