Los archivos de la Biblioteca Nacional argentina esconden tesoros inesperados. Uno de ellos es la colección de antiquísimas imágenes fotográficas que fueron donadas a esta institución por un argentino residente en California, Estados Unidos, y que se encuentran resguardadas en la Fototeca del tercer piso del monumental edificio diseñado por Clorindo Testa.
Allí, en cajas especialmente fabricadas para preservarlos, se hallan los daguerrotipos, ferrotipos y ambrotipos donados por Bruno Lendaro, el coleccionista que, tras establecer contacto con el investigador y fotógrafo Abel Alexander –quien trabaja hace una década en la Fototeca “Benito Panunzi” de la Biblioteca Nacional-, decidió donar 66 piezas que pasaron a integrar el patrimonio fotográfico del organismo.
“La donación consta de un notable conjunto de obras tempranas norteamericanas realizadas durante la segunda mitad del siglo XIX, que fueron estabilizadas, catalogadas y digitalizadas en alta resolución”, explicó Graciela Funes, directora de la Fototeca. “No son muchos los daguerrotipos que hay en el país. Estos tienen un valor enorme porque a medida que pasan los años van desapareciendo, por la acción misma del tiempo. Por eso los que sobreviven comienzan a tener un valor como documento social para la historia y por lo que ellos pueden aportar. Son un patrimonio cultural y una fuente de conocimiento”, subrayó.
En términos numéricos, este conjunto fotográfico se ubica en tercer lugar respecto de otras colecciones de daguerrotipos, después de las que se encuentran en el Museo Histórico Nacional (122 daguerrotipos) y el Complejo Museográfico Enrique Udaondo de Luján (también 122). Luego, se ubica el Museo Pampeano de Chascomús, con 50 piezas.
Tras un trabajoso proceso de estabilización del material a cargo del personal especializado, los investigadores y visitantes pueden ahora acceder al material digitalizado en el Departamento de Materiales Cartográficos y Fotográficos, que se ubica en el tercer piso del edificio. Además de llevar en DVD copias en alta o baja resolución deben llenar un formulario con costo por cada imagen.
En la digitalización de esta colección no sólo se priorizó hacer reproducciones idénticas de la imagen en sí misma, también se fotografiaron los estuches contenedores, los reversos y todo aquel detalle que pudiera contener algún tipo de información relevante sobre el objeto en sí mismo. Las piezas son un verdadero documento histórico.
“Los donantes han sido desde siempre el sustento básico de bibliotecas y museos; vale destacar la generosidad de uno de estos ignorados mecenas; en este caso Lendaro” definió Alexander, en diálogo con este diario.
Ingeniero, coleccionista y apasionado investigador de las antiguas técnicas y procesos fotográficos, Lendaro vive hace 50 años en el extranjero, junto a su esposa Liliana, e integra diversas entidades histórico-fotográficas de los Estados Unidos.
Su residencia en el Lago Elsinore en el estado de California es, además, punto frecuente de reuniones de una cierta cantidad de amigos que comparten con él su pasión por la antigua fotografía, tanto en su papel de coleccionista de cámaras y obras fotográficas del siglo XIX, como también en su actividad como fotógrafo que suele dedicarse a recrear viejos procesos ya olvidados en el tiempo.
Un dato curioso –y preocupante- es que antes de que esta valiosísima colección llegara a la que será a partir de ahora su morada definitiva, corrió riesgo cierto de perderse, en el amontonamiento de envíos que desde hace años se registra en la Aduana argentina, un periplo inverosímil que llevó a las delicadas placas de casi dos siglos de antigüedad y a sus instructivos a bollar entre las cajas y paquetes que suelen quedar retenidos cuando llegan al país.
Una vez rescatado el material, éste quedó en manos de los especialistas, que tuvieron a su cargo la labor exquisita que implicó la cuidadosa limpieza de las placas, contenidas en cuadritos y joyas.
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