Por Andrés Lavaselli
La entronización de Sergio Massa como el nuevo hombre fuerte del gobierno, una imposición de los gobernadores al Presidente Alberto Fernández que cuenta con el aval de la vicepresidenta Cristina Fernández, tiene el dramatismo y el potencial de la última jugada posible antes del abismo: si falla, allanará el camino para un “cambio de régimen”, pero si funciona trastocará las relaciones de poder en el oficialismo al punto de que podría transformarlo en candidato presidencial y, eventualmente, en nuevo líder en el peronismo.
Aunque en cierto sentido es una mirada contra fáctica, puede que el desembarco del líder del Frente Renovador no se hubiese producido sin el llamado que recibieron los mandatarios provinciales que estaban reunidos en el Consejo Federal del Inversiones para que fueran a la Casa Rosada. Pero Fernández vio presencias como la del santafesino Omar Perotti, que no venía apoyado esos cónclaves, e intuyó mar gruesa. Cuando llegaron, lo comprobó: el mensaje que recibió fue muy claro: o cambias ya, o te quedas sin gobierno en breve.
Fue el fin de un estilo de procastinación política que tuvo su última expresión en el ingreso de Silvina Batakis como reemplazo de Martín Guzmán. El “uno `por uno” no alcanzaba y la primera que lo planteó con la Vicepresidenta. Aunque es probable que en ese momento resistiese la solución Massa que terminó por aceptar a falta de una opción mejor un mes y cien pesos de devaluación después, con el fantasma de la híper inflación amagando con hacerse real y, con él, la idea de adelantar elecciones.
Massa llega aupado por el peronismo que ve en él una carta de auto preservación. Pero en ese apoyo hay matices que vale la pena mirar. Axel Kicillof, por caso, trabajó para reunir a los gobernadores, pero guardó silencio público después, cuando se armó un operativo clamor del que participó su parco jefe de Gabinete, Martín Insaurralde. El gobernador, dicen, actuó con cautela para que el movimiento no se leyera como un “golpe” del cristinismo a Fernández, un interpretación que resta eficacia en término de mercado.
El Gobernador, dicen, agregó otro ingrediente a ese respaldo silencioso: no convocará a paritarias a los empleados públicos por al menos tres semanas. La idea es no sumar señales de mayor presión sobre la emisión porque la el combo de metas con el FMI, corrida cambiaria y descontrol de precios es lo suficientemente complejo. Eso sí: en La Plata creen que la unificación de la “botonera” económica debió completarse con el control del BCRA, algo que en principio no ocurrirá. Es probable que el Gobernador haya asesorado a Cristina en este punto: la “flexibilidad” de Pesce, que sobreviviría, los dejó en mano de Massa, creen en el Patria.
A la vez, Massa, queda como algo más que un superministro: con un Fernández al que le queda poco que perder en términos de poder interno, la figura del líder del FR podría funcionar como una especie de primer ministro en los hechos, el hombre que define lo central de la gestión. Solo Cristina, que controla todo lo que ya tenía y suma la AFIP, caja principal del Ejecutivpo, es ahora una terminal política de peso para él. El presidente, no: sin votos propios como la Vicepresidenta, tampoco puede vender futuro. Es que si el experimento falla, pierden todos, y si funciona, Massa se lleva el premio. Un detalle: en un mismo movimiento, el líder del FR barrió a Daniel Scioli y a Julián Domínguez. Uno aspiraba a una pre candidatura presidencial; el otro sonaba con la gobernación que se le negó en la discutida interna de 2015.
La apuesta a que la salida económica funcione es, claro, de mucho riesgo. De hecho, varios en el entorno de Massa le aconsejaron que no dé el paso que dio. El decidió avanzar, un camino en el que influyeron, seguramente, sus respaldos empresarios (Brito, Eurnekian, Cherñajovsky, Mindlin, Manzano). Ahora habrá que ver cómo funciona en la práctica el reparto de poder nuevo con CFK y de qué manera conjuga la “ortodoxia moderada” que es como auto-define su concepción económica (los profesionlaes que lo acompañarán lo reafirman), con las señales sociales que todo el peronismo, también por sentido de autopreservación electoral, le reclama.
La oposición, por su parte, mira con precaución. Massa es la mayor apuesta en términos de volumen político de CFK, muy diferente a lo que ocurrió cuando desembarcaron Juan Manzur o Daniel Scioli-. Una solución a la que, casi nadie creía en Juntos, se iba a allanar CFK. Su llegada desinfló en principio la expectativa de elecciones anticipadas que algunos sectores de ese espacio veían como una eventualidad factible y favorable. Massa tiene además, desde el punto de vista opositor, terminales en el campo propio ningún otro dirigentedel oficialismo posee hoy. Suponen, en ese sentido, que será activo en un plan para dividirlos, por ejemplo a través el expediente de robustecer una tercera vía el peronismo. Es una capacidad que no veían en Fernández. (DIB) AL