Participó de la guerra a los 18 y 31 años después se vio rodeado de agua en su casa de La Plata. Su vida tiene dos huellas: la de 1982 y la que trajo la corriente.
Por Manuel Tejo, de la Agencia DIB
“Las cosas de Malvinas ahora las tengo en el piso de arriba. La documentación y las cosas importantes están arriba”, repite Rubén Petri del otro lado del teléfono.
Para Rubén el 2 de abril es una fecha doblemente importante. Es el aniversario del comienzo de la guerra de la que tuvo que participar con tan solo 18 años y el día en que vio entrar un metro setenta de agua a su casa del barrio 19 de Febrero, en las afueras de La Plata.
Hace ocho años, para el libro “Marcados por el agua”, hablé por primera vez con Rubén de esta coincidencia. En esa ocasión dijo que la inundación “cayó en un día especial” y que “es complejo tener que asumir las dos cosas: haber estado en la guerra y esto que pasó”. “Los mismos temas de Malvinas los estás tocando cuando hablás con familiares de caídos (SIC) por la inundación”, me aseguró.
El 19 Febrero, el barrio en el que vive Rubén, está delimitado por las calles 122 y 90 y la diagonal 690. Es una zona con calles de tierra y cuenta con un canal que desemboca en el arroyo Maldonado. Se trata de un lugar tranquilo, o al menos lo fue hasta el 2 de abril de 2013.
“Hay gente en el barrio que no se recuperó. Incluso nosotros. Yo estoy parado y funcionado, pero tengo vecinos que no han recuperado todavía las cosas que perdieron”, dice Rubén a diez años de la inundación.
Y agrega: “La gente sigue afectada psicológicamente, hay montones de enfermedades paralelas que pueden haber sido causadas por estrés postraumáticos”.
Las esquirlas de la guerra
Rubén partió a Malvinas el 13 de abril de 1982, cuando tenía 18 años. Lo trasladaron primero a Comodoro Rivadavia y luego a las islas. No le dijeron a dónde iba. Se enteró en pleno vuelo. El 14 aterrizó: “Había un clima de miércoles, de terror: frío, viento, llovizna”, recuerda ahora riendo.
En territorio, Rubén quedó en el sector de Wireless Ridge, a más de 1 km. de Puerto Argentino, con cinco compañeros y un sargento. Integró la Compañía A, como ayudante de cañón: tenía que armar municiones, una tarea que aprendió allí mismo.
Rubén estuvo en 65 de las 74 jornadas de guerra. De los días del final del conflicto recuerda cuando la bala de un mortero enemigo cayó sobre la posición en que se encontraban él y sus compañeros: las esquirlas volaron entre ellos y se quedaron clavadas en la tierra.
“Malvinas fue una experiencia traumática para todos los que fueron. Algunos se pueden ir recomponiendo y seguir, pero hay un estrés postraumático en la mayoría de los veteranos”, dice.
En su casa, hoy Rubén hoy conserva una pieza de esquirla junto con un pedazo de uniforme, el birrete militar y revistas, entre otros objetos vinculados a la guerra. Todos esos son recuerdos debió que resguardar del agua hace diez años.
El segundo 2 de abril
El 2 de abril de 2013 se cumplieron 31 años de la guerra. En la mañana de ese día, Rubén concurrió con su esposa al acto por el aniversario en la plaza Islas Malvinas de La Plata y luego a almorzar al Centro de Ex Combatientes (Cecim).
A la tarde regresaron a su casa y se acostaron a dormir la siesta, pero tuvieron que levantarse cuando el agua empezó a entrar por la puerta del fondo. Las horas siguientes fueron una pesadilla para todo el barrio: el canal desbordó y el agua entró con más fuerza a las viviendas.
Rubén tiene dos hijos y ninguno de ellos estaba con él cuando la inundación comenzó. En algún momento de la tarde quiso ir a buscar al más pequeño que estaba en lo de un vecino de enfrente, cruzando el canal, pero el agua no lo dejó pasar. Luego se refugiaron con su esposa en la planta alta. En otro lapso de esa larga jornada, el más grande de los chicos llegó a la casa después de nadar más de dos cuadras.
“Ahora contás la anécdota. Es como que viajaste en el Titanic cuando se hundió. Empezás a hablar, a hilar cosas con los vecinos, te acordás de la gente que estuvo colaborando”, dice Rubén una década después.
“¿Y qué te pasa con la lluvia?”, le pregunto. “Te molesta”, dice. Y sigue: “Cuando sentís que cae mucha agua te preocupás. Hay que tratar de que no todas las lluvias te afecten. Mi señora cada vez que ve que la lluvia es continua se le vuela la cabeza. Antes no la afectaba”.
Las huellas
Las huellas de la guerra persisten en la isla. Rubén pudo volver en el año 2009 y recorrer la zona en la que estuvo. Dice que es un viaje que “te libera de algunas cuestiones sentimentales”. Además, cuenta que incluso en las fotos satelitales del Google Maps todavía se pueden observar perforaciones de la actividad bélica y otras marcas del conflicto.
También habla de otro territorio importante en su vida, el barrio. El 19 de Febrero comenzó a construirse a fines de la década del ochenta y por un conflicto histórico sus vecinos nunca pudieron acceder a las escrituras. Rubén señala que después de la inundación algunas personas alquilaron sus casas y otros dejaron todo como estaba. “Uno dejó de preocuparse de una parte que era más material para decir no pongo un peso acá y me voy de viaje dos días a cualquier lado”, ejemplifica.
Después, cuenta que algunos autos que se inundaron en 2013 aún hoy están abandonados en las puertas de las casas del barrio. Como las islas, el 19 de Febrero también tiene sus huellas. (DIB) MT