Vivimos en una época extraordinaria en donde confluyen problemas económicos y sociales de una envergadura sólo expresable en porcentajes exorbitantes de pobreza y exclusión social; en un planeta agitado por guerras comerciales entre gigantes y expectativas de menor crecimiento global. Un mundo surcado por conflictos focalizados en donde convergen intereses económicos, luchas étnicas y religiosas, disputas territoriales, terrorismo y narcotráfico. Un panorama complicado y severo agravado por una pandemia que asola en casi todos los rincones del globo desde unos meses atrás.
Una esfera, la Tierra, nuestro hogar, que tampoco es perfecta, dado que está achatada en lo polos. Pero ésta no es una imperfección per se, solo es una característica que tiene nuestra casa, para, entre otras cosas, su mejor despliegue en la inmensidad del cielo y dentro de nuestro barrio particular, el sistema solar. Un sitio, el nuestro, que comparte un nuevo problema global, que nos acerca de un modo inédito.
Incluso nuestra ciudad, padece las imperfecciones y errores de las políticas económicas, las condiciones estructurales de la economía del mundo en que vivimos y la amenaza que supone el denominado Corona Virus para nuestra habitual forma de vida.
En tiempos convulsionados es en donde surge el verdadero temperamento para el liderazgo, desde la escala más alta en responsabilidad comunitaria a la escala pequeña, en la casa de cada uno, en el trabajo o en la charla con un vecino. Conservar el temple, transmitir serenidad, explicar el sentido social de las restricciones, auto limitarse, modificar rutinas y ser disciplinados, construye de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba la materia sólida de la supervivencia social en tiempos de emergencia: la confianza.
En tiempos extraordinarios nadie sobra, la cantidad que somos es la necesaria, ni más ni menos y todo lo que hagamos y lo que dejemos de hacer, también cuenta. Es un desafío sin parangón para profundizar la medida de nuestro civismo, es la mejor cantera para probar de qué estamos hechos. No se requieren ni iluminados ni iluminadas, cada uno debe hacer su parte y un poquito más. Ese plus, sumado, hace que el resultado social sea cualitativamente mejor.
La frase célebre de John F. Kennedy en su discurso de asunción a la presidencia de los Estados Unidos el 20 de enero de 1961 quizá sea ilustrativa del pensamiento que tratamos que llegue a nuestros lectores y lectoras. En un pasaje conocido expresaba “…Entonces, compatriotas, no pregunten qué puede hacer su país por ustedes, pregunten qué pueden hacer ustedes por su país…”. En toda democracia, la base de sustento está en el calibre de sus ciudadanos y ciudadanas, en lo que pueden hacer juntos, en las redes de propósito que pueden forjar. Pero sobre todo, en su capacidad de sacrificio. Algo que los argentinos y argentinas tenemos claro. Pero el sacrificio actual es de otra medida, viene de afuera y no proviene de nuestras imprecisiones o errores como colectivo nacional. Por eso nos sorprende y examina de modo diferente. Por tal motivo exige más que nunca que capitalicemos lo que nuestra historia, a veces errática, nos enseñó.
Este año se cumplen 200 años de la muerte de Manuel Belgrano, quizá el mejor hombre público que dio este país. Pero no fue el mejor por el tamaño de sus triunfos ni por poseer una gloria imbatible en los campos de batalla. Nada más alejado de eso. Lo fue, por su capacidad de abandono y desprendimiento, por su solidaridad. Por su capacidad de poner su país por delante, a pesar de sus desengaños y su miedos. Entendió en la euforia e incertidumbre de un país que nacía, que el nosotros y nosotras, siempre debe estar primero.
Desde una personalidad mundial hasta una figura vernácula, el mensaje es el mismo: los países se construyen por la suma de las partes y es en las épocas de zozobra donde esa construcción requiere un esfuerzo superior.
En estos tiempos, hay argentinos y argentinas más indefensos, por nuestros errores como país y, ahora, por una amenaza que vino de afuera. Otros y otras, en especial el personal completo de los servicios de salud, están en riesgo permanente, por cuidarnos y cumpliendo sus responsabilidades sociales en una realidad difícil. Pensar en ellos debería ser el límite de nuestra imprudencia o egoísmo. Es tiempo de hacer lo que debemos hacer, sin pensar en ventajas ni en premios individuales. Es una oportunidad para hacer sencillamente las cosas bien. ((Editorial publicada en La Voz del Pueblo de Tres Arroyos – Por Diego Miguel Jiménez)