El oficialismo busca destacar su “unidad” pero la foto expresa las tensiones agudizadas en estos días. Y su proyección como gestión de gobierno. JxC expone competencia por las bancas. Pero sobre todo, por los liderazgos y los espacios internos. La crisis pone a prueba una competencia polarizada
El Frente de Todos no es una coalición en sentido estricto, pero tampoco se trata del peronismo tradicional. Es un conjunto de fuerzas de origen más o menos peronista, según el caso, que mantienen fuertes tensiones internas porque no hay mando unipersonal en el poder. Juntos por el Cambio tampoco terminó de afirmarse orgánicamente como una coalición y en estas horas combina disputa de liderazgos y pulseada por espacios entre sus socios fundadores. El cierre de listas expuso con crudeza ese panorama, en zona de riesgo o lejanía frente al grave y sensible cuadro social. La elección primaria del 12 de septiembre parece un desafío a la vuelta de la esquina sólo en términos políticos.
Junto con la presentación de listas, concretada ayer, el calendario electoral establece el arranque de la campaña. Es una formalidad porque ya había comenzado de hecho, aunque a media máquina. Ahora irá creciendo y en dos semanas más impondrá al menos sonido de elecciones: el 8 de agosto debutan los avisos en medios audiovisuales. Está claro que todo quedará teñido por la realidad, básicamente la economía y el coronavirus. Nadie podría ignorarlo. El punto, en todo caso, es cómo será o no de utilitario el abordaje.
Ese es el desfiladero. El Gobierno acaba de sumar un capítulo inesperado y a la vez expresivo, para todos, sobre las limitaciones de pensar que todo se ajusta al escritorio de campaña. Aspira a colocar la vacunación en la primera línea de su discurso, como un éxito a pesar de los cuestionamientos opositores y como respuesta a las cifras de contagios y muertes. Es un tema delicado, tal vez un límite para un debate serio. Pero la irrupción de la carta de Cecilia Nicolini repuso la discusión en torno de las apuestas políticas con la Sputnik V, junto con el problema de las segundas dosis.
Otra dimensión tiene la economía. El Gobierno mantiene la esperanza en un repunte módico aunque palpable en agosto y sobre todo en el tercer cuatrimestre. Por ahora, las cifras muestran subas y bajas; una línea que además de módica no es sólo ascendente, como expresan, por ejemplo, los datos oficiales de producción en mayo y junio. Los “brotes verdes”, esta vez kirchneristas, dependen además de la marcha de la pandemia. Y allí el tema remite otra vez a la vacunación.
Es notable ese círculo, que naturalmente incluye la disputa política y, de manera creciente, la campaña. La difusión de la referida carta de la asesora presidencial al Fondo Ruso de Inversión Directa borró del temario por algunas horas las cuestiones estrictamente electorales, a pesar de que las batallas domésticas por la confección de la listas transitaban uno de los momentos de mayor tensión, tanto en el oficialismo como en las filas opositoras.
No siempre los temas que dominan el clima político son los mismos que compiten en los primeros lugares de las preocupaciones sociales. Las vacunas sí lo hacen. La carta en cuestión reafirmó la ansiedad por las segundas dosis –agudizada por lo que se teme sobre la variante Delta-, en particular con la Sputnik V. Expuso a la vez el peso determinante de las cuestiones internas -y su reflejo en política exterior- en la apuesta por la opción rusa. Y terminó de darle sustento a la condena por la muy larga demora para destrabar la negociación con Pfizer, finalmente con un DNU, que permitió la donación de Moderna por parte de Estados Unidos y habilitó el camino a Johnson & Johnson.
Nada indica que la campaña vaya a generar un ambiente razonable para el debate sobre temas como las vacunas –y en sentido más amplio, la administración de las respuestas al coronavirus- o la inflación, la expresión más erosionante de la crisis. Al contrario. Son un recuerdo lejano algunas señales de consenso frente a la deuda o el clima de entendimiento en el inicio de la cuarentena. Todo proyecta un renovado cuadro de polarización. Es una forma de contención de cada espacio frente al fenómeno prolongado de fragmentación política, expresada en las internas con o sin PASO.
Apenas anunciadas sus listas –básicamente, en la provincia de Buenos Aires y la Capital-, el oficialismo volvió a la “foto de unidad”: imagen y reparto de los primeros lugares bonaerenses presentados como muestra de distensión entre Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner, con Sergio Massa trabajando también en esa línea. El armado de la postal de la lista única no parece la negación de la interna sino más bien la confirmación de su profundidad.
Después de días muy intensos, el logro sería haber sostenido el primer puesto para Victoria Tolosa Paz, de buena y larga relación con el Presidente y de discurso cada vez más “cristinista”, secundada por Daniel Gollán, hombre de CFK y por extensión, de Axel Kicillof. Y con Marcela Passo, en representación de Massa, en el tercer escalón. El mensaje es que quedaría atrás la batalla. ¿Fue frenada o quedó postergada la ofensiva inicial de la ex presidente? CFK puso en discusión el gabinete nacional y las políticas en las áreas de mayor peso, desde la economía a las relaciones internacionales.
Son varios los interrogantes, dos en particular, con respuesta sujeta antes que nada a los resultados electorales. El primero es si el Presidente revierte su propia historia de esta primera mitad de mandato y gira hacia la sugerida pero nunca iniciada construcción propia con el peronismo tradicional, frente al armado de CFK. La segunda es qué pasará con el actual equipo de gobierno, porque el mensaje que plantó la ex presidente es claro: dejó en zona frágil a por lo menos media docena de ministros (Cancillería, Desarrollo Productivo, Género, Trabajo, Educación, Agricultura, entre otros), además de apuntar al jefe de Gabinete, Santiago Cafiero.
El caso de Desarrollo Social, con el pase de Daniel Arroyo a la lista, es una muestra significativa aunque en menor escala: el cargo es ambicionado por el kirchnerismo duro y también por los movimientos sociales, los más entusiasmados con la salida del ministro. Se trata de una caja y una estructura para el trabajo territorial enormes.
También la provincia de Buenos Aires y la Ciudad son los distritos que concentran el foco de las batallas domésticas en JxC. Y tendrán expresión en las urnas. Se juega una partida con sello del PRO en la perspectiva de 2023, con Horacio Rodríguez Larreta decidido a disputar el lugar a Mauricio Macri. Y por primera vez también, una pelea frontal entre el macrismo y la UCR.
En la Capital, con impulso del jefe de gobierno, María Eugenia Vidal quedó como candidata. Patricia Bullrich bajó su candidatura: no fue fácil el arreglo de la lista, que afirmó además la sociedad con la conducción del radicalismo porteño y la agrupación de Elisa Carrió. La incorporación de Ricardo López Murphy a la coalición es una apuesta a atraer y contener el voto “liberal” –frente a la oferta externa- pero a la vez es un desafío si efectivamente hay un voto de disgusto con la vuelta de Vidal a la Ciudad. Con menos chance, asomó además una lista de radicales de origen alfonsinista, con Adolfo Rubinstein a la cabeza.
En la provincia, Rodríguez Larreta impuso su movida dentro del PRO, con el pase de Diego Santilli, que también terminó amalgamando duros y moderados, más aliados. La competencia es con Facundo Manes, con eje en el radicalismo. Acordó con Margarita Stolbizer y con Emilio Monzó y Joaquín de la Torre. Y agregó el respaldo de Martín Lousteau, a diferencia de la fisura en el radicalismo porteño.
Nada es lineal en estas PASO, con lista única o con varias listas.