Coronavirus en la Argentina: cinco aciertos y cinco fallas de una cuarentena que se extiende

En estos cien días de aislamiento obligatorio , se fortaleció el sistema sanitario y disminuyó la circulación de personas en la vía pública. Sin embargo, no se hicieron a tiempo la búsqueda de casos del nuevo coronavirus ni los aislamientos de contactos estrechos. Aquí, una lista de cinco medidas acertadas y cinco que fallaron.

Las medidas que fueron en la dirección correcta

Coordinación entre distritos

Históricamente, muchos de los problemas del sistema sanitario en la Argentina se atribuyen a la fragmentación que le imprime su carácter federal, con un Ministerio de Salud en cada provincia que toma las decisiones locales. Pero el nuevo coronavirus que se dio a conocer el último día de 2019 y que tres meses más tarde ya había dado la vuelta al mundo no reconoce fronteras geográficas, políticas ni sociales. Más allá de chisporroteos circunstanciales, que todas las jurisdicciones hayan actuado coordinadamente, al igual que las prestaciones públicas y privadas (compuestas por un sinnúmero de seguros médicos y compañías de medicina prepaga), fue un ingrediente fundamental para avanzar en un escenario de colosal incertidumbre. La colaboración entre distritos, incluso de diferente color político, y la articulación entre ministerios permitió evitar una explosión de casos como ocurrió en otros países.

  1. Cuarentena oportuna

Si hay algo acerca de lo que hay una coincidencia casi unánime, es que el diagnóstico de situación y la decisión de iniciar la cuarentena fueron oportunos y acertados. El 12 de marzo se cerraron las fronteras y se suspendieron los eventos masivos; el 16, las clases y la administración pública; el 20 se decretó el aislamiento obligatorio de toda la población, salvo los exceptuados por considerarse servicios esenciales. Esas medidas permitieron llevar el tiempo de duplicación de casos de cuatro o cinco días, a un promedio de 21. A las tres semanas del primer confirmado en el país y gracias a su cumplimiento estricto, el brote parecía en camino de controlarse, algo que se logró en la mayoría de las provincias, incluyendo dos importantes centros urbanos, como Córdoba y Rosario, con excepción de Resistencia. El aislamiento evitó miles de contagios y centenas de muertes.

  1. Restricciones a la movilidad

Sin otros recursos para evitar la propagación del virus más que inhibir el contacto físico de las personas, la reducción de la movilidad (especialmente en el transporte público, donde no se puede garantizar un distanciamiento adecuado) es reconocida internacionalmente como uno de los ingredientes cruciales para apagar los focos de transmisión. Y en la Argentina llegó a disminuirse en casi un 80%. Según indican los estudios del físico Daniel de Florian, el matemático Guillermo Durán y el físico Gabriel Mindlin, entre otros que analizaron las curvas de movilidad trazadas a partir de datos de celulares, el primer mes hubo un cumplimiento estricto de la cuarentena. Esto, sumado a trabajos territoriales del Estado con organizaciones barriales y sociales en el seguimiento de contactos, les permitió a Córdoba y Rosario controlar los brotes y reducir al mínimo su incidencia.

  1. Más equipos médicos

Gracias a que los casos crecieron más lentamente, por lo menos hasta las últimas semanas, se ganó tiempo para afrontar lo que se venía observando incluso en grandes centros del hemisferio Norte. Se incorporaron miles de camas de terapia intensiva, con sus respectivos respiradores, se dispusieron plazas en hoteles para casos sospechosos o cuadros leves, se habilitaron centros para aislamiento de pacientes que no pudieran hacerlo en su casa, se terminaron o construyeron hospitales y unidades febriles de urgencia, se compraron toneladas de equipo de protección personal y se adquirieron kits diagnósticos en momentos en que la demanda mundial de estos insumos hacía difícil competir con los países ricos. Pero además, ese tiempo permitió contratar a médicos, enfermeros, bioquímicos, camilleros, técnicos y personal de maestranza, y entrenar a muchos especialistas para asistir los cuadros graves de Covid-19.

  1. El aporte de los científicos

Cientos de científicos aceptaron el desafío de contribuir con el control de la pandemia. y la maquinaria de investigación se puso en marcha. Los frutos no se hicieron esperar. A los 45 días, Andrea Gamarnik y su grupo del Instituto Leloir presentaron un test serológico (para detectar anticuerpos). Unos días más tarde, estaban listos otros dos para detectar el virus y hacer diagnóstico: el Neokit, desarrollado por el Instituto Milstein y el Laboratorio Cassará, y el ELA Chemstrip, de las universidades nacionales de Quilmes y de San Martín, con las compañías Chemtest y PB-L. Todos se están usando en el país. Se lanzaron ensayos clínicos con plasma de pacientes recuperados. Fernando Goldbaum y su equipo desarollaron un suero hiperinmune antiCovid que está por comenzar a probarse en humanos. Se puso a punto un estudio de aguas residuales para verificar la circulación del virus. Se hicieron diseños locales de respiradores y más.

Medidas que no resultaron acertadas

  1. Búsqueda de casos

Mientras se atendía la urgencia de adquirir equipamiento e insumos, y de preparar a los recursos humanos, particularmente en el AMBA no se puso el mismo énfasis en articular una respuesta comunitaria para el rastreo de contactos y su aislamiento. Tras un inicio exitoso, que permitió reducir drásticamente el número de contagios y que alentó la esperanza de poder «aplastar» la curva de la epidemia, la cuarentena se fue flexibilizando, se fueron multiplicando los exceptuados y el uso de transporte público, y se permitieron más actividades sin haber bajado el «número de reproducción» (de personas a las que les transmite el virus un caso índice). Es decir, los contagios crecían, en lugar de disminuir. El 5 de mayo se lanzó el plan Detectar, primero circunscripto a los barrios vulnerables, pero no alcanzó porque ya el número de nuevos casos había ascendido. Hoy se planifica aumentar su escala y se están reclutando miles de voluntarios.

  1. Demora en la carga de datos

Esta pandemia también es un desafío logístico. Por ahora, la única forma de interrumpir la transmisión es identificar a las personas infectadas, aislarlas, y rastrear y aislar a sus contactos. Pero hay que hacerlo rápido. Los modelos epidemiológicos muestran que si esto último no se hace idealmente en las primeras 48 horas después de confirmar un caso, la efectividad de la intervención va disminuyendo para pasar a ser inexistente a los cinco días. Sin embargo, estudios independientes realizados a partir de los datos públicos del sistema de salud muestran que hay un retraso en el diagnóstico. Alrededor de dos de cada tres pacientes internados en terapia intensiva lo recibe uno o dos días después de haber sido internado. Todo indica que hay un cuello de botella, con gran cantidad de casos «sospechosos» o a la espera de resultado, en la carga de datos en el sistema de información sanitaria.

  1. Estrategia de testeos

Si bien el sistema científico desarrolló soluciones locales, con frecuencia no se aprovecharon con la suficiente celeridad. Por otro lado, hay quienes, como el químico analítico de Exactas, de la UBA, Roberto Etchenique, manifiestan diferencias de criterio acerca de la estrategia de testeo. Tratándose de un insumo escaso y costoso en término de horas de personal calificado, propone usar las pruebas diagnósticas en un sistema de pooling (que consiste en hacerle la PCR a muestras de varias personas al mismo tiempo). Y, cuando el índice de positividad es del 50% o más, sugiere no hacerles tests a todos, sino a los contactos que tengan nexo epidemiológico, pero sin síntomas. «Lo que necesitamos es encontrar a los contactos de los contactos -dice Etchenique-. Si tuviéramos infinitos tests e infinito tiempo, sí estaría bien hacerle el test a todos los que se pueda, pero en este caso es importante elegir muy bien a quién se prioriza».

  1. Conceptos inadecuados

Cuando en marzo se anunció el aislamiento, la imagen de unidad de todo el arco político logró una alta adhesión. Pero luego hubo puntos débiles en la comunicación de las medidas oficiales. En primer lugar, como difundió en estos días Daniel Feierstein, investigador del Conicet en la Universidad de Tres de Febrero, varios conceptos no fueron los más adecuados. Por ejemplo, hablar de «fases» a través de las cuales se va avanzando linealmente hace sentir cualquier retorno como un fracaso o retroceso, y puede promover una sensación de enojo o frustración. Tampoco fue correcto insistir en que se avecinaba un «pico», después del que los casos caerían, como si fuera un fenómeno inexorable, cuando la evolución de la curva depende de las intervenciones políticas y sanitarias, y de nuestro propio comportamiento. Algo similar ocurre con la convocatoria a «un último esfuerzo», que nadie puede garantizar hasta que haya una vacuna o un tratamiento efectivo.

  1. Disminución del ritmo de rastreo

La aplicación del plan Detectar en el Barrio 31 fue una prueba de concepto. En un par de semanas, logró controlar el brote y disminuir el número de contagios. Pero a medida que este enfoque comenzaba a aplicarse en otros barrios y en instituciones cerradas, como los geriátricos, empezó a multiplicarse el número de casos en los barrios no vulnerables de la ciudad. Y aunque se decidió comenzar a aplicarlo también en esas áreas, pronto quedó en evidencia que la escala de los contactos que habría que rastrear crecía exponencialmente. Sin embargo, aunque se anunciaron acuerdos con la UBA, el ritmo del rastreo no creció en la escala que hubiera sido deseable. Según distintos especialistas, hoy sería necesaria una cantidad unas 10 veces mayor que la que actualmente está destinada a esta tarea. Como lo definió Pedro Cahn, miembro del comité asesor de Presidencia, hace falta un «Detectar plus». (La Nación – Por Nora Bär)