El camino de Alberto Fernández para llegar a la meta que fijó Cristina Kirchner

En el umbral del año electoral Cristina Kirchner fijó la meta en el GPS del Gobierno: que en 2021 los salarios les ganen la carrera a los precios. La novedad de los últimos cinco días es que Alberto Fernández decidió aventurarse por una ruta alternativa para alcanzar ese destino.

El ensayo dialoguista de esta semana, en busca de domar la inflación a base de un acuerdo político con empresarios, productores y gremios, despertó miradas de recelo en el sector del Frente de Todos que más fanáticamente se identifica con la vicepresidenta. En esa tribuna pasaron del aplauso a Fernández por su amenaza de subir retenciones o imponer cupos a la exportación de alimentos a una amarga decepción por la foto de concordia del Presidente con los jefes de la Mesa de Enlace y los mensajes de aparente racionalidad económica que se acumularon en las horas posteriores.

Los volantazos son ya una marca de identidad albertista. A fuerza de repetición tienen la virtud de no desatar conflictos inmediatos. El enojo irreflexivo no suma: en las distintas tribus que habitan el oficialismo aprendieron que el siguiente giro en el camino puede estar a punto de ocurrir. En caso de necesidad, los sacudones presidenciales contra el Poder Judicial actúan como un bálsamo siempre a mano para aplacar desconfianzas.

La necesidad electoral mantiene unidos a Alberto y Cristina, que han recuperado habitualidad en los contactos telefónicos después del período de silencio que siguió a las encíclicas de la vicepresidenta. Coinciden en que el Frente de Todos no puede aceptar rupturas, en que hay que actuar con urgencia para evitar una escalada inflacionaria que golpee aún más a los sectores medios y bajos y en que el operativo de vacunación contra el Covid-19 debe avanzar vigorosamente para que el discurso de campaña ofrezca un mensaje de esperanza en medio de la crisis. Las tres palabras clave son unidad, consumo y salud.

Tienen, sin embargo, diferencias marcadas en los métodos, en la lectura de la realidad económica y en los objetivos políticos de largo plazo.

Persiste en la raíz el desacuerdo nunca resuelto sobre los motivos que llevaron al Frente de Todos al triunfo en 2019. Alberto asume que su mensaje de moderación y concordia resultó desequilibrante para que una porción del centro ideológico volviera a darle una oportunidad al kirchnerismo; Cristina está convencida -lo dijo en público el año pasado- que la victoria es producto de la memoria colectiva de un Estado de bienestar que se atribuye haber construido en los años que condujo el país. Ella celebra la economía de Axel Kicillof del período 2011-2015 que el Alberto Fernández de entonces consideraba «deplorable».

Ahora que las urnas tiñen toda la acción de gobierno conviene disimular las visiones contrapuestas.

La alarma por la suba de precios de alimentos representa un ejemplo concreto. Cristina Kirchner cree en un marcaje estatal intenso sobre los formadores de precios: controles, cupos de exportación, retenciones, inspecciones fiscales. Relativiza las chances de éxito del acuerdo político que ensaya el Gobierno, según cuentan fuentes del Instituto Patria. Su filosofía quedó retratada en el reto de diciembre a los ministros, a los que sugirió «buscarse otro laburo» si no tenían coraje para enfrentarse a los poderosos. Es su receta histórica -y en general infructuosa- para bajar el impuesto a las grandes pobrezas.

Pero el momento pide cautela y nadie imagina que salga a dinamitar las mesas de diálogo que habilitó esta semana el Gobierno, con el ministro de Economía, Martín Guzmán, a la cabeza. Que mueva Alberto. La Cámpora acompaña. Ella mira en silencio. ¿Acuerdo o táctica personal para preservar su capital simbólico?

Los grandes ejecutivos que escucharon el discurso de Guzmán -y le dedicaron un aplauso selectivo que se convirtió en noticia- valoran que alguien desde adentro de la administración acepte que existen causas macroeconómicas que explican la inflación desbocada, en lugar de atribuir a la avaricia empresarial el flagelo histórico de la decadencia argentina. Sin embargo, del alivio que les causa encontrar una voz comprensiva y desapasionada a la posibilidad de aumentar inversiones e imaginar un año virtuoso hay un trecho inmenso. «Parecieran tener un plan para aguantar hasta octubre. Hay margen para que la economía no explote antes de las elecciones, pero todavía no se ve un rumbo identificable a mediano plazo», señala uno de los asistentes a la reunión del jueves en la Casa Rosada.

El dólar

El apego de Guzmán a moverse dentro de un presupuesto de 29% de inflación anual -cuando enero ya anotó 4% y febrero arrancó caliente- obliga a pensar que hay plazos cortos para «darle una oportunidad a la paz». Si el diálogo no funciona, vendrá el látigo, anticipa un dirigente de contacto permanente con todas las terminales del Frente de Todos.

La mirada de Cristina Kirchner parece imponerse en otro punto de discusión con el Presidente: el ritmo de la devaluación. Los equilibrios que persigue Guzmán alentaron durante meses un movimiento del tipo de cambio en sintonía con la inflación. Cerca de la vicepresidenta insisten en que allí radica una de las causas de la suba de precios y en que la fortaleza política del oficialismo en el año electoral requiere asumir el costo de un retraso cambiario. Ya habrá tiempo para correcciones.

Las señales de los últimos días indican que Economía se propone una devaluación anual del orden del 25%. Con la tonelada de soja por encima de US$500 y un cepo de hormigón, el Gobierno cree tener herramientas para prolongar el veranito cambiario que le da un respiro a Fernández en la consideración de la opinión pública.

La sustentabilidad política también se impone a la hora de definir el ajuste de las tarifas. Cristina terminó por conquistar casi toda la botonera del área energética y no está dispuesta a validar aumentos mayores a un dígito en el precio final de la factura, lo que implicaría para las empresas del sector un alivio apenas para ajustar salarios y gastos de operación. Hay que olvidarse de las inversiones, después de un año de congelamiento y del impacto que impuso la pandemia.

Al plan de poner más plata en el bolsillo de los consumidores tributó el proyecto de Sergio Massa para excluir del pago del Impuesto a las Ganancias a los sueldos de hasta 150.000 pesos. El kirchnerismo duro no se opone. Aun así digiere con dificultad el ímpetu que puso el Gobierno para comunicar esa iniciativa, en contraposición con la discreción que -a su juicio- mostró a la hora de reglamentar y defender en público el impuesto a la riqueza que apadrinó Máximo Kirchner.

El Fondo y las vacunas

El cóctel entre buenas intenciones técnicas que expone Guzmán y los parches motivados por la urgencia electoral condiciona el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI). Guzmán insistió ante empresarios con el objetivo de cerrar un nuevo programa antes de mayo, cuando la Argentina debe afrontar un pago de 2400 millones de dólares al Club de París. Es la voluntad del Presidente. En Washington no comparten su optimismo.

Cristina pugna por exigir plazos largos para repagar el préstamo de 44.000 millones de dólares que tomó la administración de Mauricio Macri. Cree que para que sea sustentable debe pactarse un plazo mayor a los 10 años establecidos como tope para un plan de facilidades extendidas. Una negociación de esas características colisiona con la idea un acuerdo rápido y alienta a esperar a después de las elecciones. Es un debate caliente, no saldado. Pero también ahí deja hacer, a la espera de qué trae el ministro de su inminente viaje a Estados Unidos.

La alquimia de pisar tarifas, atrasar el tipo de cambio y alentar el consumo exige un indispensable ingrediente sanitario. Aquello de «lo primero es salvar vidas» es un eslogan que quedó viejo: Fernández apuesta por la mayor presencialidad posible en todos los sectores productivos, educativos y sociales. Confía en saltar pronto el bache de la carencia de vacunas que dejó expuesto su optimismo exagerado de finales de 2020. Pero en el Gobierno inquietan los datos del impacto económico, en términos de empleo y de actividad, que está teniendo en Europa la ola de contagio invernal y las nuevas cepas del virus.

La vacunación es un desafío logístico desmesurado, pero también una oportunidad de oro en términos electorales. La apelación a un futuro posible. Los descalabros del presente y los errores del año que pasó pueden atribuirse, como hizo el Presidente en su discurso del miércoles en Tucumán, a la pandemia y a Macri.

En Juntos por el Cambio cada vez más voces alertan sobre la herramienta poderosa que pueden resultar las vacunas en manos de los estrategas electorales del Frente de Todos. Unidos contra el kirchnerismo pero enredados en sus propias diferencias, los opositores demoran la construcción de un mensaje de futuro. Al igual que le oficialismo les falta encontrar la respuesta a una pregunta central. En su caso, por qué fue que perdieron el poder.

Por: Martín Rodríguez Yebra Fuente: La Nación