Las internas políticas antes del pico de contagios. Los cruces Ciudad-Provincia. Y la charla del Presidente con Rodríguez Larreta
-El monstruo viene, ya lo estamos viendo. Lo que no sabemos es el tamaño, qué tan grande será.
Así hablaba el viernes, al salir de la Residencia de Olivos, uno de los confidentes habituales del Presidente. En la Ciudad de Buenos Aires utilizan una metáfora parecida. Hablan de la proximidad de «una montaña». Una montaña que puede verse de frente, a diferencia de los que pasó en algunos países europeos y de la región -principalmente Brasil- donde empezaron a verla cuando ya estaba detrás. Es apenas una ventaja. No hay sosiego entre los funcionarios nacionales y porteños, tampoco entre los bonaerenses. Ahora sí asoma la peor etapa de contagios. El destino del coronavirus en la Argentina, dicen, se jugará en las próximas tres semanas. ¿Será tan así? El 20 de junio arranca el invierno.
Con la cuenta regresiva en marcha, en las últimas horas Alberto Fernández repasó con el ministro de Salud, Ginés González García, distintas curvas, proyecciones y variantes para explorar cómo encarar la próxima fase. Sobrevuelan en los despachos oficialistas cifras muy optimistas y otras demasiado inquietantes sobre el futuro inminente. Alberto charló de estas cuestiones reservadas con Horacio Rodríguez Larreta y acordaron volver a verse las caras en pocos días para analizar si es necesario replantear el esquema de aislamiento. Siempre pensando en endurecerlo, nunca en hacerlo más flexible.
La Nación dice tener listo el esquema de contención y promociona el nuevo kit de testeos rápidos generados por un científico argentino. Podrían producirse unos 200 mil al mes en un principio. La idea que abordó con Rodríguez Larreta es usarlos en geriátricos y barrios populares, como el 31, donde el conflicto es cada vez más grave. A la vez, monitorean el traslado y la distribución de los respiradores. Esos respiradores llegaron en su mayoría de la fábrica de Córdoba. Es posible que, en los próximos días, el jefe de Estado vuelva a subirse a un avión después de casi dos meses para visitarla, como gesto de agradecimiento.
En la Ciudad aguardan hoy 2.000 mil plazas para atención leve, 500 para requerimientos moderados y 300 para terapia intensiva, sin contar las camas para aislamiento que se pusieron en clubes, iglesias y hoteles. En la Provincia aseguran tener disponibles, entre sanatorios públicos y privados, 4.400 camas de terapia intensiva, 2.000 para cuidados intermedios y 12.500 para internación.
El Presidente acordó con el jefe de Gobierno y con Axel Kicillof que ante la mínima escalada de casos volverán a endurecer la cuarentena. Les preocupa la situación que se está dando en los trenes. Si bien los vagones circulan al 11% de la ocupación normal, la mayoría de los ciudadanos se mueve a la misma hora, tanto para ir como para regresar de la Capital. Hubo un par de escenas en las líneas Roca y Sarmiento que generaron intranquilidad.
El equilibrio es complejo. Presionados por los indicadores económicos, la Ciudad y la Provincia apostaron a habilitar muchos rubros hace solo unos días. Casi a la par del nacimiento de la ola de contagios que desembocará en el pico. Los resultados empezarán a verse dentro de una semana, pero ningún especialista serio niega que las cifras diarias aumentarán en forma considerable. En este lapso se constatará, también, si las salidas recreativas de los menores agravan el panorama. Los chicos no sufren la enfermedad, pero son fuente de contagio. Suponiendo que nadie haya burlado el protocolo, se estima que ayer circularon por el territorio porteño unos 300 mil menores. Hoy lo harán otros 300 mil.
Esta decisión, aunque no la única, generó malestar en la Gobernación. El razonamiento es que, entre la gente que ahora va a trabajar a la Capital y la flexibilización con los menores, la Provincia sufrirá el rebote. Kicillof apunta a Larreta y lo hace con el guiño de los intendentes del Conurbano, que hubieran preferido estirar la cuarentena. En la Ciudad sostienen que la Provincia teme que quede al desnudo su precariedad. Larreta convive con el fantasma de que el coronavirus se expanda velozmente en las 29 villas y asentamientos porteños. En la Provincia la cifra estremece: son 1.726.
La pandemia no ha impedido la filtración de internas políticas. Tampoco cede la tentación presidencial de recurrir a la herencia, un viejo recurso de los gobiernos en etapas de crisis o de necesidad electoral. Carlos Menem llegó a acudir a la hiperinflación que dejó Raúl Alfonsín cuando se presentó por la reelección en 1995. Fernando De la Rúa se propuso terminar con la ostentación y la corrupción menemista, pero no supo salir de la convertibilidad y se tuvo que ir en helicóptero y con muertos en las calles. Esa imagen de cataclismo fue aprovechada por la administración de Kirchner y por las dos de Cristina; ambos solían recurrir a ella cuando estaban en aprietos, a la par de su crítica permanente a “los noventa”. Mauricio Macri asumió la presidencia bajo la lógica de terminar con el populismo y el despilfarro y asumió que él iba a tener que liderar el ajuste; le sirvió incluso para ganar las elecciones de medio término, pero dos años después tuvo que traspasarle la banda a quien él decía que representaba el pasado. Alberto, por lo que se ve, no será la excepción.
Una semana atrás, Fernández cuestionó a Macri sentado a medio metro de Rodríguez Larreta. En los últimos días fue el turno de María Eugenia Vidal. Es cierto lo que dijo: Vidal no construyó un solo hospital en sus cuatro años. Lo que no es cierto es que se haya jactado de ello. Lo que dijo al llegar a la gobernación fue que, antes de pensar en inaugurar un sanatorio, tenía que dedicarse a recomponer los que estaban, desde las guardias hasta los servicios de emergencia en las calles. Que se sepa, aun cuando Macri cometió el pecado de quitarle rango de ministerio al área de Salud, los hospitales no empezaron a descuidarse recién a partir de 2015.
Detrás de esas críticas, el oficialismo logró meter un pie en la interna de la oposición. Larreta debe lidiar con las estocadas que sufre quien hasta hace menos de medio año era su líder y con los embates contra su aliada más preciada. En Juntos por el Cambio se preguntan por qué el alcalde nunca responde. “Los micrófonos los tiene él”, dicen. No es tan exacto: Macri y Vidal han recibido decenas de pedidos de entrevistas desde el 10 de diciembre. No quieren hablar.
Tampoco habla Elisa Carrió, una de las fundadores del espacio. Ella se escuda en que su tarea terminó cuando presentó la renuncia a la banca de diputada. Carrió se ha vuelto, por acción o por omisión, una inesperada aliada de Alberto Fernández.
-¿Es así?– le preguntó Clarín en un breve contacto telefónico.
-Mirá. yo no creo que Alberto Fernández sea serio ni académico, y además él a mí me persiguió. Pero respaldo las medidas tomadas en Salud y me preocupa la salida de la crisis. Hay que estar con esa responsabilidad, es muy difícil responder por millones de personas. Tenemos que tener generosidad y grandeza y debemos ponernos en el lugar del otro en una pandemia como esta.
Después, Carrió prefirió cortar el teléfono. Tenía otros planes, dijo. Las relecturas de Borges y de Honoré de Balzac. (Clarín – Santiago Fioriti)