Desde Madrid, donde quedó confinada cuando empezó la pandemia, la periodista y ex senadora no ocultó su angustia ante la renovada presión de Cristina Fernández de Kirchner y su núcleo duro contra la libertad de expresión. «¿Qué quieren hacer con nosotros?», se preguntó
Norma Morandini había estado en Alemania en febrero para un congreso por la memoria del Holocausto y, ya en ese momento, el alcalde de Hiroshima habló por videoconferencia con motivo del coronavirus. Antes de volver a Buenos Aires, pasó por Madrid, donde vive su único hijo. Participó de la marcha de la mujer del 8 de marzo, donde se habrían disparado los contagios, a los pocos días tuvo síntomas leves y quedó confinada, hasta superar la enfermedad. Pero una vez que se recuperó los cielos aéreos se cerraron y el regreso se volvió muy difícil. Igual, pensó que quedarse a disfrutar el verano le haría bien, aunque no puede despegarse de las malas noticias que recibe desde la Argentina. Por si alguien no lo recuerda, sus hermanos Néstor y Cristina fueron secuestrados durante la dictadura y su madre estuvo entre las primeras integrantes de las Madres de Playa de Mayo en Córdoba. Ella misma tuvo que partir al exilio, porque aquí no tenía libertad ni posibilidades de desarrollarse en su profesión de periodista. En 2005 fue elegida diputada y en 2009 en el Senado, y se destacó la Comisión de Libertad de Expresión, donde el kirchnerismo libró muchas de sus batallas. En 2016 se hizo cargo del Observatorio de Derechos Humanos del Senado, hasta el cambio de administración. Infobae disfrutó una charla con ella, donde -como siempre- nos deja pensando.
-Antes de empezar con preguntas más políticas, ¿cómo está viviendo la pandemia?
-Mirá, cuando uno parte, vive partido. Vivo a dos aguas. Durante el día vivo el verano de Madrid, que es rarísimo, porque hay que cuidarse, todo se hace al aire libre, nada es normal. No puede ser normal lo que está siendo nuevo. Durante el día vivo España y por la noche me desvelo con lo que está pasando en nuestro país, así que me alegra mucho este diálogo, es una forma de integrar lo que estoy viviendo, de vivir el país de lejos.
-Su relato tiene cierta voz de exilio. Estuvo exiliada durante los años de la dictadura.
-Sí, efectivamente, aunque yo digo -a veces un poco cínicamente- que ya no hay exilio por la posibilidad que tenemos de comunicarnos. En la época en la que yo me exilié en Portugal no había teléfonos en las casas, yo tenía que avisarle a mi tío a qué hora iba a llamar para que corriera a casa y buscara a mi familia. O la búsqueda de cabinas que no funcionaran para hablar gratis, hasta que después nos enteramos de que los servicios de inteligencia del Estado ponían esos teléfonos para tener control de las conversaciones. Pero, en fin, sí, he partido y vivo partida, porque es lo que provoca estar fuera de nuestro país y sobre todo cuando sos periodista. No puedo estar ajena a lo que pasa en mi país, tampoco soy ajena a lo que pasa aquí en España, observando cómo reacciona cada cultura.
-Hay una repetición de viejos dolores y de viejas estrategias de enfrentamiento. Por lo menos uno aquí lo ve muy claro. ¿Cómo lo ve? Aquí estamos sintiendo que de nuevo hay un Gobierno que quiere coartar la libertad de expresión, que de nuevo se pelea con los medios y los periodistas que no replican el endiosamiento a la figura de Cristina Fernández de Kirchner. Es extraño. Si ya no funcionó antes, ¿por qué funcionará ahora esta estrategia?
-España está lejísimo, Europa está lejísimo. Aquí sería impensable un proyecto de ley como la reforma judicial que ignore la normativa de derechos humanos, que ignore de dónde venimos. En la época de Menem, el periodista Eduardo Kimel que investigó el secuestro y asesinato de los sacerdotes palotinos mencionó al juez que no investigó esa matanza, dijo que había sido condescendiente. El juez condenó por calumnias a Kimel con un año de prisión y 20 mil dólares en un fallo que la Corte Suprema ratificó. Cuando el caso llegó a la Corte Interamericana de Derechos Humanos la situación cambió. Hay que hacer pedagogía en este sentido. Todos los ciudadanos latinoamericanos que sienten que no se respetan sus derechos puede acudir a la CIDH, como hizo Kimel, y terminó sancionando al Estado argentino para que resarciera al periodista y terminara con los delitos penales en materia de prensa. Fijate qué paradoja, fue en el gobierno de Cristina Kirchner que en el Congreso derogamos las calumnias e injurias por una denuncia periodística. Hay que mandar a los senadores a leer esos fallos, me parece que hay mucha ignorancia. Hay que leer la Biblia de los derechos humanos que es el Pacto de San José de Costa Rica, derechos con los que la Argentina está comprometida, que en su artículo 13 dice que nadie puede ser censurado previamente, todos tenemos derechos a transmitir y buscar información y nadie puede penalizado por su opinión y no se puede incitar al odio y a la violencia. Hemos caminado mucho y avanzado mucho, por eso no se entiende qué se quiere hacer. El periodismo siempre molestó y se buscó amordazarlo pero, por suerte, esta normativa nos protege. No es porque somos privilegiados, nosotros trabajamos para que la ciudadanía esté informada, entonces los políticos tendrían que proteger los derechos de la ciudadanía, no sus propios intereses. A quien hay que proteger es a la prensa, si no te gusta Juan o María está bien, pero hablamos de la prensa. Hay que garantizar ese derecho para la ciudadanía. Argentina fue el último país en tener ley de acceso a la información, de modo que hay una cantidad de normativas y tratados que no podemos ignorar esto. Yo puedo reconocer el autoritarismo, soy sensible, porque lo he padecido, he peleado para que tengamos libertad porque en democracia no es relevante que pensemos diferente, lo relevante es que nos respetemos. Pero confieso que he sido ingenua en relación a nuestra sociedad, o por lo menos parte de ella, que volvió a insistir en algo que no nos fue bien, que atropelló a las libertades, que desprecia a las libertades como un valor democrático. Aunque veo con mucha esperanza un movimiento de ciudadanía que sale a la calle por valores, por la libertad, por la república y la división de poderes.
-¿Cómo ve desde Madrid que, otra vez, se pretenda desde el poder una Corte adicta?
-Justamente, yo quise traer al presente el caso del periodista Kimel para recordar de dónde venimos. Nosotros tuvimos que ganar nuestras libertades. Tuvimos que ir democratizando nuestros pensamientos, nuestros corazones. Pensemos que tuvimos el caso de José Luis Cabezas. Hay que tener en cuenta que así como el juicio a las Juntas le puso fin a la impunidad de la violencia política, separando aguas condenando el terrorismo de Estado… Cuando la Justicia es independiente podemos dedicarnos a otras cosas. Pusimos mucha energía en revisar el pasado, pero me parece que no hemos puesto suficiente energía en democratizar la sociedad. El kirchnerismo tiene esa manera de actuar. Yo fui legisladora y vi cuál era la concepción. Los dictámenes se alteraban por las noches y la ley de medios, por ejemplo, no vino a la comisión de libertad de expresión.
-¿La ley de medios no fue a la comisión de libertad de expresión?
-No, no, no fue.
-¿Y qué explicación dieron?
-No, no dieron explicación. Todo lo que hoy, por suerte, gana la opinión pública y está en el debate de los periodistas democráticos, ya se hacía en la época del kirchnerismo, pero todavía no había esta idea (de que era autoritarismo). Yo lamento no haberme equivocado, siento que sigue siendo en nuestro país la tensión entre democracia y autoritarismo. Es una concepción de poder que habla de las democracias populares. Yo no quiero hablar de izquierda o derecha, pero una concepción de creer que llegás al gobierno y no tenés que rendir cuentas. Pero la democracia no es eso. Cuando el Presidente dice que no va a escuchar a los que gritan. ¿Cómo no va a escuchar el Presidente a una sociedad que le está clamando que le escuche? Que pacíficamente sale a la calle a riesgo de enfermarse, desesperada, a pedir que las autoridades la escuchan. Los periodistas siguen analizando si Alberto es diferente a Cristina, cuando es el mismo Gobierno. Toda la democracia fue mirar las internas del peronismo. No hay que seguir analizando si son o no distintos, forman parte del mismo Gobierno.
-Lo que pasa es que si uno mira el historial de las críticas que recibió Cristina Fernández de Kirchner, verá que no hay peores que las que le hizo Alberto Fernández. Por eso es difícil comprender por qué el Presidente dice las cosas que dice sobre los que movilizan y avala el ataque a los medios independientes.
-En el mismo momento en el que acepta ser Presidente está con una concepción de poder que no respeta a la ciudadanía. Hasta hicieron ideológicos temas que tendría que estar todo el país viendo cómo van a salir. Esta disputa anacrónica entre Estado y mercado carece de sentido. El Estado está para igualar las desigualdades, pero en medio de un país que está encorsetado, como su moneda, no se entiende para qué perjudicar empresas y no fomentar la inversión. A mí me duelen mucho las descalificaciones, los insultos, el odio que se enseñorea en nuestro país. ¿Cómo vamos a construir una sociedad si los hermanos están enfrentados, si se castiga a los que les va mejor y no se los toma como ejemplo, si hay adoctrinamiento en las escuelas? La prensa es la que elige la gente sin que nadie le ponga una pistola en la cabeza. En el fondo hay un gran desprecio a la ciudadanía. La conversación en la Argentina ya no es democrática, que las autoridades y el mismo Presidente de la Nación tengan todo el tiempo palabras de descalificación echándole la culpa a los otros. Los españoles dicen que las personas inteligentes son las que buscan solucionan, las otras son las echan la culpa afuera. Hay que trabajar para resolver el drama de nuestro país, porque para que el país esté como está todos hemos hecho algo mal en algún momento. Es una pena que no tengamos liderazgos que apelen a lo que tenemos en el corazón, que no queremos seguir peleándonos, no queremos más muertos.
-¿Siente que nosotros, en Argentina, vamos para atrás?
-Seguro, porque veo esta idea de que el Estado va a arreglar todo, el ataque a la actividad privada. Yo siempre cuento en Brasil que una peluquera se llama empresaria, en Argentina se sigue pensando que el burgués es un señor lleno de oro, sin entender el espíritu creativo y emprendedor. Lo que a mí más me duele es que Argentina vuelve a expulsar su mejor gente, es algo muy triste. Parece que quieren expulsarnos y quedarse con el país. Es tristísimo que nuestro país no nos proteja, vea a algunos como malos, y esté poniendo por encima a un grupo que fue elegido, pero hay medio país que tiene que ser respetado.
-¿Cuál es el camino para encontrar la concordia? ¿Cómo lograr un diálogo real y no un simulacro de diálogo?
-No tengo la fórmula, pero el otro día leía una frase de Hannah Arendt cuando sale de su país porque llegaba el nazismo. Decía: “Los peores perdieron los temores, los mejores perdieron la esperanza”. Yo creo que hay que recuperar la confianza de que podemos tener un país diferente, no podemos caer en el insulto, hay que interpelar a los legisladores, que tienen sentir la mirada de la ciudadanía a los que les dio la confianza para que tomen las medidas en su nombre, que es vivir en democracia y pacíficamente. ¿Por qué es difícil el diálogo con el kirchnerismo? Porque ellos hablan otro idioma, no hablan el idioma democrático. El valor de la libertad, el valor de la democracia a la que descalifican como un valor burgués, ignorando que los derechos humanos son una concepción liberal nacida después del nazismo y base de la mayor prosperidad y progreso para países que antes habían sido enemigos.
-Dice que el kirchnerismo no habla el idioma de la democracia, pero hay un porcentaje importante de argentinos que son kirchneristas. Durante el gobierno de Mauricio Macri se negaron a hablar, justamente. Rechazaron cualquier posibilidad de diálogo. Decían justamente eso: “No cuenten con nosotros para ninguna mesa de diálogo”. ¿Cómo es posible una Argentina para todos si hay un sector que habla otro idioma?
-Primero, hay que recordarles que llegan a sus bancas y al Gobierno bajo el sistema democrático, así que están obligados a cumplir con sus reglas. Y voy a decir algo con mucho dolor y mucha responsabilidad, pongo mi historia personal, y les pregunto con la emoción. ¿Qué quieren, qué van a hacer con nosotros? ¿Nos quieren echar al agua? ¿Qué van a hacer con esta mitad de argentinos que tenemos derecho a vivir en paz y en democracia? ¿Nos van a echar al agua? Es brutal lo que digo, pero cuando me faltan los argumentos, pero cuando veo con dolor el cuesta abajo de nuestra sociedad, siento que tengo que expresarlo. No podemos permitir que nos maten la reputación, que nos descalifiquen. Veo ahora lo que pretenden hacer con la prensa. Mi primer acto en la legislatura como diputada fue alertar sobre los periodistas que en el 2006 tenían los teléfonos pinchados. No podemos aceptar este autoritarismo, que la policía persiga y haga desaparecer jóvenes que violen la cuarentena, que un intendente denuncie penalmente a sus vecinos porque hacen un acto por San Martín. El kirchnerismo está sacando lo peor de los argentinos, nuestra historia de violencia. Ingenuamente creíamos que alcanzaba con juzgar a los militares, pero había que poner la energía en construir democracia. (Infobae – Por Silvia Mercado – Foto Maximiliano Luna