El presidente de la Asociación de Psiquiatras Argentinos (APSA) advierte sobre la necesidad de trabajar en una “una verdadera estrategia de comunicación social desde el Estado”.
Santiago Levín es psiquiatra, presidente de la Asociación de Psiquiatras Argentinos (APSA) y también psicoanalista. Participó en el equipo que asesora al presidente Alberto Fernández y fue quien insistió en la necesidad de la confección de un protocolo para el “último adiós”. En diálogo con DIB, analizó los problemas y desafíos de la comunicación del Gobierno a seis meses de decretado el aislamiento. “La metáfora bélica es incorrecta y al mismo tiempo ineficaz”, sostuvo. Y habló de la necesidad de “interpelar a la sociedad en un lenguaje reconocible que habilite formas de cuidado basadas en los principios de solidaridad y de comunidad”.
En el peor momento de la pandemia se observa un relajamiento preocupante en relación a las medidas de cuidado. ¿Se le perdió el miedo al virus? ¿Naturalizamos la pandemia?
En efecto, hay un relajamiento preocupante, fácilmente observable a primera vista, en las medidas de cuidado sanitario por parte de la población general. Se trata de un fenómeno complejo, en el que convergen muchos factores. No considero apropiado reducir esta complejidad a uno solo de los elementos que la conforman. Uno de los factores, sin dudas, es el cansancio. Ocurrió en los países del hemisferio norte, que nos preceden en el impacto de la pandemia. Son muchos meses de restricciones, con pérdida de rutinas, proyectos y continuidades y es comprensible el agotamiento. Algunos sociólogos han descripto también una tendencia de cierta parte de la población a negar el riesgo, como parte de un fenómeno observable en situaciones de intensa crisis.
¿Y cómo ve el rol de los medios de comunicación en este contexto?
Otro factor es la permanente invitación a romper las medidas de cuidado por buena parte de los medios de comunicación, especialmente los más concentrados. Está más claro que nunca que muchas empresas de comunicación, cuya ganancia proviene de la venta del segundo de tanda publicitaria, aprovechan al máximo las situaciones de caos y confusión para vender más y mejor. La sustitución de una ética editorial por la pura y simple lógica comercial constituye, especialmente en tiempos de crisis sanitaria y social, una irresponsabilidad inadmisible. Un tercer factor estaría constituido por la clase política misma, que pareciera no comprender que frente a una situación de pandemia no se puede continuar con la metodología confrontativa como si las épocas fueran las habituales. El juego de la grieta es, en pandemia, otra irresponsabilidad inadmisible. Por último, hay un Estado que está fallando en esta última etapa en la comunicación social de la pandemia. Se tiende a visualizar con nitidez el aspecto biológico (el virus, el contagio, las medidas de protección y aislamiento) pero no se termina de advertir la importancia capital que tiene la comunicación como estrategia decisiva e insoslayable a la hora de conducir la crisis por caminos más seguros para disminuir su impacto en la población.
¿Cómo debería estructurarse entonces el mensaje del Gobierno para que la población vuelva a tomar consciencia?
La falla principal por parte del Estado es la incapacidad de jerarquizar el poder de la palabra y la función del mensaje estatal como instrumento sanitario. No alcanza con una conferencia de prensa ni con el parte diario del Ministerio de Salud. No es suficiente una tímida campaña con mensajes breves por las redes sociales. Es necesario advertir y comprender la dimensión simbólica de la existencia humana, dimensión que reclama palabras para acceder a la comprensión del fenómeno, y advertir y comprender la dimensión emocional de la existencia humana, que incluye los miedos, los anhelos, la esperanza y la desesperanza, el temor a la muerte, la bronca y la incertidumbre. Una vez aceptado y tomado en cuenta todo lo anterior, se puede hacer con ello una verdadera estrategia de comunicación social desde el Estado, que cumpla a la vez la función de contrapesar las campañas anticuarentena, sumamente eficaces, y la de interpelar a la sociedad en un lenguaje reconocible y permeante que habilite formas de cuidado basadas en los principios de solidaridad y de comunidad.
¿Y cuáles son las consecuencias?
Si el Estado falla en este intento, o si simplemente abdica en esta función esencial, el campo comunicacional queda librado al sector que medra con la confusión y con el caos, y la estrategia sanitaria fracasa. La solidaridad habilitada por la palabra no es solo el mejor camino: es el único camino posible para que el daño de la pandemia sea el mínimo. No se trata de un lujo, de una “jactancia de intelectual”, sino del instrumento más potente con el que contamos los seres humanos.
¿Qué opina de la metáfora bélica tan usada en la comunicación de la pandemia?
La metáfora bélica es incorrecta y al mismo tiempo ineficaz, o directamente contraproducente. El virus no es un enemigo que nos quiere destruir; es una partícula inanimada. Guerra, trinchera, batallas, caídos en acción, primera línea de fuego, etc, son algunas de las expresiones que se leen y escuchan en estos días. Muchos creemos que recurrir a ellas solo agrava la angustia ocasionada por la crisis misma, al apelar a representaciones gravosas, a recuerdos traumáticos y a la idealización de la figura del héroe. Sobre esto último habría bastante para hablar, pero tal vez no sea aún el momento. Baste decir que los trabajadores de la salud necesitamos mejores remuneraciones y mejores condiciones de trabajo, no apelaciones al heroísmo que, entre otras cosas, debilitan la percepción social de esas necesidades pendientes.
Usted habló sobre la necesidad de no usar el concepto de distanciamiento “social” sino hablar de distanciamiento “sanitario”. ¿Por qué es importante ese cambio de concepto?
Para disminuir la circulación viral es necesario implementar algunas medidas básicas de cuidado. Todas ellas (barbijo, lavado de manos, mantenimiento de cierta distancia entre las personas, restricciones al movimiento fuera de casa) pueden ser procesadas desde un modelo persecutorio o desde un modelo solidario. Desde el primero de ellos, uno podría pensar que si me tengo que proteger tanto es porque los demás son peligrosos. “No debo tocar a nadie”, “no debo acercarme a nadie”, “allí viene un vecino, mejor cruzo a la vereda de enfrente”. Este modelo de interpretación de las medidas de cuidado promueve una narrativa de segregación, de egoísmo, y en el peor de los casos, de odio. El adjetivo “social”, acompañando al sustantivo “distanciamiento” se convierte, en este contexto, en puerta hacia actitudes de desconfianza, que en definitiva podrían conducir a un debilitamiento del lazo social. Si hablamos de distanciamiento sanitario este riesgo se conjura, y podemos trabajar en el sentido contrario: las indicaciones de cuidado son para cuidarnos con el otro, no del otro. ¿Simples palabras? No. Ya lo dijimos: la más potente tecnología humana. Utilizarla a nuestro favor es una trascendente elección por parte del Estado en tiempos de crisis sanitaria. No utilizarla es una grave falla. (DIB) MCH