Fue César Cao Saravia fundador de EMEPA
En 1977, el autor de esta nota recibió un cheque por diez millones de pesos (una fortuna entonces) para entregárselo a una docente de un paraje remoto en Tucumán. ¿La condición? Que no revelara la identidad del benefactor. El hombre, otrora poderoso, murió en 1988. Tiempo suficiente para contar quien tuvo aquel gesto generoso, y qué vio en esa maestra que lo conmovió
La escuelita del paraje Mala Mala en Tucumán, con los cambios que aquella generosa donación produjo
Ella tardaba casi diez horas en llegar a su escuelita, montada en un burro. Se desbarrancó y quedó moribunda. Poco después, el autor de esta crónica estuvo con ella.
Todo empezó una tarde de marzo de 1977, cuando yo hacía “El programa es usted” en Radio Belgrano.
Ese día comenté una noticia que venía de Tucumán: en Tafí del Valle había aparecido una mujer joven tirada en el fondo de un profundo barranco.
Estaba viva, pero en muy malas condiciones. Si hubiesen pasado un par de horas más, habría muerto. Pero gracias a que unos lugareños encontraron su mula, que deambulaba sin cabalgadura, pudieron rescatarla.
Como en esa época no había internet ni teléfono celular ni WhatsApp, puse en el aire dos canciones seguidas y pegué una tanda, para tener tiempo de llamar a mis colegas de LV 12, que me dieron más detalles:
-La chica es maestra, Julio… Trabaja en Mala Mala, en la escuelita de allá arriba, en el cerro… Estaba yendo a trabajar y se ve que la mula se desbarrancó…Ella quedó inconsciente un día y una noche allí tirada…
A medida que transcurría el programa se fueron agregando más datos. Pude saber que la maestra se llamaba Aída Miriam Gómez, que tenía 25 años, que efectivamente trabajaba en Tucumán, pero en realidad era jujeña.
Y que para recuperarse de las magulladuras y del susto, cuando saliese del hospital, iba a ir a la casa de su familia.
Fue entonces que mi operador, el legendario Frank Boga, me dijo por el talkback:
-Tenés una llamada en el pasillo…
Salí del estudio, levanté el auricular y una voz masculina me dijo:
-Buenas tardes, escuché lo que contó de esta maestra… Me gustaría hablar con usted hoy mismo… ¿Podrá venir a mi oficina?
Me dio su nombre y su dirección. Y quedamos en que luego del programa iría a verlo.
A las seis de la tarde entregué la transmisión.
Y un rato después empecé a vivir una aventura inolvidable.
El tipo era grandote, alto, semicalvo. Le calculé más de 60 años. Tenía voz grave, con cierto aire provinciano. Y se notaba que estaba acostumbrado a mandar:
-Yo lo escucho siempre a usted… Y hoy me interesó mucho la noticia de la maestra. Por eso le voy a encomendar una misión. Pero eso sí, debe ser absolutamente secreta. No es para que lo comente por la radio, nadie se tiene que enterar. ¿Está de acuerdo?
Nunca me hubiera imaginado lo que vino después:
-Le voy a dar a usted un cheque para esa chica y su escuela, para que vaya a verla y se lo entregue personalmente… Lo que ella hace es patriotismo puro y merece apoyo… Pero le repito, esto es confidencial… Ella no tiene que saber quién se lo envía. Si usted está de acuerdo, ya mismo hago que le consigan los pasajes y se va para allá.
Ir “para allá” significaba alterar mi ritmo familiar, de joven papá, entonces de 32 años, con varios hijos. Y además salir del aire durante todo el tiempo que durase el viaje, dejando un programa de cuatro horas diarias en una de las radios más escuchadas del país.
La lógica era que le contestara que no, que muchas gracias por el ofrecimiento, pero que no era posible por razones personales y profesionales.
Eso era lo que debía responderle.
Pero por supuesto le dije que sí, que aceptaba.
Rápidamente, le ordenó a su secretaria que me tramitara los pasajes. La ida, para la mañana siguiente. Y el regreso abierto.
Y entonces me hizo el cheque.
En nuestro querido país hay pocas cosas más difíciles que comparar magnitudes económicas de diferentes épocas. Ni siquiera la conversión a dólares es confiable, porque un dólar de 1977 no es lo mismo que uno de 2020. Ni en Argentina ni en Estados Unidos. Además, a lo largo de los años hemos tenido Peso Argentino, Peso Ley 18.188, Patacones, Austral y convertibilidad, de modo que tan sólo puedo evocar la cifra: el cheque era de 10 millones de pesos.
Ni por asomo yo ganaba esa plata por mes.
Y el hombre, que me veía por primera vez en su vida, me extendió ese papelito para que yo se lo llevara a una maestra rural que no conocíamos.
Pero había asumido el compromiso, por varias razones. Primero, porque el tipo me parecía sincero. Luego, porque ese dinero iba a ser providencial para esa escuelita perdida en los cerros tucumanos.
Y además, porque siempre tuve facilidad para meterme en situaciones complicadas.
Un rato antes yo estaba en el estudio de la radio, haciendo mi programa. Y ahora un señor desconocido me daba un cheque por una cifra descomunal y un par de pasajes para volar inmediatamente.
Atiné solamente a decirle:
-Vea, me está dando un montón de plata… Hagamos un recibo, para que usted tenga un comprobante…
Jamás olvidé su respuesta:
-Vea m´hijo… Si usted hace una macana, si se queda con la plata… el problema va a ser para usted con su conciencia… No para mí… Vaya, vaya tranquilo.
Al día siguiente, tempranito, fui al Aeroparque. En el mostrador de Austral ya estaban los pasajes a mi nombre.
Y volé a Jujuy, porque la información era que Aída Miriam Gómez había ido allí, a la casa de su familia.
Pero las cosas nunca son tan fáciles. Cuando llegué a su domicilio, me dijeron que la maestra no estaba en Jujuy:
-No, no vino aquí… Se fue a Salta, a la casa de unos tíos…
43 años después, frente al teclado de la Mac, la frase apenas tiene un cierto rigor anecdótico. Pero en aquel momento, con la presión de la tarea encomendada y el cheque de diez millones en el bolsillo de la campera, la situación fue catastrófica. ¿Y ahora? En fin, no había muchas alternativas. Así que con la misma ropa puesta, me tomé un micro y viajé a Salta.
Y por fin estuve ante la protagonista de esta historia.
Sonrisa fácil, en los labios y en la mirada. Carita redonda, morocha, de pelo revuelto. Muy conversadora:
-¡No me diga que vino de Buenos Aires especialmente para verme! Por favor, esto le pudo pasar a cualquiera que tenga ganas de trabajar… Lo importante de esto es que se conozca el trabajo de los maestros rurales, de los maestros del interior… Es bastante feo, a veces es difícil, una tiene que luchar porque a veces los chicos tienen un bajo nivel mental, pero no porque sean tontos de nacimiento, sino porque esos chicos están abandonados, porque nadie les da una mano…
Dos cosas me sorprendieron en cuanto me puse a hablar con ella. Primero, su arrolladora humildad. Y luego su inocultable formación, que le permitía analizar su trabajo con llamativa madurez:
-Toda la zona de Mala Mala es muy quebrada, muy abrupta… Difícilmente encuentre allí llanuras o mesetas… Es muy monótono, bastante feíto y pedregoso, ¿no?…
La cadencia tenía acento tucumano, más que jujeño, seguramente producto del contacto lugareño:
-Ese lugar hacia el año 1870 fue comprado a la familia Colombres, que era muy arraigada en Tucumán, por un señor Cruz y un señor Romano… Ellos fueron los primeros que habitaron esa zona y ahora en Mala Mala hay más de una docena de familias Romano, descendientes de la primera… Se casan entre primos, incluso se han dado casos de incesto que yo los he comprobado… Pero lo hacen porque no tienen conocimiento…
Algún gesto revela que aún perduran los dolores. Sin embargo, la caída y los golpes pasan a segundo plano:
–Cuando la mula me tiró recé… recé hasta quedar inconsciente… me acordé de todos los recitos que me enseñaron cuando hice la comunión… Yo que estaba medio a las patadas con Dios… y me ayudó tanto…
Cuando le pregunté cuánto tardaba en llegar a su escuelita, me dijo con toda naturalidad:
-De siete a nueve horas, según cómo esté el tiempo… Eso si hace un sol espléndido y los ríos no están crecidos… Pero de lo contrario se echan de doce a veinte horas… Y a veces se echan dos días…
El “se echan” bien norteño adorna un lenguaje pulido, con el que me describió su escuelita:
-La escuela es demasiado pobrecita, como toda escuela del cerro… Son dos ambientes, que los llamamos pomposamente aulas…. No tienen revoque no tienen piso, el techo es de cinc, tiene un espacio de diez o doce centímetros entre la pared y el techo, falta que se complete eso… Hay un aula que tiene dos agujeros, uno que sirve de ventana y otro que sirve de puerta. El agujero de la ventana no se tapa, no hay con qué… En lo que sería la puerta se pone una chapa de cinc, con el peligro para las criaturas porque cuando corre viento hay que arrimarle un banco…
-¿Y por qué se llama Mala Mala?
-Ah… por esta zona antes se hacía el camino del Inca… los reseros llevaban la hacienda al norte, a Salta, a Bolivia, más arriba… Y era una zona muy fea, poblada de leones, tigres, víboras… Y cuatreros, gente de mal vivir, asesinos. Y si alguien se quería echar a dormir por ahí, bajo un árbol, o lo devoraban los leones o lo mataban los cuatreros… La fama tremenda del lugar, de esa tierra “mala”, le dio el nombre de Mala Mala…
Resultaba raro que una chica joven eligiese semejante lugar para vivir y trabajar:
-Tengo ganas de volver a la escuelita de Mala Mala… Esa gente necesita que alguien los ayude… Mi madre suele reprocharme porque ella me ha dado varios estudios, soy maestra y bachiller, y además llegué a cuarto año de medicina… Y ella me dice que voy a perder mi juventud en esos lugares… pero yo no voy a perder, yo voy a ganar… Esa gente me ha enseñado mucho, así como yo les pude haber enseñado… Me gusta esa gente porque es de un estado de pureza de alma tremenda, que yo no lo he logrado ver ni vivir en ninguna otra parte…
Aquella conversación con Aída Miriam Gómez la registré en mi pequeño grabador portátil. Los oyentes pudieron escuchar las palabras de esa joven mujer, que con toda naturalidad hablaba de su trabajo:
-Cada cual cumple con su responsabilidad en el lugar en el que esté… Si el río estaba crecido, yo me iba igual a la escuela… Son ríos de montaña, muy bravos… Y si estaba muy crecido, daba la vuelta, cruzaba otro cerro y llegaba lo mismo. Faltar por faltar no me gusta. No pienso en mí, sino en los chicos, que son los que se atrasan… Por desgracia para ellos, si son faltones es porque los padres los hacen faltar… Los padres los usan a los chicos, los chicos tienen que ayudarlos a sembrar, a cosechar, a regar, a desgranar el maíz, a moler, ayudarlos en un montón de cosas… hasta en la esquila de las ovejas… ¿Y por qué razón yo maestra voy a seguir aumentando las faltas para que este chico no aprenda? No puede ser, yo voy igual…
Todo esto salió al aire a los pocos días, por Radio Belgrano.
Y Marcos Cytrynblum, por entonces secretario general de redacción de Clarín, me invitó a escribir una crónica para su diario.
Pero en ninguno de esos testimonios periodísticos se reveló lo del cheque. Eso quedó como un secreto, de acuerdo a lo convenido.
Y a la propia Aída, al entregárselo, le oculté el nombre de la persona que se lo enviaba. Ella no lo podía creer:
-¿Todo este dinero me manda?… ¡Va a ser para la escuelita!… ¡Lo bien que nos viene!… Que Dios lo bendiga…
Como les dije, esto sucedió en marzo de 1977. Hace 43 años.
Creo que el tiempo transcurrido me absuelve del compromiso contraído. Y por eso puedo revelar el nombre de quien se conmovió ante la odisea de una joven maestra y además confió en alguien que era para él sólo una voz de la radio.
Aquel empresario se llamaba César Cao Saravia y era el dueño de una empresa metalúrgica.
El empresario César Cao Saravia, benefactor de la escuelita de Mala Mala
Cuando volví de Salta lo fui a ver a su oficina del barrio de Once y le conté todo esto.
Me abrazó y nos despedimos.
Después me enteré que con frecuencia hacía cosas parecidas. Por ejemplo, regalarle en secreto autos 0 km. a varios taxistas de Buenos Aires.
De la escuela de Mala Mala he visto algunas fotos hace poco. Se la nota muy distinta, ampliada, con nuevas construcciones. Hasta con paneles solares.
¿Y Aída? ¿Cómo habrá seguido su vida?
Querría reencontrarla, saber qué fue de ella.
Quizás haya otro capítulo de esta historia de radio, que unió a una maestra rural y a un bienhechor anónimo. (Infobae – Por Julio Lagos)