Rodríguez Larreta no pudo vacunar a un moderado número de ancianos sin ponerlos en peligro. También Axel Kicillof quedó expuesto: decidía a quién vacunar en consulta con su pareja.
El coronavirus está ofreciendo un retrato de cuerpo entero de la burocracia estatal y de la clase política que deja a la vista una mezcla de abuso de poder, privilegios e inoperancia.
En la ciudad de Buenos Aires, el distrito con los mejores índices económicos y educativos del país, el jefe de gobierno tiene aspiraciones presidenciales. Se jacta de una administración ordenada con bajo nivel de corrupción y mucha obra pública, pero cuando le tocó organizar la vacunación de unos pocos miles de adultos mayores de 80 años los expuso a una aglomeración. Lo peor que podía hacer.
Pidió disculpas como dice el manual, sin exponerse y a través del ministro del área, pero ya el daño estaba hecho. El sanitario y el político. En particular el último, medible por la furiosa y rápida reacción del kirchnerismo en medios y redes.
El oficialismo tenía ánimo de revancha porque había sufrido un fuerte revés con el escándalo de los vacunas de privilegio y quería igualar los tantos, aunque se tratase de casos distintos. Mientras que el del gobierno nacional era un problema simple y llano de uso de un bien escaso en beneficio de parientes y allegados políticos, el del gobierno porteño era de imprevisión y mala praxis. No se necesitaba ser un sanitarista con Premio Nobel para prever que los ancianos concurrirían con mucha anticipación a los pocos vacunatorios dispuestos. También que irían acompañados por familiares y que todos terminarían amontonados.
El mismo Rodríguez Larreta que hace menos de un año pretendió exigir que los adultos mayores le pidiesen permiso previo para pisar la vereda (absurdo del que tuvo que retractarse), los expuso por simple incapacidad a un riesgo evitable.
El otro episodio penoso de la semana fue el protagonizado por Beatriz Sarlo y Axel Kicillof y contituyó un ejemplo perfecto de lo que no se debe hacer en el terreno sanitario, en el político y en el de la comunicación pública.
El gobernador bonaerense cometió todos los errores posibles y demostró que no casualmente forma parte del actual oficialismo. Llegó al poder por el dedo de Cristina Kirchner y tiene menos cintura política que un pollo, dicho esto en jerga peronista. Le gusta exhibir iracundia y cuando se siente atacado tiene una sola respuesta: embiste.
El escándalo fue provocado por Beatriz Sarlo que reconoció primero por TV y después en Comodoro Py que le habían ofrecido la vacuna de manera irregular. El oficialismo volvía a ver instalada en la agenda la pesadilla que le había costado una crisis de gabinete y un fuerte desgaste ante la opinión pública.
El primer error de Kicillof fue similar al de González García con Verbitsky. Llamó a quien no debía e hizo que todo el oficialismo volviera a tropezar con la misma piedra. Como Ginés fue expuesto por alguien políticamente cercano o que se creyó reclutable.
Segundo error: al daño autoinfligido el gobernador sumó un mal manejo de la emergencia.
En este plano las equivocaciones fueron varias. En principio, se puso en la primera línea de fuego, cuando a la denunciante debería haberle contestado algún ministro, secretario o simple vocero.
Probablemente Kicillof, que se paseó por los canales de TV para exhibir su enojo, extraña las épocas del centro de estudiantes, ámbito en el que lo común eran las batallas verbales y las polémicas que llenaban las horas muertas. Lo que pareció haber olvidado es que es el jefe del estado provincial más grande del país con responsabilidades de mayor peso que polemizar con una docente jubilada de Filosofía y Letras.
A lo que hay que sumar otro error: la respuesta de su pareja para aclarar lo ocurrido reveló que Kicillof había resuelto invitar a vacunarse a Sarlo sin respetar el orden de prelación durante un intercambio de opiniones hogareño. Para que no quedaran dudas la pareja del gobernador aclaró que ella no es funcionaria. Conclusión: las políticas públicas y las cuestiones más relevantes de estado, como la disposición de las vacunas en una pandemia, se diseñan, según propia confesión, en el ámbito familiar. Finalmente la idea de vacunar “celebrities” fue abandonada, pero no se supo por sugerencia de quién.
Más allá del manejo comunicacional amateur de la crisis, la naturalidad con que la pareja del gobernador admitió el hecho es un ejemplo más de una concepción del poder consustancial al peronismo. Sus dirigentes lo consideran un bien personal del que se debe hacer uso con potestad monáquica. El gobernador y su pareja ni siquiera percibieron el despropósito.
En síntesis, no sólo el segundo escándalo de las vacunas fue mal manejado por el gobierno, sino que lo agravó exhibiendo improvisación y discrecionalidad. En esta ocasión tuvo un consuelo, el tropiezo de Rodríguez Larreta, pero dudoso porque fortalecerá a los sectores más combativos de la oposición.
(Fuente:La Prensa/POR AGUSTINA SUCRI)