De las pampas, a ser referencia mundial
El plasma inmune, suero de pacientes recuperados, se utiliza desde hace 50 años para enfrentar al mal de los rastrojos, un virus rural especifico de este país. Ahora se convirtió en una esperanza global
(El Dr. Julio Maiztegui)
Hubo un tiempo, en el corazón del campo argentino, que la gente se enfermaba “como de gripe” y era poco lo que se podía hacer. Moría el 30% de los contagiados.
El panorama cambió rotundamente cuando se empezó a utilizar la sangre de los que se habían curado para tratar a los nuevos pacientes. Se comprobó que, aprovechando los anticuerpos generados por los enfermos recuperados, la letalidad del fatídico virus se reducía al 1%. La clave siempre fue suministrar las dosis curativas antes del octavo día de los síntomas: fiebre y malestar general.
Esta historia, la del “mal de los rastrojos” que provocó miles de muertos desde 1955 hasta hoy, ya en 1961 fue considerada como la enfermedad de los trabajadores agropecuarios. Y, más allá de ser aún muy importante para el foco de interés de Clarín Rural, esa experiencia y las respuestas médicas que la controlaron, a través de muchos años de experimentaciones, siempre con un rigor científico según los más altos estándares internacionales, alumbra ahora en medio del desafío mundial frente al coronavirus.
El proceso llevó años de investigaciones científicas, a campo, en laboratorios y en salas de internación. Fue la lucha ganada contra el virus Junín, que luego se denominó Fiebre Hemorrágica Argentina (FHA), pero nunca perdió el nombre popular que lo asoció de entrada a los rastrojos de maíz
El médico que lideró la lucha contra el “mal de los rastrojos” fue el doctor Julio Maiztegui, quien antes de morir en 1993, a los 62 años, pudo ver cómo el tratamiento con plasma salvaba muchas vidas. También llegó a enorgullecerse de las primeras dosis de la vacuna específica para prevenir la enfermedad, desarrollada en laboratorios de Estados Unidos por su amigo Julio Barrera Oro, médico del Malbrán que se mudó ante la no disponibilidad de equipamiento en nuestro país para semejante proeza.
Antes de la vacuna, el tratamiento con suero de convalescientes fue el arma principal. “El plasma inmune se utiliza desde hace 100 años pero en el caso del virus Junín se logró ajustar muy bien para bajar drásticamente la mortalidad de los enfermos”, destacó a Clarín Rural el reconocido cardiólogo Pedro Cossio, hermano del también médico Patricio Cossio, un histopatólogo que colaboró con Maiztegui “para marcar cómo se comportaba la enfermedad en el cuerpo del enfermo”.
Cossio, de 81 años, recuerda que “en los inicios del mal de los rastrojos se creía que la sangre de los afectados se coagulaba, entonces se suministraban antiocoagulantes y eso era peor porque se potenciaban las hemorragias. Hasta que empezaron a usar el plasma. Aún recuerdo la alegría de mi hermano: ´los pacientes están mejorando», celebraba”.
Quien también recuerda el drama del mal de los rastrojos es Omar Pacini , ex intendente de Pergamino, quien en los ‘70 sufrió de cerca la enfermedad con su cuñado, y en 2008 con su hijo Fernando – reconocido comentarista de fútbol de Radio Mitre, que se enfermó y pudo recuperarse a partir del tratamiento con plasma inmune de donantes; una práctica solidaria que evidentemente todavía debe tener plena vigencia.
Los pacientes que se han recuperado de la enfermedad tienen anticuerpos contra el virus, que en el tratamiento referido se inyectan en forma concentrada, antes de los primeros ochos días del curso de la patología en otras personas. “Es como si fuese una vacuna rápida. En lugar de esperar que el cuerpo humano responda con los anticuerpos, se le inyectan anticuerpos formados en otro paciente que ya no tiene la enfermedad”, explicó Oscar Cingolani, un médico argentino que está impulsando pruebas con plasma desde Estados Unidos.
Una patología que fue devastadora
La emergencia de la Fiebre Hemorrágica Argentina representó un gran desafío en nuestro país. Los esfuerzos realizados por diferentes grupos de investigación, nacionales e internacionales, permitieron – hacia el final de la década del ‘50- el descubrimiento de la etiología (causa) de la enfermedad y del reservorio del virus Junín: un roedor de campo cuyo nombre científico es Calomys Musculinis.
En 1965 un grupo de investigadores y técnicos del Centro de Educación Médica e Investigaciones Clínicas (CEMIC) y del Instituto Malbrán se instaló en Pergamino, norte bonaerense, donde estaba el epicentro de la actividad agrícola y hacia donde se había trasladado el foco de la enfermedad, luego de las primeras detecciones en O’Higgins, partido de Chacabuco, en la misma Zona Núcleo agropecuaria.
Ese momento coincidió con el retorno al país de Maiztegui, nacido en Bahía Blanca en 1931, que se había formado en la UBA y con un master en salud pública en Harvard. A su regreso se incorporó al CEMIC, donde tomó contacto con las investigaciones en FHA. Y luego, con el apoyo de la Fundación Emilio Ocampo (nombre del joven que fue una de las primeras víctimas fatales), se mudó a Pergamino para realizar estudios en el lugar de los hechos. En ese sentido, Cossio destaca que “el plan de Maiztegui fue similar al de Salvador Mazza para combatir el Chagas”.
Con el aporte de varias entidades, se armó un laboratorio de virología de campo, en un galpón cedido por la Estación Experimental del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) y se utilizó un laboratorio del Hospital San José de Pergamino para el estudio de los enfermos.
“La tarea que desplegó Julio Maiztegui es digna de imitar. Es un clásico de la ciencia. La Fiebre Hemorrágica Argentina es la única fiebre hemorrágica viral en el mundo que se ha controlado, porque después de validar el tratamiento con plsma inmune obtuvimos la vacuna. Eso no sucede muchas veces en la vida”, destaca Delia Enría, médica que empezó a trabajar sobre FHA en 1979 y sucedió –desde 1993 hasta 2018- al pionero de la enfermedad en la dirección del Instituto que lleva su nombre.
La FHA es una enfermedad controlable pero no erradicable, ya que el control total de los roedores que la transmiten no es practicable. Por esta razón, desde su descubrimiento, los esfuerzos han estado dirigidos a obtener una vacuna preventiva, en este caso la Candid 1 que primero se produjo en Estados Unidos, desde 1992, y a partir de 2007 en el Instituto Nacional de Enfermedades Virales Humanas (INEVH) “Julio Maiztegui”, con sede en Pergamino.
Según testimonió Enría, el estudio clave para reducir la mortalidad por Fiebre Hemorrágica Argentina se hizo en la década del ´70, cuando se comparó la eficacia del plasma inmune con una técnica de inmunofluorescencia. Se hizo un ensayo clínico controlado al azar, cuyos resultados se publicaron en 1979. El autor de esta publicación, en la revista británica Lancet, fue Julio Maiztegui y los coautores Néstor Fernández y Alba Damilano. “Ese fue el estudio definitivo que terminó con la controversia respecto de si plasma si o plasma no e inició una nueva era en el tratamiento. A partir de ese momento se supo que el plasma era inmune y controlado por una técnica de reconocimiento de anticuerpos. Esa fue la verdadera estrategia de Julio Maiztegui. De ahí en más el Instituto montó su estrategia para sembrar bancos de plasma controlado y fue así como se bajó la letalidad de la Fiebre Hemorrágica Argentina”, dijo Enría a El Universitario, diario digital de la UNNOBA (Universidad Nacional del Noroeste).
Mercedes Maiztegui, hija del gran infectólogo, recuerda que su padre “siempre tuvo muchas dificultades. De hecho, al principio se radicó en una pensión, pero con tenacidad pudo superar obstáculos y lograr metas que parecían inalcanzables”.
En definitiva, esta historia puede sintetizarse tal cual recordó su discípula Enría: “Cuando se lo homenajeó a Maiztegui en la Academia Nacional de Medicina, alguien dijo: ‘El hizo surgir en el medio del maizal a la ciencia’.
“El nuevo desafío -destaca la hija de Maiztegui- es volver a fabricar la vacuna Candid 1 que no tiene presupuesto desde 2018, y ayudar en la lucha global contra el coronavirus”.
Ya se prueba en EE.UU.: la expectativa que genera ante la pandemia
El plasma inmune es una de las principales posibilidades que surgió en la ciencia médica mundial al buscar soluciones para enfrentar al coronavirus. El médico argentino Oscar Cingolani que trabaja en el hospital Johns Hopkins de Baltimore, Estados Unidos, le dijo esta semana a la corresponsal de Clarín en ese país que están aplicando varios ensayos con medicamentos y también el tratamiento con suero de pacientes recuperados: el plasma que contiene la sangre Cingolani fue jefe de internación del Centro de Educación Médica e Investigaciones Clínicas (CEMIC) y recordó que allí empezaron a estudiar allí a la Fiebre Hemorrágica Argentina, la base para que el doctor Julio Maiztegui se instalara en Pergamino desde 1965 y desarrollara desde entonces la investigación que derivó en el tratamiento con plasma inmune. Ahora, el ministerio de Salud de la Nación aseguró que el Instituto Maiztegui” con sede en Pergamino trabajará en protocolos de investigación específicos. Casualmente, el ministro Ginés González García nació en San Nicolás, otra ciudad del norte bonaerense, y no sólo trató a Maiztegui sino también conoce muy bien su obra. En 2007, en su anterior gestión, fue el ministro que incluyó a la Candid I en el calendario nacional de vacunación.
Sobre las perspectivas para el tratamiento con plasma inmune a los pacientes con coronavirus, Cingolani dijo que “hay un trabajo muy preliminar que se hizo en 5 pacientes graves con este tratamiento y todos se recuperaron, por lo que se cree que puede ser promisorio. Entonces se va a hacer un estudio mayor para probar su eficacia y seguridad en más pacientes. La idea es hacerlo en enfermos de gravedad y si eso va bien, considerar un tratamiento precoz en pacientes que no están tan mal, para evitar que se enfermen severamente”. (Fuente Clarín – Por Mauricio Bártoli)