Laura Belli en el Ciclo Ciencia en el Bar en Chascomús. La falta de pruebas sobre mujeres en laboratorios hace que se lancen al mercado medicamentos que tienen efectos secundarios adversos en la población femenina.
Por Agustina Fourquet
El miércoles de esta semana, un nuevo ciclo de “Ciencia en el Bar” que organiza el Instituto Tecnológico de Chascomús, IIB-INTECH UNSAM CONICET en el bar Contrapunto, trajo como invitada a Laura Belli, una joven doctora en filosofía especializada en bioética, investigadora, profesora universitaria y miembro del un comité de ética del hospital Argerich, para hablar de “Perspectiva de género en la salud”. Conocía a Laura de Twitter, por sus intervenciones en el debate feminista y sabía que daba cursos o materias junto a Diana Maffía, una de las feministas más reconocidas y de más trayectoria en nuestro país (y que en lo personal más admiro y siempre me detengo a escucharla y leerla). Una grosa, va. Por lo que estando en Chascomús fue mi mejor plan para el miércoles. Mientras tomábamos unas birras y picamos unas papas con cheddar en Contrapunto, la propuesta fue pensar cómo la ausencia de una perspectiva de género, o mejor dicho una mirada o sesgo androcéntrico, que pone al punto de vista masculino como el parámetro de lo neutral u objetivo, ha afectado no sólo la participación de las mujeres en puestos directivos en hospitales y salas de atención, sino sobre todo nuestra salud.
Una de los puntos que más me sorprendió, tal vez por lo novedoso del tema para mi, es que la falta de representación de mujeres en las investigaciones científicas en laboratorios previas al lanzamiento de una nueva droga, hace que se lancen al mercado medicamentos que tienen efectos adversos secundarios sobre las mujeres. Las pruebas en los laboratorios están masculinizadas por diferentes razones como cuestiones hormonales o el embarazo puede obstaculizar el avance del trabajo con la muestra en el laboratorio. Ni hablar de la falta de representación de otras identidades como los trans o intersex, cuya expectativa de vida en nuestro país es de apenas 40 años, y después nos preguntamos por qué. Lástima que ni siquiera podemos tener estadísticas oficiales de las causas de muerte de poblaciones trans, porque hasta en las planillas de defunción en los hospitales, sólo se puede elegir entre hombre o mujer.
Según nos contó Laura, se descubrió que las mujeres procesamos de diferente manera la anestesia, algo que no había sido previsto ni investigado hasta que se empezaron a dar cuenta que la mayoría de las personas que se despertaron en el medio de una operación fueron mujeres. Miedo. Y los síntomas de un paro cardíaco son diferentes en mujeres y en hombres, y sin embargo los más conocidos y los que en el imaginario de todos funcionan como los síntomas universales (dolor en el pecho por ejemplo) son síntomas exclusivamente masculinos. Los de las mujeres son otros, casi no se conoce, y esto hace que un diagnóstico tardío pueda generar más muertes en mujeres. Esa desigualdad sí se puede ver.
En la pared del fondo del bar donde Laura dio su charla se podía leer el cartel “Navila presente” y mientras los organizadores presentaban a la investigadora, el femicidio de la joven chascomunense de 15 años asesinada por un hombre de 56 años fue recordado como la expresión máxima y más violenta del machismo. Pero también están los micromachismos, aquellos que llevaron a cuestionar a la víctima porque se prostituía, o cuestionar dónde estaba la madre o qué hacía una chica de 15 con uno de 56. Esa misma mirada que no se pregunta a la inversa qué hace un tipo de 56 con una de 15 y dónde estaba su padre o el Estado. Todo tiene que ver con todo.
La charla fue una clase magistral de género, pero de esas que se pueden disfrutar en un bar tomando una birra y ofrecida por alguien que desde una seguridad intelectual muy fuerte, puede transmitir con simpleza conceptos muy complejos o difíciles de digerir para muchas personas. Como por ejemplo la diferencia del sexo biológico, vinculado con el aparato reproductor, conocido hoy como “el sexo asignado al nacer”, que tampoco es binario macho/hembra, sino que hay muchas otras más variables que casi todos desconocemos. La identidad de género, que es la identidad autopercibida, subjetiva y auto atribuida (una persona trans es por ejemplo aquella que se identifica una identidad de género diferente al sexo biológico). Y la orientación sexual, que está más vinculado con el deseo y las relaciones sexo afectivas (así un gay es una persona que siente deseo por otra persona de su mismo sexo).
En su práctica profesional, Laura se especializó en la atención ginecológica y nos preguntó si nos habíamos puesto a pensar por ejemplos sobre los varones trans que menstrúan (personas que nacieron con un aparato reproductor hembra o su sexo biológico es de mujer, pero su identidad de género es de hombre). Tenés razón, nunca lo había pensado. ¿qué pasa con ellos pidiendo un turno con la ginecóloga y sentados en su consultorio? Se pregunta Laura y afirma que esto es impensado para hoy en la mayoría de los ginecólogos y se una realidad a la que hay que darle respuesta y atención médica. Esto me hizo recordar al caso de Luana, la primera niña trans en obtener el DNI en nuestro país a los 6 años con identidad de género femenina, que hoy ya con 12 años decidió no realizar los tratamientos de bloqueo de pubertad para evitar desarrollar caracteres esperables para una persona trans, la nuez, la barba, la contextura física, porque podría generar consecuencias muy negativas en su salud, tales como descalcificación en huesos o reducción de su tamaño corporal.
Tareas de cuidado informal no remunerado sostienen un Estado impotente
El ideal femenino está asociado al cuidado de otras personas, y el masculino al ser el proveedor de la familia. Esto no fue siempre así, aclaró Laura, sino que esta idea de familia y distribución sexista del trabajo se impuso con la modernidad y luego de la revolución industrial. Las tareas de cuidado informal no remunerado, esto es cuidar a hijos, sobrinos, abuelos, ancianos, etc, siempre recae sobre las mujeres de la casa: madres, abuelas, tías; incluso, cuando esas mujeres tienen sus trabajos formales fuera del hogar. Esto es injusto y además afecta la calidad de vida de esas mujeres y la posibilidad de desarrollarse en otros ámbitos como el profesional o académico. En el CONICET por ejemplo, las mujeres investigadores son las que tienen mejores promedios y mejores papers, pero su desempeño empieza a declinar a partir de los 30 años, que es la edad en la que empiezan a ser madres y tienen que dedicarse al cuidado de sus hijos. La propuesta no es que dejemos de tener hijos, sino que las prácticas de cuidado sean más equitativas entre hombres y mujeres, que los varones también tengan licencias para cuidar a sus hijos y que el Estado acompañe, por ejemplo con jardines maternales y guarderías. Y por último, lo más impresionante es que esas tías, abuelas y madres que se están encargando de cuidar a niños, ancianos y enfermos de forma gratuita y pagando con su tiempo libre y calidad de vida, lo que están haciendo ni más ni menos es sostener un sistema de salud deficiente no sólo en Argentina, sino en toda América Latina, señaló Laura. Porque si esas mujeres no entregaran su tiempo de forma gratuita como lo hacen, esos niños, ancianos y enfermos deberían ser atendidos en hospitales, guarderías, salas de atención primaria, etc y el sistema de salud colapsaría porque no tiene estructura para dar respuesta a la población. O sea que las mujeres estamos sosteniendo a un Estado impotente. Y esto se va a ir agravando con los años, porque la expectativa de vida es cada vez mayor… ¿quién va a cuidar de nuestros ancianos? ¿Van a seguir siendo las mujeres? Si es así, por lo menos paguémosle, no? Después vemos cómo incluimos también a los varones.
La desigualdad de género, que siempre debe ser pensada en el marco de otras desigualdades estructurales como la pobreza, el acceso a al educación, la salud, etc, aclara Laura, más cercana a la corriente feminista llamada inteseccional (piensa la desigualdad de género atravesada por otras desigualdades como la clase, la raza, etc). Por supuesto que también la desigualdad se ve en el acceso a los puestos directivos y de decisión tanto en Ministerios, Hospitales como en Salas de Atención Primaria. A pesar de que las mujeres tienen mejores promedios académicos, solo el 20% de los puestos directivos en hospitales y otras estructuras sanitarias están ocupados por mujeres. La ONU misma, que es la institución referente en el mundo en temas de salud, sólo tuvo 2 directoras mujeres de los 10 que pasaron por ese puesto. No hay carteles que digan “prohibido entrar mujeres”, esa lucha ya la ganamos, dice Laura. Pero el hecho de que no haya mujeres es una muestra de que sí existen mecanos implícitos que las segregan y las dejan afuera o ponen obstáculos para su ingreso. Y tenemos que volverlos explícitos, pensarlos o cuestionarlos para cambiarlos.
Estuvimos hasta las 22 horas tomando cerveza, y en mi caso tomando notas porque tengo ese defecto profesional, enganchados a una charla muy honesta, muy sólida y con muchas evidencias sobre la desigualdad de género en la salud, y la vida misma. Al momento de las preguntas finales, llamativamente fueron más los hombres quienes hicieron alguna intervención, que disfrazada de pregunta hacia Laura, lo que en realidad escondía era una necesidad de aclarar, cuestionar y relativizar. Por ejemplo, uno de ellos le preguntó a Laura sobre los cupos para mujeres. Bueno en realidad lo que quería era expresar su opinión, que en pocas palabras le parecía medio lamentable que una mujer acceda a un puesto por cupo y no por mérito. Y Laura le dijo varias cosas, que los cupos eran un medio no un fin en sí mismo, y que si bien no era super fan, le parecía un buen medio para ir eliminando obstáculos. Pero la respuesta que más me gustó fue esta: los hombres cuestionan a las mujeres que llegan a un puesto por cupo, pero no se cuestionan (el privilegio) que muchos hombre estén ocupando puestos de poder sin tener mérito ni talento alguno. Estoy a favor de un feminismo inclusivo, donde los hombres tengan un lugar. Pero mejor que se cuestionen sobre sus propias masculinidades, no?