Profundizó la crisis económica con el mal manejo de la crisis sanitaria. Eso le produjo una crisis política que capitalizó su vice. Si mantiene el rumbo va hacia una crisis institucional.
El presidente encadena las crisis; pasa de una a la siguiente a fuerza de errores de gestión. Esto le hizo perder 40 puntos de aprobación en las encuestas y generó un clima de anarquía y pesimismo.
El derrumbe de la economía no paró en los dieciséis meses que lleva en la Casa Rosada. En el primer trimestre de 2020 (antes del coronavirus) ya había caído el 5% del PBI. El martes el Indec informó que el año pasado la actividad retrocedió el 10%, la peor performance en 20 años.
El jueves el organismo volvió a dar otra mala noticia: el desempleo del año pasado fue del 11%, lo que significa 2,2 millones de desocupados a los que hay que añadir 3 millones de subocupados en plena vigencia de la prohibición de despidos y de la doble indemnización. Fernández ni siquiera se molestó en comentar una noticia que fue recibida con silenciosa resignación.
Además de la recesión y de la destrucción de empleo hubo en 2020 otros avatares causados por la mala praxis: una corrida cambiaria que pulverizó el peso y una inflación galopante que pulverizó salarios y jubilaciones aumentando la pobreza.
Sin embargo, no todo es atribuible a mala praxis del equipo económico de Martín Guzmán. La pandemia dio lugar a una cuarentena descabellada que causó daños económicos más graves que en otros países. A lo que hay que agregar que esa errada estrategia sanitaria condujo a un nuevo cuello de botella.
Ahora se espera una segunda ola de contagios sin las vacunas necesarias y se afronta el riesgo de que la actividad vuelva a paralizarse no ya por decisión del gobierno, sino por efectos de la enfermedad.
La acumulación de desaciertos debilitó la autoridad presidencial y permitió el avance de su vice sobre dos áreas de poder: la económica y la judicial. En el manejo de la deuda con el FMI, por ejemplo, suena un coro de voces desacopladas como quedó a la vista el miércoles.
Ese el día la vice anunció públicamente que no se pagará al FMI por falta de fondos, el presidente le dijo en simultáneo al titular del Banco Mundial que tiene la voluntad de pagar y el ministro Guzmán le avisó a las autoridades del Fondo que necesita más tiempo para cerrar un acuerdo. La reacción del FMI fue de manual; no ampliará los plazos de pago ni bajará la tasa de interés a los niveles que Cristina Kirchner demanda, pero aseguró que las conversaciones con Guzmán van por buen camino.
Más allá del comando múltiple, no ya doble, el problema es el de siempre: faltan dólares. Con el aumento de la soja se espera fuerte ingreso de divisas. La vice quiere usarlas para controlar cualquier corrida cambiaria antes de octubre y entretanto hacer campaña con el discurso anti FMI, anticapitalista, antinorteamericano, etcétera, etcétera. Por eso se muestra inflexible, por eso hay nueva demandas judiciales de bonistas en Nueva York contra Kicillof que no paga (ver Visto y Oído), por eso Argentina abandona el Grupo de Lima en defensa de Maduro.
La misma historia de 2011 a 2015, un chavismo retórico que no se anima a pasar a los hechos, pero que detona cualquier expectativa de racionalidad económica y principio de solución para la acumulación de crisis.
Guzmán y Fernández no parecen completamente seguros de que esta estrategia vaya a funcionar. Es lógico porque ellos serían los que pondrían la cara en una corrida contra el peso sin dólares en el BCRA o sin un acuerdo con el Fondo. La vice digita la botonera a prudente distancia de cualquier explosión.
La pérdida de autoridad del presidente y el creciente protagonismo de su vice no derivaron, sin embargo, hasta ahora en una pérdida de poder del oficialismo. Lo demostró el kirchnerismo en el Consejo de la Magistratura con un nuevo reclutamiento de Graciela Camaño para someter a los jueces a presiones vía Anses. Lo demostró también el fracaso de la oposición en el armado de una sesión sin los “K” en Diputados para aprobar una prórroga del régimen de biocombustibles. En pocas palabras, no se vive todavía clima de desbande.
Cristina Kirchner sigue controlando el Congreso y manejando al peronismo. Armará las listas de candidatos a voluntad y a los caciques y capitanejos que no se sometan les armará una interna. Tendrá 65% de imagen negativa en las encuestas y una ideología del tiempo de la Guerra Fría, pero el aparato peronista obedece.
En resumen, no hay crisis de poder a pesar de los errores de gestión y de la desconfianza que genera un sistema disfuncional de toma de decisiones. Y no la habrá hasta que las elecciones no diseñen un mapa distinto del Congreso. Un retroceso del oficialismo en ese plano llevaría a una crisis de poder y subiría a las instituciones a una montaña rusa.