Carla Vizzotti avanza esquivando charcos por una calle del barrio San Martín, una de las zonas de la Villa 31 con mayor penetración del narcotráfico. Cartera al hombro y la mirada en la pantalla de su celular, la secretaria de Acceso a la Salud de la Nación acompaña a un equipo del plan Detectar, que rastrilla el área en busca de contactos estrechos de casos confirmados de coronavirus. Cuando el grupo hace una pausa, al pie de una escalera caracol que llega a lo alto de una casa de cuatro pisos, se acerca la delegada de la manzana, con un barbijo verde que le cubre toda la cara. Aporta datos de vecinos con síntomas y señala que la situación está «un poco mejor» que semanas atrás, cuando empezaron los operativos del gobierno nacional. «Gracias a Dios», remata, a modo de despedida. La funcionaria, que no es creyente, completa la frase, antes de que la vecina se aleje: «Gracias a Dios y al trabajo que estamos haciendo entre todos».
Cuando el crecimiento de contagios en el área metropolitana se aproxima al temido pico y amenaza por primera vez con saturar el sistema de salud, Vizzotti asume como una cruzada personal la defensa de la estrategia sanitaria y la necesidad de redoblar esfuerzos para garantizar el acatamiento de la cuarentena. Concede que podrían hacerse más testeos, pero discute a muerte con los que teorizan que esa es la clave para derrotar a la pandemia y repite, con la energía de un pastor evangelista, que el secreto para evitar un desborde es lograr que las personas contagiadas y sus contactos estrechos cumplan de verdad con el aislamiento. Durante años técnica de bajo perfil, sin militancia partidaria, reconvertida en virtual viceministra de Salud y cara visible de la lucha contra el coronavirus en la Argentina, asume el papel estelar a regañadientes, como una «responsabilidad de género». Sin arriesgar un pronóstico sobre la duración que tendrá el confinamiento, advierte que la batalla se extenderá al menos hasta el final del invierno. «No es una carrera de velocidad, es una maratón», dice, en el último tramo del operativo en la Villa 31.
Como desde hace tres meses, el día de Vizzotti arrancó en el salón Ramón Carrillo, un lugar de paredes blancas descascaradas, en la planta baja del Ministerio de Salud. Llegó a las 8.25 para grabar el reporte diario, que sale al aire a las 9.05. «¿Todo tranquilo, Carla?», la saludó Alejandro Costa, subsecretario de Estrategias Sanitarias, su compañero de todas las mañanas. «No, nunca está todo tranquilo», respondió ella, con tono cómplice, y se le adivinó una sonrisa debajo del barbijo, blanco con pintitas negras. Antes de empezar a grabar, repasaron datos, frente a los camarógrafos y técnicos del ministerio, el único público autorizado en el ritual de cada mañana. Número de contagios del día anterior, provincias sin casos, tasa de positividad. «¿No tenemos nuevas áreas de transmisión?», preguntó Vizzotti, mientras redactaba el ayudamemoria que colocó entre el micrófono y un vaso con agua. «Cuando lleguemos a los cien programas, me prometieron que iban a traer algún sólido. No es nuestro fuerte el sólido», bromeó, justo antes de que se encendieran las cámaras.
Camino a su despacho, en el piso 12, retomó una discusión que da sin descanso desde el inicio de la pandemia: «Uno de los problemas en este momento es que se haya fijado la idea de que el test es la solución. La gente pide testeos masivos porque lo ve en la tele. Pero el problema es otro. El problema es que hay personas con síntomas que van reuniones sociales, sin distanciamiento. El problema es cuando un contacto estrecho de un caso confirmado se hace el test y le da negativo, sale a la calle sin cumplir las dos semanas de aislamiento». Su escritorio está cubierto de una montaña de papeles y carpetas. En toda la oficina no hay un solo objeto personal. «No tengo tiempo de nada», se excusó, y contó que sale de su casa a las 8 y regresa a las 23. Vive sola, en Palermo, y durante la cuarentena pasó un mes con la heladera y el calefón descompuestos. Solo colocó, en un rincón de su oficina, un cuadro de Eva Perón pintado a mano que le regaló un empleado de mantenimiento del ministerio que fue a arreglarle la luz del baño de su despacho.
«No tenemos brotes a partir de casos asintomáticos. Tenemos brotes de gente que tiene síntomas y no se cuida», insistió, y recordó un caso que la impresionó: «En un barrio popular un grupo de amigos organizó un partido de fútbol 5 para levantarle el ánimo a un hombre que se había separado de la mujer. Al final, compartieron una cerveza y tomaron del pico, todos menos uno, el único de los diez que no se contagió». ¿Puede haber un colapso del sistema de salud? «Si seguimos así, puede haber saturación. Depende de lo que hagamos. Hay que intervenir ahora porque la curva no está aplanada», advirtió. Antes de partir hacia la Villa 31, compartió uno de los audios de Whatsapp que suele mandarle un amigo. Son canciones de cumbia o de cancha, con letras adaptadas en respaldo de la cuarentena. Por iniciativa de Vilma Ibarra, secretaria de Legal y Técnica, esas piezas llegaron a oídos del Presidente y se convirtieron en un clásico de la previa reservada de los anuncios de prórroga del aislamiento, en la residencia de Olivos.
En el polo educativo María Elena Walsh, un emblema de la zona urbanizada de la villa, unas cincuenta personas esperaban, en un sector reservado, los resultados de los hisopados que se hicieron antes del mediodía. Teresita Vidal, directora de Integración Social del gobierno de la Ciudad, le contó a Vizzotti que el día anterior la tasa de positividad bajó al 40 por ciento, después de haber alcanzado un pico de 70%. «Ahora se prende por manzanas, como luces que hay que ir apagando», aportó Gabriel Battistella, subsecretario de Atención Primaria de la Ciudad. Antes de incursionar en el barrio San Martín, le ofrecieron una mascarilla plástica, para mayor protección. «Si mantengo los dos metros de distancia, no es necesario», declinó ella, en el inicio de la recorrida. La calle principal, con comercios a cada lado, está llena de gente. «Hoy está más cargado», renegó la funcionaria. De camisolín celeste, uno de los rastreadores le contó que ya tuvieron problemas en ese lugar: «Hay personas con síntomas que no se quieren testear ni aislar. Les tenemos que llevar la comida a domicilio». En la casa a la que se dirigen, según la dirección informada de uno de los contactos estrechos de un caso confirmado, no atiende nadie. «La realidad es totalmente diferente a lo ideal y a la teoría. Que digan que no estamos rastreando los contactos es desgarrador», dice ella.
En estos tres meses, la funcionaria se acostumbró a digerir malos tragos y a asimilar una paradoja. Después de trabajar durante casi diez años en la dirección del Ministerio de Salud que amplió como nunca el Plan de Vacunación Nacional, hoy pelea contra una enfermedad para la cual no hay vacuna. Recuerda, como uno de los peores momentos, cuando recibió, el 3 de marzo de este año, una llamada de Elsa Baumeister, jefa del Servicio de Virosis Respiratorias del Malbrán, para comunicarle el primer caso confirmado de coronavirus en la Argentina. Vizzotti, que estaba en una reunión de gabinete del Ministerio de Salud, se acercó al ministro, Ginés González García, y le dio la noticia, al oído. Enseguida los dos abandonaron la reunión y él llamó a su par porteño, Fernán Quirós, para organizar una conferencia de prensa. «Ginés», como lo llama Vizzotti, la conoce desde el día que nació: estudió medicina en Córdoba con Carlos Vizzotti, padre de la secretaria de Acceso a la Salud y funcionario de González García en su anterior paso por el ministerio. «Ginés es responsable del 98% de la estrategia para hacer frente a la pandemia, yo hago un aporte técnico», dice ella, y recuerda la última vez que le dio un abrazo. Fue a fines de febrero, durante un encuentro del Consejo Federal de Salud, en Córdoba. Celebraron el resultado negativo de un test a un taiwanés que había llegado en un crucero a Ushuaia y se había alojado en un hotel de 1500 pasajeros.
Después de un paso por el ministerio, para una charla por zoom con directores de epidemiología de todas las provincias, la agenda sigue en la Villa 1-11-14, donde el Detectar lleva cinco semanas. Primero va al centro de testeo, debajo de una de las plateas de la cancha de San Lorenzo. Al ingresar se le acerca un hombre con un traje de protección blanco, como de astronauta. Es uno de los médicos encargados de los hisopados. Le pide si se puede sacar una foto con ella. Justo antes del flash, el hombre pone los dedos en V. Vizzotti no lo sigue. ¿Es peronista? Duda unos segundos. «Ahora sí», responde. Después visita al padre Juan Isasmendi, un cura villero que resultó clave en la organización de los operativos en el barrio. Para entrar a la parroquia Santa María Madre Pueblo, pasa por una cabina de ozono, que la rocía por completo. «No hay que aflojarle al contacto estrecho, en las últimas semanas se aflojó un poquito», le advierte él. Para la despedida, Vizzotti extiende los dos codos a la vez. El cura se sorprende. «Dos codos es abrazo», dice ella. (La Nación – Por: Gabriel Sued)