El futuro del empleo
La historia del voluntario que asiste a la comunidad wichí
Manuel Lozano empezó como voluntario a los 14 años en Chascomús, su ciudad natal, en un hogar que quedaba a la vuelta de la casa de su abuela. Cuando recibió la invitación para participar como orador en el evento «Trabajo. Cómo ganar la batalla del futuro «, organizado por LA NACION en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires
En un mano a mano con José Del Rio, secretario general de Redacción de LA NACION, Lozano, hoy con 34 años y al mando de la Fundación Sí, organización que nuclea a más de 2500 voluntarios en todo el país, profundizó sobre su último viaje y el trabajo que hizo con la comunidad wichí.
«Trabajamos con ellos para que puedan proyectarse pero es difícil. Hay chicos que están en quinto año del secundario y que nos preguntan qué significa estudiar medicina o qué hace un profesor de música», aseguró, y agregó: «Esto genera angustia, porque hay ganas y esfuerzo para ir a la escuela y para aprender, pero la falta de oportunidades es abismal».
Entre otras experiencias, contó que dejaron de realizar una actividad con sogas, porque los chicos, lo primero que hacían, eran armar «el nudo de suicido». También destacó que en una de las actividades, una de las jóvenes participantes se desmayó. «No había ambulancia y la única enfermera decía que tenía el diablo adentro, cuando en realidad le había explotado una pepa porque era mula», contó.
Respecto del futuro, Lozano dijo que es muy difícil: «Su preocupación es qué van comer hoy y, como mucho, qué van a comer mañana. Pensar en la semana que viene no está dentro del campo de visión de muchos chicos», remarcó.
Mientras que Lozano empezaba su camino de voluntariado a los 14 años, hoy, en la triple frontera, viven chicos de entre 12 y 13 años para los que su único destino es «ser mulas y entrar droga al país cruzando el Pilcomayo». Para cambiar la realidad, los voluntarios de la Fundación Sí trabajan alrededor del país con actividades y capacitaciones. En particular, promueven la construcción de residencias universitarias para que chicos de zonas rurales o aisladas puedan tener un mejor acceso y contención para el estudio. En ellas ya viven 320 chicos.
«Ya hay 9 chicos que se egresaron, dejaron sus casas y se sostienen con su trabajo. Esa es la idea», contó Lozano, quien también destacó que dentro 15 días se recibe el primer ingeniero. «Tiene un valor muy fuerte, porque viene de una comunidad chiquita, de 700 habitantes, que no tiene ni luz ni agua. Para él estudiar era algo impensado, ni siquiera pensó que iba a poder terminar el secundario y hoy se va a recibir y también ganó una beca para capacitarse seis meses en Sevilla, España», resaltó.
En esta línea, a pesar de que se trata de un caso, Lozano insistió en la importancia de ir caso por caso, persona por persona, para generar un efecto contagio. «Cuando los chicos empiezan a ver que ‘el que vivía al lado pudo’ empieza a pensar ‘yo también puedo'», cerró.
(Fuente La Nación – Por Lucila Lopardo)