En la actual Plaza Independencia, un 30 de mayo de 1779, el Capitán Pedro Nicolás Escribano manda a construir un fuerte como defensa fronteriza contra el aborigen que habitaba esta zona.
Una y otra generación de chascomunenses, en todo acto evocativo de cada 30 de mayo, con signos de reconocimiento y sentido homenaje, imagina aquella escena en la que el Capitán Pedro Nicolás Escribano, una vez terminado el foso, bautiza la obra realizada con el nombre de San Juan Bautista de Chascomús y bajo el amparo de la Virgen de la Merced.
El primer hombre blanco que vio esta región de praderas y lagunas fue Juan de Garay quien 1581 explora las llanuras pampeanas del sur. Su nieto Gaitán puebla en 1640 unas leguas entre la laguna de Chascomús y el Río Samborombón. Aun siendo tierra india, desierto despoblado de hombres, era el imperio del ganado cimarrón.
En 1779 avanza la frontera blanca y sobre las barrancas de la laguna se levantan las empalizadas del nuevo Fuerte de San Juan Bautista de Chascomús. Los primeros pobladores milicianos, blandengues, gauchos, inmigrantes gallegos y los negros.
Durante el periodo del virrey Vértiz se desempeña la campaña contra el indio, estableciendo los límites de las tierras del sur del Rio Salado formando una Línea de Frontera, levantando nuevos Fuertes.
En mayo de 1779 se traslada el Fortín “El Zanjón” (Samborombón) como última Línea de Frontera en las proximidades de la laguna de Chascomús a cargo del Capitán de Blandengues Pedro Nicolás Escribano, quien crea el Fuerte bajo la protección del San Juan Bautista y la Virgen de la Merced patrona de la ciudad.
El Fuerte original fue ubicado sobre la actual Plaza Independencia allí se refugiaban las familias de la naciente población y a su alrededor se fueron asentando las familias de los blandengues y posteriormente los inmigrantes, estancieros y hacendados quienes fueron conformando el primer poblado de nuestra ciudad.
El 23 de agosto de ese año, tuvo su bautismo de guerra, al ser atacado por un malón, las familias que vivían junto al fuerte, casi todas mujeres e hijos de los propios blandengues, fueron los primeros en saltar el foso luego llegaron, a galope tendido, las gentes de zonas mas alejadas.
Nadie hablaba: no había tiempo para hablar, sólo para gritar órdenes, refugiarse y prepararlo todo para la defensa. El vigía lanzó su aviso, los soldados y milicianos tomaron ubicación, con las armas preparadas. La indiada erizó el horizonte con sus lanzas. Vino la primera carga.
Los defensores resistieron y los infieles se retiraron, pero todos sabían que iban a volver. Como centauros pampas, gritando, arrojando sus lanzas con puntería mortal, incendiando techos de paja, atacaron una y otra vez. Por fin vino el sosiego. Seguros del triunfo los blandengues salieron a perseguir a los indios.
Dentro de la fortificación, empezó el triste recuento de vidas perdidas, destrozos y heridos.
Así fue el bautismo de fuego y sangre de Chascomús y tuvo por escenario, precisamente, La Plaza Independencia.
Apenas estaban los fortineros restañando sus heridas cuando los sacudió la noticia: se acercaba una caravana de carretas. La novedad alertó al fuerte y recorrió velozmente el caserío. Era mucha gente y no eran soldados. Venían sí, con escolta, pero las pesadas carretas anunciaban carga importante. No era para menos; ocho familias venidas de Galicia, la tierra de leyendas y prodigios, venían a afincarse al abrigo del fuerte. Los hombres lo miraban todo, como tratando de adivinar qué clase de vida les esperaba.
Los viejos pobladores los rodearon: no se conocían, pero sabían que juntos enfrentarían el futuro. La vida era dura para todos, sabor a fruta silvestre, a veces dulce, pero siempre con un dejo ácido.
Estas fueron las gentes primeras que pisaron nuestra Plaza Mayor: soldados del Rey, inmigrantes gallegos, algún indio que se acercaba en son de paz, o algún negro con ojos asombrados, que llegaba como servidor para las autoridades del fuerte.
La vida transcurría a veces sin novedad, y otra plena de agitación: se incendiaron las cocinas, y todo el mundo a acarrear agua del foso para apagar el incendio, había que reconstruir el fuerte, y soldados y vecinos colaboraron.