Un triste adios: la difusa frontera que separa a la civilización de la barbarie, la utilización política de un velorio nacional y popular
Relatos salvajes (2014) es una película argentina definida por su propio creador (Damián Szifron) como “la difusa frontera que separa a la civilización de la barbarie, del vértigo de perder los estribos y del innegable placer de perder el control”. A este genial film le faltaba escribir un capítulo: “El adiós a la mano de Dios”.
Así somos. No todos. La gran mayoría. La mano de Dios merecía una despedida mejor, no por sus desaciertos en vida, sino por sus aciertos y el cariño de la gente que supo conquistar a su manera. La utilización política del velorio deja al descubierto una vez más los relatos salvajes de un país sin rumbo.
¿Organizar un velorio multitudinario en medio de una pandemia? No debió suceder. Menos cuando nos vienen diciendo desde el 20 de enero todo lo que no podemos hacer, y lo poco que sí podemos.
¿A nadie se le ocurrió pensar en una larga caravana que siguiera el cortejo fúnebre a modo de despedida? ¿Preservar la salud de todas y todas no era la prioridad? Sinceramente hay algo en todo esto que me perdí. No logro comprender por qué seguimos cayendo más y más abajo.
La despedida final de Maradona fue sombría en todo sentido. El caos que se apoderó de la Casa Rosada, donde se organizó un velorio masivo cuando hay protocolos estrictos que el COVID-19 impuso como restricciones a la cantidad de gente que puede asistir a este tipo de ceremonias. ¿Quién cumple con el DISPO?
¿El presidente no tuvo a su lado ningún asesor que le dijera que no se podía hacer lo que se hizo? La política vuelve a mostrarnos su peor cara: el presidente de la Nación fue denunciado por diputados opositores por haber favorecido la propagación del coronavirus al “organizar” el velatorio, interviene el Juez Federal Sebastián Ramos.
Para no quedarse atrás, también fueron denunciados a las pocas horas Horacio Rodríguez Larreta y Diego Santilli, en este caso a través de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, por el delito de intimidación pública, abuso de autoridad y abandono de persona.
Empate uno a uno. El más salvaje de los relatos, la utilización de las causas judiciales con fines políticos.
Es un capítulo más que se suma a la película de Szifrón, donde la realidad supera la fantasía. Son los relatos salvajes que agrietan la sociedad y la enferman aún más. El uso que la política intentó hacer del velorio del astro se le volvió en contra como el búmeran lanzado al viento que al regresar nos golpea fuertemente en la cara y nos deja sangrando.
La muerte misma de un ser humano y el luto de su familia no fue impedimento para que una multitud desbordada intentara acercarse a su ídolo “de cualquier manera”: sin respetar distanciamiento social, barbijo y todas las normas que la pandemia impone, más las del propio recato que un velorio significa.
Son contradicciones propias de una sociedad que no tiene respeto alguno por las normas: cumplirlas es una opción, no una obligación. Civilización y Barbarie conviviendo en el lodo. Desde el Presidente de la Nación para abajo, todos estamos en la misma bolsa del incumplimiento colectivo de las reglas que rigen nuestra sociedad.
Se suman a lo anterior las piedras, los gases lacrimógenos, la diatriba de algunos políticos que intentaron parecer conmovidos lo más cerca del ídolo muerto que fuera posible, más un largo etcétera, que deja ver claramente los síntomas de una sociedad infectada.
Es claro que padecemos los argentinos una “fatiga pandémica” no por nada, estamos en lo más alto de las estadísticas mundiales en cuanto a extensión de cuarentena se refiere, inflación, falta de seguridad, deficiente educación, entre otros hitos nacionales y populares.
La muerte del ídolo del pueblo desató una vez más la grieta que divide nuestro país producto de los relatos salvajes. La grieta es el síntoma del relato, que es la enfermedad.
Maradona, en vida fue un ídolo a nivel mundial, para muchos un semidiós, algo intocable. Para otros, los menos, un proterva. Lo cierto es que el astro era un hombre lleno de contradicciones -como todos y todas- que vivió como pudo, pero siempre a su manera, y como argentino de pura cepa, bajo sus propias reglas.
Dejó su huella y son más lo que lo idolatran que los que lo defenestran y lo sucedido con su muerte a nivel mundial es concluyente de su fama.
En ese contexto, su despedida fue un estrepitoso fracaso nacional y popular. El velorio multitudinario se convirtió en una oportunidad perdida, otra más, para mostrar que los argentinos podemos cambiar, dejar las diferencias de lado, saltar la grieta y despedirnos todos juntos, en orden y civilizadamente de Maradona, quien será recordado por sus éxitos y no por sus excesos. Y esa oportunidad perdida es responsabilidad de la casta dirigente por permitir lo que no se debió hacer. Las reglas son para todos por igual. Cerca de cuarenta mil fallecidos por coronavirus no pudieron ser despedidos por sus seres queridos. Así no sirve, si ante la ley somos todos iguales, debería notarse un poco más.
En cambio, insistimos en denunciarnos los unos a los otros, como arietes para apretar el cuello del opositor. Basta. No pueden seguir comportándose de esa manera. Es tan canallesco como estúpido y nos lleva a todos hacia una argentina peor. Volvemos a equivocar el camino, las formas y las salidas de los entuertos que la clase dirigente se genera a sí misma.
Lo foto de dos hombres, uno con la camiseta de Boca y el otro con la de River, llorando desconsoladamente, debería haber sido algo digno de ser destacado: la unión de los rivales en la despedida del ídolo de todos. No las piedras contra las ambulancias del SAME, comandadas por el siempre dispuesto a cuidarnos Dr. Alberto Crescenti.
El duelo de la sociedad argentina, que en su gran mayoría idolatró en vida a Maradona, terminó desnudando los conflictos sociales que no podemos superar. Los relatos salvajes dejan tras su paso una sociedad más agrietada.
¿Cómo se llega del velatorio de un ídolo popular a denunciar al Presidente de la Nación, al jefe de Gobierno porteño y a su vicejefe? Solo en Argentina pasan estas cosas. Las denuncias terminan siendo los “fierros” con los que se pretende “apretar” al que está en la vereda de enfrente. Craso error.
La ausencia de criterio de nuestros dirigentes que organizan un funeral multitudinario “atado con alambres”, más la falta de educación colectiva, el nulo acatamiento por parte de la población de las normas de conducta, tanto sociales como de salud, en medio de una pandemia que no termina de hacer estragos por todas partes, nos muestran nuestras falencias de la manera más cruda posible: no somos capaces de despedir a un muerto en paz.
La despedida, desde la mirada de la sociedad sufriente, era algo necesario, pero bajo ningún punto de vista era viable un velorio multitudinario en plena pandemia. La realidad nos volvió a poner la ñata contra el vidrio del fracaso colectivo más profundo.
El anárquico adiós a Maradona, los intentos descontrolados por entrar a la Casa Rosada, nos vuelve a mostrar frente al mundo como somos: una sociedad distópica, desordenada, irrespetuosa del luto y el dolor por la muerte de un ídolo popular.
La clase dirigente se volvió a revelar perdida frente a un hecho de magnitud mundial. No estuvieron a la altura de las circunstancias.
El saludo final a Maradona fue una gran ocasión desperdiciada para mostrarnos de cara al mundo como una sociedad que intenta cerrar sus heridas y sus diferencias, para encontrar el rumbo de salida a lo que parece ser un destino de fracasos interminables.
En la civilización de la barbarie que es nuestra nación, donde la pobreza se extiende a la largo y a lo ancho de nuestras fronteras, los relatos salvajes se mueven como pez en el agua, su objetivo final son los votos de esos mismos laburantes sufrientes y necesitados de una mano que les tienda un puente de salida. De esos mismos que intentaron despedir a su ídolo, pero terminaron apedreando -una vez más- a las fuerzas del orden.
La realidad ha superado a la fantasía. Nadie imaginó un final así. Los relatos salvajes que hoy padecemos, y la grieta que es el pus que sale del tejido social infectado por décadas y décadas de decadencia, nos colocan en la necesidad individual de ser cada uno de nosotros mejores, para poder exigir al resto lo mismo.
Todo pasa, y esto también pasará, el problema es cómo y cuándo entenderemos que para ser una sociedad mejor, primero debemos mejorar individualmente.
“La gota de agua perfora la roca no por su fuerza sino por su insistencia”, no dejemos de insistir, proclamar y exigirnos ser mejores como individuos para tener una sociedad mejor que nos permita enterrar, como Dios manda, a nuestros muertos.(Fuente:InfobaePor Jorge Grispo)