Le brotaron lágrimas de dolor, pero también de esperanza a Janeth Zurita, 35 años, ojos azules, pelo castaño claro, labios rojos. Ella fue la «elegida» del Centro Penitenciario Femenino San Joaquín, de esta capital, para hablar hoy ante el Papa en nombre de los demás presos de Chile, uno de los momentos más emotivos de la jornada.
Como en casi todos sus viajes internacionales, Francisco -que siendo arzobispo de Buenos Aires visitaba periódicamente a detenidos, con quienes ahora sigue en contacto telefónico-, también esta vez quiso llevarles una palabra de consuelo. «Estar privadas de libertad no es sinónimo de pérdida de sueños y de esperanza. Todos tenemos que pedir perdón, yo el primero», les dijo.
«¿Y saben qué suelo hacer yo en los sermones? Le digo a la gente: a ver, todos somos pecadores…¿alguno no tiene pecados? Levante la mano. Ninguno se anima a levantar la mano», agregó, provocando aplausos y gritos. «Una condena sin futuro no es una pena, es una tortura», también dijo. «La sociedad tiene la obligación, la obligación, de reinsertarlas a todas. Y cuando digo a todas, digo a cada una. ¡Eso métanselo en la cabeza y exíjanlo! ¡No se dejen cosificar!», arengó, electrizando el ambiente. «¡No se dejen cosificar!»
Con entre 500 y 900 presas, el Centro penitenciario femenino de San Joaquín es seguido por la Iglesia local, a través del servicio para la pastoral carcelaria. Es la hermana Nelly León, quien, con garra, dirige todo y ayuda a sus «chicas». Al hablar ante el Papa, de hecho, Nelly denunció que «en Chile se encarcela la pobreza». «El 51% han sido condenadas por microtráfico de droga y otros delitos vinculados con ello, todos relacionados con la pobreza», explicó a La Nación la hermana Nelly.
Para la histórica visita de Francisco, este sitio gris, rodeado de rejas y alambrados de púas, se tiñó de colores. Detenidas de todo Chile prepararon al Papa cintas de todos los colores con frases dichas por él en penales, que fueron colgadas desde el techo del gimnasio donde tuvo lugar el encuentro. También había flores y grullas de origami -símbolos de paz y de esperanza-, realizadas en papel por las detenidas, que esperaron a Francisco, que fue recibido como un héroe, cantando y bailando, engalanadas para la ocasión con pañuelos blancos. Antes que él, llegó la presidenta saliente, Michelle Bachelet, también recibida con aplausos por las presas. «Las chicas han trabajado indistintamente de su religión, porque el Papa es transversal, él trasciende la religión católica», aseguró la hermana Nelly, tan emocionada como sus «chicas».
El momento del testimonio de Janeth fue el más emotivo. «Quiero agradecerle por haber pensado en las mujeres privadas de libertad, porque cuando lo hizo sé que también pensó en nuestros hijos e hijas», dijo Janeth. Ella conoció la cárcel con tan sólo un año de edad, porque su padre también -condenado por robo- estuvo detrás de las rejas, en otro centro, hasta que ella tuvo 18 años. Al salir de allí, su papá puso un negocio de muebles, pero poco después lo asesinaron de un balazo en la cabeza. Entonces, para que su familia pudiera sobrevivir, se puso a traficar pasta base, lo que la enriqueció. Y, años más tarde, repitió el destino familiar, al ser condenada a 15 años de prisión. «Papa amigo, nuestros hijos son los que más sufren por nuestros errores. Con nuestra privación de libertad sus sueños se les truncan y este es un profundo dolor para nosotras», dijo esta mujer, madre de un niño.
Francisco visitó una cárcel de mujeres en Chile: «La sociedad tiene la obligación de reinsertarlas a todas»
Francisco visitó una cárcel de mujeres en Chile: «La sociedad tiene la obligación de reinsertarlas a todas». Foto: AFP / Vincenzo Pinto
Janeth contó que, al igual que otras detenidas, gracias a capellanes, agentes de pastoral y voluntarias, conoció «la ternura y misericordia de Dios». Destacó, de hecho, que la pastoral creó programas, como los Espacios Mandela, para que las presas vivan con mayor dignidad, que los capacitan en un oficio «que nos da las herramientas para enfrentar la vida cuando recuperemos la libertad».
«Papa Francisco, Papa amigo de los pobres y descartados, le pido en nombre de todos y todas las privadas de libertad que de hoy en adelante tenga presente en sus oraciones a nuestros hijos y a nosotras; y le pido que le diga a Dios que tenga misericordia de nuestros niños y niñas ya que ellos también cumplen una condena siendo inocentes», dijo. «Nos hemos equivocado, hemos hecho daño y hoy públicamente y ante usted, Papa Francisco, pedimos perdón a todos los que herimos con nuestro delito. Sabemos que Dios nos perdona, pero pedimos que la sociedad también nos perdone», concluyó, emocionada.
«Hoy estás privada de libertad, pero no significa que esta situación sea el fin. De ninguna manera. Siempre mirar hacia adelante, hacia la reinserción en la vida corriente de la sociedad», alentó, a su turno, el Papa, que al llegar bendijo bebes y estrechó manos, emocionando hasta las lágrimas a los presentes. Francisco también elogió «la capacidad increíble de las mujeres de adaptarse a las situaciones y salir adelante», así como los programas de pastoral carcelaria que ayudan a los presos.
«Todos sabemos que muchas veces, lamentablemente, la pena de la cárcel se reduce sobre todo a un castigo, sin ofrecer medios adecuados para generar procesos. Y eso está mal», lamentó. «En cambio, estos espacios que promueven programas de capacitación laboral y acompañamiento para recomponer vínculos son signo de esperanza y de futuro. Ayudemos a que crezcan», pidió. Interrumpido varias veces por aplausos, finalmente, como en otras ocasiones similares, recordó que «la seguridad pública no hay que reducirla sólo a medidas de mayor control sino, y sobre todo, edificarla con medidas de prevención, con trabajo, educación y mayor comunidad».
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