Papa Francisco: “Voy a morir en Roma, a la Argentina no vuelvo”

En el libro “La salud de los papas. Medicina, complots y fe. Desde León XIII hasta Francisco”, que saldrá a la venta el próximo lunes, del periodista Nelson Castro, el pontífice se refiere también a la posibilidad de renunciar, a sus neurosis y a su historia con el psicoanálisis

El papa Francisco afirmó que espera que la muerte lo encuentre en Roma, ya que descarta regresar a su Argentina natal, según una entrevista que forma parte de un libro, cuyo anticipo fue publicado por medios argentinos este sábado.

“Siendo Papa, ya sea en ejercicio o emérito. Y en Roma. A la Argentina no vuelvo”, destacó el pontífice ante la pregunta “¿cómo imagina su muerte?”.

Destacó que la muerte es un tema en el que piensa aunque esta no le produce temor “en absoluto”, si bien en el momento de la entrevista, que se realizó el 16 de febrero de 2019 en Roma, resaltó que se encuentra “muy bien”.

La conversación con el periodista y médico argentino Nelson Castro versa sobre la salud y los problemas que Francisco tuvo a lo largo de su vida, entre los que se encuentran un “cuadro pulmonar severo” en 1957 y la neurosis ansiosa que padece.

La conversación forma parte de su libro La salud de los papas. Medicina, complots y fe. Desde León XIII hasta Francisco, que saldrá a la venta el próximo lunes en Argentina y que posee distintos capítulos sobre este tema al respecto de la vida y muerte de los pontífices.

“Es un libro histórico, atrapante y único. Histórico porque todo lo que se cuenta es cierto y documentado; atrapante porque es una historia que supera cualquier ficción y único porque por primera vez un papa habla de su salud con la claridad que lo hizo Francisco”, afirmó el autor.

“Tengo bastante domada la ansiedad. Cuando me encuentro ante una situación o debo enfrentar un problema que me produce ansiedad, la atajo. Tengo distintos métodos para hacerlo. Uno de ellos es escuchar Bach. Me serena y me ayuda a analizar los problemas de una manera mejor. Le confieso que con los años he logrado poner una barrera a la entrada de la ansiedad en mi espíritu. Sería peligroso y dañino que yo tomara decisiones bajo un estado de ansiedad”, agregó.

Francisco habló también de sus neurosis, a las que describió como una mezcla de ansiedad y de tristeza, y afirmó que “hay que cebarles mate” y “acariciarlas también”, ya que “son compañeras de la personas durante toda su vida”.

“Es muy importante poder saber dónde chillan los huesos. Dónde están y cuáles son nuestros males espirituales. Con el tiempo, uno va conociendo sus neurosis”, matizó.

También habló sobre la psicología, de la que dijo que su estudio “es necesario para un sacerdote”, y aunque afirmó que nunca se psicoanalizó, contó como recurrió a la ayuda de una psiquiatra durante un momento delicado de su vida.

“Nunca me psicoanalicé. Siendo provincial de los jesuitas, en los terribles días de la dictadura, en los cuales me tocó llevar gente escondida para sacarla del país y salvar así sus vidas, tuve que manejar situaciones a las que no sabía cómo encarar. Fui a ver entonces a una señora —una gran mujer— que me había ayudado en la lectura de algunos test psicológicos de los novicios. Entonces, durante seis meses, la consulté una vez por semana”, concluyó.

Su periodo con sobrepeso y los consecuentes problemas del corazón también fueron parte del intercambio entre castro y Francisco. Según él mismo aseguró, respondía a un desequilibrio entre el funcionamiento del páncreas y del hígado diagnosticado como esteatosis hepática o hígado graso.

“Diagnosticado el caso, el médico me prescribió una dieta que me permitió adelgazar y normalizar el funcionamiento del hígado. La verdad es que me siento mucho mejor”, aclaró Bergoglio.

Además, compartió que, desde que fue nombrado Papa, tiene un profesional designado que es quien está a cargo de su salud que lo atiende en el Vaticano. “Su cargo es el de arquiatra pontificio. Se trata del doctor Fabrizio Soccorsi. Es uno de los hepatólogos más renombrados de Italia. Es un médico jubilado”.

“Viene, me hace la revisación y un extraccionista me toma las muestras de sangre para los análisis. Viene cuando se lo llama, porque los médicos son muy buenos pero hay que tenerlos lo más lejos posible”, bromeó Francisco.

El papa Francisco en una audiencia en el Palacio Apostólico, Vaticano.  Vatican Media/?Handout via REUTERSEl papa Francisco en una audiencia en el Palacio Apostólico, Vaticano. Vatican Media/?Handout via REUTERS

Divertido, el Papa contó una anécdota sobre el tema: “Usted sabe que los análisis nunca van a mi nombre. Entonces, en uno de los primeros chequeos que me hicieron, el jefe del laboratorio donde se llevan las muestras de sangre lo llamó al médico y le dijo: ‘Mire, los resultados de los análisis están todos dentro de los parámetros de la normalidad. Eso sí, preste más atención a la edad. Usted puso 78 años y los análisis corresponden a los de un hombre de unos 45′.

A continuación, uno de los intercambios más íntimos entre el periodista y la máxima autoridad de la Iglesia Católica que forma parte del libro:

—¿Lo cansa su trabajo?

—Disfruto mi trabajo y a la noche llego molido (cansado). Como usted sabe, mi día es muy intenso. 

—¿Le gusta viajar?

—¡¡Para nada!! No me gusta viajar. Lo hago porque es una obligación que el Papa debe cumplir. 

—Sin embargo, en los viajes se lo ve pleno y con una gran energía.

—Es que es algo que hay que hacer y, a pesar de no gustarme los viajes, los hago con alegría.

—¿Hace alguna actividad física?

—Ninguna. Soy una persona sedentaria.

—Imagino que su médico le debe recomendar realizar alguna actividad física.

—Sí, lo hace. Pero mi respuesta es siempre la misma: no tengo tiempo.

—¿Duerme la siesta?

—Sí, siempre. Eso es sagrado. Todos los días duermo la siesta durante cuarenta minutos a una hora. No bien termino de almorzar, me retiro a mi habitación, me saco los zapatos y me acuesto vestido. Me duermo profundamente, como si fuera de noche. Y me levanto muy bien, despejado y renovado. Es como si amaneciera de nuevo.

El papa Francisco habla con periodistas durante su vuelo de regreso de Panamá a Roma, en enero de 2019. Alessandra Tarantino/Pool via REUTERSEl papa Francisco habla con periodistas durante su vuelo de regreso de Panamá a Roma, en enero de 2019. Alessandra Tarantino/Pool via REUTERS

—¿Se siente solo?

—No, para nada. El hecho de vivir en la residencia de Santa Marta con una comunidad de personas que hacen una vida absolutamente normal me es de gran ayuda. No habría soportado vivir en la soledad del departamento papal.

—¿Le pesa o lo estresa tener que tomar decisiones en la soledad del poder?

—No es fácil, pero ahí es donde Dios siempre ayuda.

—¿Siente la presencia de Dios?

—Absolutamente. Cuando tomo una decisión difícil, dejo que madure dentro de mí. Es entonces cuando, al cabo de un tiempo, me invade una seguridad que me indica que la decisión que adopté es la correcta.

—¿Comete errores?

—Por supuesto que sí.

—¿Cómo los vive?

—Vivo esa circunstancia desgraciada con pena y sincero arrepentimiento. Por eso no solo pido perdón, sino que trato de repararlo inmediatamente. 

—¿Le cuesta pedir perdón?  

—En general, no. Le cuesta más a la persona orgullosa, cosa que yo no soy.

El papa Francisco usa una mascarilla mientras atiende a un servicio de oración ecuménico por la paz junto a los representantes de otras religiones en la Basílica de Santa María en Aracoeli, una iglesia en la cima de la Colina Capitolina de Roma, Italia. 20 de octubre, 2020. REUTERS/Guglielmo MangiapaneEl papa Francisco usa una mascarilla mientras atiende a un servicio de oración ecuménico por la paz junto a los representantes de otras religiones en la Basílica de Santa María en Aracoeli, una iglesia en la cima de la Colina Capitolina de Roma, Italia. 20 de octubre, 2020. REUTERS/Guglielmo Mangiapane

—¿Ha tenido que pedir perdón como papa?

—Sí, claro. Y lo he hecho sin dudarlo.     

—El poder genera envidias. ¿Cómo las enfrenta?

—Somos humanos. Las comprendo. 

—¿Cómo enfrenta la enfermedad de poder producto del séptimo pecado capital, la soberbia?

—La tentación siempre existe. Por eso, antes de tomar una decisión, consulto con otros. Y entre esos otros que consulto, busco hacerlo con aquellos que sé que van a expresar una opinión diferente de la mía. El diálogo con personas que piensan diferente de mí me ayuda en la maduración de una decisión y constituye el principal antídoto para luchar contra la enfermedad de poder. El pensamiento distinto enriquece siempre. La terquedad empobrece.

—¿Es terco?

—A veces sí. Por eso me molesta y entristece tanto la terquedad ajena, porque, al fin y al cabo, veo en ella el reflejo de la mía. 

—¿Cómo reacciona ante la adulación?

—La adulación es algo que me cae muy mal. Sé distinguir muy bien entre el elogio sincero, que es una caricia al alma, y el elogio fatuo y cargado de hipocresía. 

—¿Lo perturba la hipocresía?

—Mucho. A la hipocresía no la tolero.

El papa Francisco llega a la primera audiencia general semanal que admitirá público desde que comenzó la pandemia del coronavirus, en patio de san Dámaso en El Vaticano. 2 de septiembre, 2020. REUTERS/Guglielmo MangiapaneEl papa Francisco llega a la primera audiencia general semanal que admitirá público desde que comenzó la pandemia del coronavirus, en patio de san Dámaso en El Vaticano. 2 de septiembre, 2020. REUTERS/Guglielmo Mangiapane

—¿Le cuesta perdonar?

—A veces sí. Y eso es bueno. Hacer el esfuerzo para perdonar ayuda mucho. 

—¿Se confiesa?

—Sí.

—¿Con cuánta frecuencia?

—Me confieso cada quince días.

—¿Lo ayuda?

—¡Muchísimo! Me encanta confesarme.

—¿Se siente pecador?

—Por supuesto. Por eso siempre estoy alerta. El demonio es tremendamente astuto. 

—¿Qué piensa de la mentira?

—La mentira es algo de una bajeza extrema.

—¿Alguna vez debió mentir?

—Mentir, no. Callar momentáneamente una verdad, cuando esa verdad puede dañar a otros, sí. 

—¿Lo angustia el pecado?

—No, porque la misericordia es más grande.

—¿Es rencoroso?

—El rencor es como lo describe el tango [del mismo nombre]: “Rencor, mi viejo rencor”. Detrás de todo rencor hay un gran amor. El rencor es el producto de un amor frustrado. Gracias a Dios, no soy rencoroso.

La Basílica de San Pedro, en el Vaticano. REUTERS/Guglielmo Mangiapane/File PhotoLa Basílica de San Pedro, en el Vaticano. REUTERS/Guglielmo Mangiapane/File Photo

—¿Es envidioso?

—Me acuerdo, siendo chico, de la envidia al compañero que sacó una nota mejor que la de uno. Entre esos recuerdos está el de una vez que salí segundo en un campeonato. ¡Qué envidia le tuve al que me ganó y salió primero! A mi edad, ya no hay tiempo para la envidia. Uno debe prepararse para el bien morir.

—¿Le preocupa que le teman?

—No me gusta que me teman. El temor siempre existe porque es el resultado de las tergiversaciones y la pusilanimidad de muchos. Sé que hay quienes me temen. Y créame que eso no me hace feliz.

—Y al margen del dolor, ¿a qué le teme usted?

—Al Cuco, no. ¡Ja ja ja! Le temo a engañarme a mí mismo. Porque el demonio es muy hábil. El demonio es el padre de la mentira. A eso sí que le tengo miedo. Sé que con Dios nunca habrá problemas porque nunca me va a faltar y me va ayudar a aclarar mis dudas y a corregir mis errores.

—¿Piensa en la muerte?

—Sí.

—¿Le teme?

—No, en absoluto.

—¿Cómo imagina su muerte?

—Siendo papa, ya sea en ejercicio o emérito. Y en Roma. A la Argentina no vuelvo.