Moler fue una de las desaparecidas en La Noche de los Lápices en septiembre de 1976 en La Plata. Pasó por centros clandestinos de detención y luego la cárcel. Ahora es bioingeniera y epistemóloga. En «La larga noche de los lápices» decidió poner en escrito su experiencia para pensar el presente.
Emilce Moler, sobreviviente de «La Noche de los Lápices», sintió la necesidad este año de hacer «una pausa en el camino, y poner en palabras» sus vivencias como víctima de la última dictadura cívico militar con el propósito de que «la nuevas generaciones puedan complejizar las miradas sobre la historia» de uno de los períodos más oscuros de Argentina.
«Después de años de oralidad y de una transmisión que hice en actos, marchas o declaraciones, llegué a la conclusión de que tenía que usar las palabras escritas para permitir análisis más profundos de nuestra historia con una mirada siempre puesta en el presente», señaló Moler en diálogo con Télam al referirse a «La Larga Noche de los Lápices», un relato de su autoría que repasa su historia como militante, detenida desaparecida y presa de la dictadura genocida.
«Quiero que el libro sirva para dejar la enseñanza de que la democracia es algo que nos costó mucho, y que no puede banalizarse con alusiones a golpes de Estado o diciendo que vivimos en dictadura. Debemos reflexionar sobre lo que nos sucedió durante el Terrorismo de Estado y este libro intenta ser un aporte en ese sentido para los más jóvenes», remarcó.
En septiembre de 1976, Moler era una joven de 17 años que militaba en la UES y cursaba el quinto año del Bachillerato de Bellas Artes en La Plata, una ciudad que en los años ’70 se había convertido en epicentro de las movilizaciones y luchas que se daban en esos tiempos convulsionados.
Entre el 16 y el 17 de septiembre, diez jóvenes platenses que habían participado el año anterior de las movilizaciones por el Boleto Estudiantil fueron detenidos por efectivos del Ejército y la Policía Bonaerense.
De ese grupo, Claudia Falcone, María Clara Ciocchini, Claudio de Acha, Francisco López Muntaner, Daniel Racero y Horacio Ungaro permanecen desaparecidos, y Gustavo Calotti, Pablo Díaz, Patricia Miranda y Emilce, lograron sobrevivir.
En el libro, Emilce cuenta que al enterarse que Falcone y Ciocchini habían sido secuestradas, su padre, un comisario inspector retirado de la policía le propuso ir a Mar del Plata, por un tiempo, hasta que «las cosas se calmaran».
Con sus 17, Emilce se negó porque sentía que «no podía dejar a sus compañeros», y en esas horas, en su casa, antes de que los agentes se la llevaran en la noche del 17, se produjo una charla con su padre que resultó decisiva para atravesar todo lo que se vendría.
«Mi viejo fue muy importante en esta historia. Esa noche me dijo que hablar no servía, y varias cosas más. Todo eso me sirvió para soportar lo que se vendría. Puedo decir con orgullo que nunca hablé, y no juzgo a nadie. Pero no haberlo hecho me permitió hacer la reconstrucción de lo que había vivido», indicó.
Télam: ¿Es muy importante el rol de su padre (ya fallecido) en toda esta historia?
Emilce Moler: Sí. Es todo un personaje. Era policía y antiperonista, y vivir mi detención y encarcelamiento le permitió cambiar políticamente, mi madre no tanto, pero él sí. Fue el primer policía en declarar contra (Ramón) Camps (jefe de la Policía bonaerense durante la dictadura). Es parte muy importante de esta historia. La evolución política que hizo fue tan grande que una vez llegó a votar al Partido Obrero, lo cargaba y le decía que «no le había pedido tanto»…
Durante su cautiverio, Emilce pasó por los centros clandestinos de detención de Pozo de Arana, el Pozo de Banfield y la comisaría de Valentín Alsina, y a principios de 1977 llegó a la cárcel de Villa Devoto, legalizada y a disposición del Poder Ejecutivo Nacional.
T: La cárcel tiene un papel central en el relato…
EM: Sí, y la verdad que era algo que me interesaba mucho contar. Es muy duro llegar a una prisión con 17 años y no saber cuándo vas a salir. Hace poco entré en contacto con la palabra «sororidad», y puedo decir que aprendí qué era en la cárcel, con mis compañeras. Éramos 1.400 detenidas políticas en Villa Devoto y siempre me pregunto cómo la sociedad de entonces podía tolerar lo que la dictadura hacía con nosotros, que estábamos sin derechos. Lamentablemente, no hay muchas diferencias entre esas cárceles y las de ahora. Es una de las instituciones que no cambió en relación a la dictadura.
Emilce recuperó la libertad con 19 años y se trasladó a Mar del Plata, donde estudió matemáticas y desde esa disciplina inició una destacada carrera académica que le permitió doctorarse en Bioingeniería y obtener un magister en Epistemología.
Es madre de cuatro hijos y abuela, y nunca dejó de militar en los espacios que bregan por la Memoria, la Verdad y la Justicia en relación a las crímenes de la dictadura.
T: ¿Cómo ve la militancia de hoy en día?
EM: Lo que valoro de la militancia es la alegría, la misma que teníamos nosotros cuando lo hacíamos. Lo que nos pasaba era que nosotros no conocíamos la democracia y ahora sí. Por eso digo que eso hay que cuidarlo, y las voces que lo amenazan deben convertirse en susurros.
T:¿Sintió culpa de haber sobrevivido?
EM: En mi caso no. Siento tristeza de que mis compañeros hayan pasado por eso. Pero en esos lugares la decisión de vivir o de morir no dependía de nosotros. Siento el compromiso y la responsabilidad de contar lo que pasó y de transmitir esas últimas charlas que mantuvimos con mis compañeros en el lugar en el que estábamos cautivos. Tengo un especial recuerdo de Horacio Ungaro, que atravesó toda esa situación con mucho heroísmo.
(Fuente: Télam)