El dilema de muchos argentinos

Carta del Lector

En medio de la angustia que genera la pandemia, en nuestro país se profundiza una grieta que ya tiene proyección de fragmentación social. Cuando uno recorre los comentarios de la gente en las redes sociales, pareciera que no hubiera otra opción que ser kirchnerista o ser liberal (o más bien neo-liberal, con las variantes: “gorila”, “facho”, entre otras). Al expresar que ninguna de las dos opciones me representa, me han tildado de “tibio”, lo cual no deja de ser interesante para el análisis, de parte de quienes nos sentimos comprometidos con el país y, justamente por ese mismo compromiso, obligados moralmente a denunciar lo que creemos que lo ha destruido. No se concibe (más bien se desprecia) la posibilidad de que las ideologías imperantes no reflejen las convicciones de una persona (aun cuando el fracaso de ellas en el mundo es muy poco discutible). En nuestra patria los extremos se “necesitan”, pero no para el sano y lógico disenso democrático, sino para afianzar los respectivos fanatismos que le dan fundamentos a la opción realizada (un enemigo atroz es “necesario” para convencerse de una guerra). Una pelea que comienza por la soberbia de los dirigentes políticos y se traslada al pueblo al cual representan. Es claro que una lucha de poder se da entre nuestros dirigentes que, lejos de la sana alternancia democrática, nos contagia de odio con mucha más rapidez que el Covid-19 y con el mismo efecto destructor…
Mis tiempos de universitario, no transcurrieron en mi juventud. Tal vez por esto es que no me pasaba lo que a muchos jóvenes que cursaban conmigo: apasionarse con la primera gran idea que escuchaban. A esa altura (la de mi relación con el mundo universitario), ya hacía años que tenía un título terciario, ya había sido bastante conservador durante mi primera juventud, ya había sufrido (paradójicamente) a los militares irrumpiendo de madrugada en mi casa, ya había llorado con discursos de campaña en la vuelta a la democracia, ya había visto lo que las distintas ideologías le hacían al mundo y había comprobado lo que las distintas ideas políticas habían desarrollado (o subdesarrollado) en nuestro país. Ya había votado (casi siempre mal, teniendo en cuenta lo prometido y lo realizado), ya había estado en las asambleas vecinales de izquierda en el 2001 (en las cuales percibí claramente que el autoritarismo no distingue ideologías), ya había estado junto a mi esposa en tantas marchas por la dignidad del hombre, con tan poco resultado, etc. etc. etc. En fin, sólo me deslumbraba la utopía de lo que aún no se había gestado…
Como dice Francisco: “No sirve una mirada ideológica, que termina usando a los pobres al servicio de otros intereses políticos o personales (cf. Evangelii Gaudium 199). Las ideologías terminan mal, no sirven, las ideologías tienen una relación o incompleta, o enferma o mala con el pueblo, las ideologías no asumen al pueblo, por eso fíjense en el siglo pasado, en qué terminaron las ideologías, en dictaduras, siempre, siempre, piensan por el pueblo, no dejan pensar al pueblo. O como decía aquel agudo crítico de la ideología cuando le dijeron pero esta gente tiene buena voluntad y quieren hacer cosas con el pueblo, todo por el pueblo pero nada con el pueblo, esas son las ideologías. (El Papa Francisco, 11/07/2015, ante representantes de la sociedad civil de Paraguay).
Otros dirán que las ideologías no son ni buenas ni malas. Se puede decir que son buenas, pues todas nacen de buenas intenciones de personas que, desde su conocimiento, su mirada inevitablemente subjetiva y su vocación, buscan un mundo mejor. Sin embargo, si ponemos la mirara en los frutos logrados (o más bien no logrados) en un mundo que no pudo ni puede salir de las injusticias, podríamos decir que son malas. Por supuesto que derechas e izquierdas se culpan mutuamente de esto, en una suerte de maniqueísmo político, generalmente irracional y apologético. Pero ambas posturas (ver a las ideologías como buenas o malas exclusivamente) serían parciales. Tal vez lo malo esté en absolutizar, en no tomar lo bueno de cada una en un mundo absolutamente complejo y cambiante (al decir “tomar lo bueno” me refiero al socialismo y al liberalismo y no a las caricaturas populistas de derecha o de izquierda, ni tampoco a las expresiones extremas violentas y autoritarias). O quizá el problema esté en que son buenas como teorías, pero al llevarlas a la práctica, no cumplen con lo que sus iniciadores tuvieron como intención original. Algunos incluso afirman que no se puede vivir sin ideología. En fin, es muy complejo analizarlas y se han escrito innumerables libros al respecto, pero aun así sigue siendo difícil el análisis objetivo del tema, pues es casi imposible hablar de ideologías sin ideología…
El mundo, desde la “caída del comunismo” está mayoritariamente manejado por el liberalismo, o más bien por su expresión económica, el capitalismo (más allá de los partidos políticos que gobiernen en las naciones, pues vemos ley de oferta y demanda en algunos países supuestamente socialistas). El liberalismo, en sus expresiones más extremas (llámese neoliberalismo, liberalismo salvaje, tiranía del mercado, etc.) representa un mundo con inequidad indisimulable. Se refleja cruelmente en lo que se gasta en armamentos por minuto, mientras gran cantidad de niños mueren por razones prevenibles en ese mismo lapso de tiempo. Basta mirar a la ONU, sin poder resolver ninguno de los grandes problemas del mundo y sin ver la necesidad de cambiar absolutamente nada. Representa la enorme diferencia entre países ricos y países pobres. Es poner en el “cielo” al mercado y en el “infierno” a los excluidos. Y podría seguir…
¿Por qué entonces no adhiero a las distintas tendencias mundiales y corrientes políticas autóctonas que predican algo parecido a lo que acabo de expresar? Porque esas “pseudo-revoluciones” que intentan ir contra la corriente, terminan utilizando la demagogia y, con un relato de supuesta defensa de los derechos humanos, terminan avasallando la dignidad del hombre. Ellos hablan de los pobres, pero los “atornillan” a su pobreza (pruebas sobran), son progresistas con el bolsillo ajeno, pero ultra-conservadores con el propio. Critican a los ricos, pero se enriquecen escandalosamente durante su paso por la gestión. Dicen “la patria es el otro”, pero “al otro” lo roban descaradamente creando estructuras de corrupción e instalándolas en todos los estamentos. Muestran un discurso de nobles propósitos, pero esconden intereses espurios. Critican a la dictadura con toda razón, pero ellos repiten en la práctica sus mismos anti valores: autoritarismo, avasallamiento sobre los poderes tanto legislativo como judicial, y la inocultable convicción de que “el fin justifica los medios”. No dudan en acallar (de todos los modos posibles) a los que piensan distinto, al mismo tiempo que dicen ser perseguidos. Llenan los barrios humildes de punteros (con sus objetivos oscuros), pero cuando “las papas queman” (como está ocurriendo ahora mismo en las villas del conurbano), se borran y dejan que ese espacio lo ocupen los narcos. Y podría seguir…
Respeto profundamente a los ciudadanos de a pie que defienden principios que yo también comparto, pues creen sinceramente en ese relato de nobles propósitos, pero permítanme descreer de los líderes que convencen al pueblo de su “heroísmo” contra los enemigos del pueblo, cuando en lugar de luchar por la gente, en realidad piensan en sí mismos, su familia y su entorno, desfalcando lo que pasa por delante de sus narices. Con una inteligente perversión y con un estratégico y maléfico arte comunicacional.
Además, más allá de las banderas políticas, gran parte de la dirigencia argentina varía de lealtades a deslealtades, y cuando conviene vuelven a antiguas alianzas, porque en realidad la única lealtad que mantienen es al poder. Por eso, cuando les planteas cuestiones éticas y morales, te dicen que no sabes nada de política, porque la política para ellos no es la búsqueda del bien común, sino que es “cómo llegar al poder” o “cómo mantenerse en el mismo”.
Por último, quisiera volver al tema de la supuesta tibieza de quienes no queremos estar ni de un lado ni de otro… La expresión que da a entender que es mejor ser frío o caliente pues los tibios serán “vomitados”, es atribuida a Jesús en la Biblia (el mismo al que le ruego cada día por mi patria). Y, por más dura que sea, encierra inequívocamente un impulso hacia el compromiso. Pero trasladar esto a un “obligarme” a elegir entre dos cosas que considero malas, es como haberle pedido a Jesús que eligiera entre el politeísmo romano o el “purismo” hipócrita de los fariseos y sacerdotes de su época. Él creó algo nuevo. Yo espero (y anuncio esperanzado), mientras denuncio lo que creo que va en contra de la dignidad del hombre, aquello que encarne una nueva ética en la política, cuya “ideología” subyacente sea la honestidad (no se puede vivir sin ella). Una República con contenido social, que se preocupe verdaderamente de los pobres, que defienda realmente los derechos humanos, que rescate nuestros valores culturales latinoamericanos, que construya o recupere la cultura del trabajo, donde la solidaridad sea algo común y los “de arriba” den el ejemplo. Una patria donde lo que no sea legal se castigue en la justicia y la alternancia no sea un drama sino un fruto natural de procesos democráticos maduros, donde el “dios” no sea ni el mercado ni ninguna figura personalista que propicie grietas y enemigos necesarios para convencer y votantes-clientes manejados por el miedo a no cobrar más “determinados beneficios”. En definitiva, quiero ver a mi país y a mi Latinoamérica, de pie. No para servir a los nuevos imperialismos, tampoco para defender a los mismos que nos destruyen para beneficio propio, sino para poder decir al mundo que nuestra identidad es la “pasión por la verdad y el compromiso con el bien común”. Mi búsqueda personal será siempre desde la educación, pero me consta que hay gente honesta y con vocación política, tanto a nivel nacional, como provincial (así como también en nuestra amada Chascomús) que sueña con lo mismo. Y como dice uno de ellos “Lo que puede vencer el miedo que nos quieren inculcar, no es tanto el coraje, sino la esperanza” (H. Flores)
Pido disculpas si esta muestra clara de posicionamiento personal molesta a alguien, no es la intención. Solo responde al derecho de expresión de alguien que sabe que no es dueño de la verdad. No es tiempo de ambigüedades, y sé positivamente que al escribir estas líneas me puedo ganar más enemigos que si me quedara callado. Sería una pena si esto sucediera, pues es necesario, “…alentar más y más la idea del valor del prójimo, como aquél con quien disentir es casi imperioso cuando no hay acuerdo, pero convivir es imperioso, aunque no haya acuerdo” (S. Kovadloff).
Lito Balabanian