Estela Carlotto cumple 90 años: «Yo salí a la calle y si me tenían que secuestrar no me importaba»

El 43 aniversario de Abuelas de Plaza de Mayo y el Día Nacional por el Derecho a la Identidad

 

¿Qué le divierte a Estela Carlotto? ¿Qué la hace enojar? ¿Cuándo tuvo miedo? De esas cosas conversamos en esta entrevista, en la que la presidenta de Abuelas también habló de sus compañeras y de la hermandad que las une, del feminismo y del aborto, en la que recordó a Néstor Kirchner y defendió a la pastafrola de membrillo.

Estela Carlotto aparece en la pantalla. Aparecen sus rulos blancos y su sonrisa. Saluda con su voz inconfundible, con la cadencia de maestra que nunca perdió, desde su casa de Tolosa, de la que no sale desde el 13 de marzo. Aunque no dejó de trabajar, la pandemia la obligó a hacer una pausa, la primera en más de 40 años y aprovechó para disfrutar de su lugar, sus plantas y su patio. Cumple 90 años y no habrá festejos presenciales. No podrá reunir al clan Carlotto, ni a sus amigos y colaboradores. “Tengo 14 nietos y seis bisnietos. Es un lindo grupo y cuando nos juntamos… Para los 80 hice una fiesta con mucha gente querida. Ahora el bichito no me deja pero más temprano que tarde voy a hacer algo para darme el gusto de estar con todos”, dice, de buen humor. Aunque no haya fiesta no faltarán los homenajes ni las actividades institucionales, porque el 22 de octubre es también es el Día Nacional por el Derecho a la Identidad, el día en que las Abuelas de Plaza de Mayo cumplen años, en ese caso 43.

La historia de Estela es conocida. Salió a la calle durante la última dictadura, primero cuando se llevaron a su marido, Guido. Y cuando Guido volvió, tuvo que buscar a su hija Laura. Y al hijo que, supo, Laura había tenido mientras estaba secuestrada. Estela encontró otras mujeres que como ella buscaban a sus hijos o hijas y también a sus nietos o nietas. Se incorporó a las Abuelas de Plaza de Mayo y es dirigente de esa institución desde hace años. Acompañó la resolución de 130 casos de nietos desaparecidos y pudo reencontrarse con el suyo en 2014. Ignacio tocó la puerta de las Abuelas porque sospechaba que era hijo de víctimas del terrorismo de Estado, apareció siguiendo el camino que las Abuelas construyeron para que una generación y una sociedad entera se preguntaran sobre su identidad. Pero ¿qué le divierte a Estela Carlotto? ¿qué la hace enojar? ¿cuándo tuvo miedo? De esas cosas conversamos en esta entrevista, en la que la presidenta de Abuelas también habló de sus compañeras y de la hermandad que las une, del feminismo y del aborto, en la que recordó a Néstor Kirchner y defendió a la pastafrola de membrillo.

“¿Cómo me gustaría que me recuerden? Como soy. Una mujer común, pero que cuando salió a luchar se transformó en una guerrera. Pero no soy yo sola. Hay Estelas por todos lados, con otros nombres. Pienso que es mucho más valiosa aquella que se compromete con el otro al que le pasó algo que la que le pasó algo y hace lo que debe. Es mas valiosa la solidaria que la que llora una pérdida”.

–¿Sos consciente de que sos un símbolo muy importante para la sociedad argentina?

–La conciencia me la hacen tener ustedes, los que me llaman, me hacen cuadros, los que me honran con ser ciudadana ilustre y honoris causa. Pero trato de bajar el nivel de los que te quieren poner ahí arriba. Hay miles de mujeres como Estela, como Buscarita, Delia, como las otras Abuelas, hay otras mujeres que no se conocen y trabajan con mucho esfuerzo por temas que también son derechos humanos. Nosotros hemos tenido esta persistencia, 43 años no son una tontería, y lo hicimos sin nunca denigrar a nadie, ofender a nadie, provocar a nadie, solo buscamos la justicia y nunca por mano propia y sin faltar el respeto.

–¿Cómo pasaste estos meses de cuarentena?

–Ni bien vino este virus las Abuelas tomamos la precaución de no ir a la institución. El 13 de marzo me recluí en mi casa hasta hoy. Es el lugar que uno más quiere. Me trae memorias, recuerdos y lo disfruto. Tengo plantas, tengo un fondito, formas de comunicarme con la naturaleza, sol, aire. Vivo en un barrio muy tranquilito de Tolosa y eso me permite estar bien.

–Fue como una primera pausa en tantos años de trabajo

–En 43. Las Abuelas cumplen 43 años. El 22 de octubre es la fecha que quedó como fundación, pero cada una llegó cuando pudo, cuando se enteraba. Ahí dejabas de estar en soledad, cuando alguien te contaba que había otras personas como vos, que estaban buscando a los nietitos y a sus hijos e hijas. Esa unidad que hasta hoy persiste es de una hermandad increíble. Y estamos deseando que termine esta pandemia para vernos.

–En los cumpleaños se suele hacer balances ¿qué dirías que es lo más lindo que te pasó en la vida?

–Lo más lindo fue nacer en un hogar hermoso. Estoy orgullosa de esos padres que fueron tan buenos, tan afectivos, me dieron una infancia y adolescencia muy linda. Valoro a mis hermanos, mi matrimonio con el amor de mi vida que aun subsiste aunque no está físicamente. Y fundamentalmente a mis cuatro hijos, todos son divinos y me acompañan. Y extraño tanto a la que no está, a Laura, que es la que lleva adelante la historia familiar por su asesinato, por el robo de su bebé nacido en cautiverio. Ella va creciendo dentro de nosotros sin envejecer y la extrañamos mucho todavía.

 

–Si te pregunto el momento más triste y difícil sería el secuestro y asesinato de Laura

–Si. Fue primero mi marido, que era diabético y comenzaba a tener Parkinson. Salió 25 días después muy destruido y cuidar a Laura no sirvió, porque al poco tiempo la secuestran. La búsqueda al principio era un poco inocente y en soledad. Pensábamos que iba a volver, era una militante de la Juventud Universitaria Peronista, estudiaba el profesorado de Historia en La Plata. El hecho de saber que mataban fue tremendo, porque mi marido lo vio, contó que la gente era torturada, vejada y luego una inyección y en una bolsa donde fuera la tiraban o la enterraban. Ese dolor lo llevaré mientras viva, es una herida que no se cierra pero se sostiene, se mitiga, se aguanta haciendo cosas, siguiendo en esta lucha a pesar de las dificultades que uno tiene. 90 años, hasta a mí me parece mentira. Nos impide mucha cosas pero no el trabajar. Acá, en este tiempo de estar reservada y muy cuidada por mi familia trabajo mucho y voy a seguir trabajando, no es fácil estar mirándote de lejos, uno quisiera abrazar.

–¿Cuándo se dieron cuenta que los militares se quedaban con los hijos de desaparecidos? Al principio pensaban que tal vez lo abandonaban

— Al principio ni nos imaginábamos, íbamos a las casas cuna, ridículamente, para ver a los chiquitos que estaban ahí y no nos dejaban. Era una formula doméstica de inventar caminos, hasta que encontramos que la sangre podía posibilitar la realidad de decir que ese nieto era o no era. Ibamos a ver los chiquitos que salían del jardín de infantes porque alguna maestras nos decían “este chiquito es muy calladito, parece prisionero, lo llevan y lo traen” y sacábamos fotos que no servían para nada, pero era lo que podíamos hacer. Fuimos aprendiendo y seguimos aprendiendo hasta hoy. El primer caso que nos dio la pauta fue los que encontramos en primer lugar, estaba dicho el propósito de robarlos. Eran chicos que se llevaron ya nacidos y la abuela, la familia, tenía fotos, certificados, constancia de sus caritas. Era muy difícil al principio. La Justicia creía que era como un divorcio. Al apropiador, al ladrón, al asesino le querían dar derechos de visita. Nosotras nos negábamos sistemáticamente. Nos ayudó mucho el CELS y otros abogados que se acercaban, porque al principio todo lo hacíamos a mano, hasta los habeas corpus. A medida que nos encontramos con las víctimas que habían logrado irse al exterior supimos que habían compartido el nacimiento de criaturas. En 43 años fuimos juntando material, con mucho riesgo al principio. Nos llamaban locas, como éramos mujeres decían “déjenlas que caminen, ya se van a cansar”.

–¿En qué momento tuviste más miedo?

–Yo no tuve miedo. Ni cuando me balearon la casa en plena democracia, en 2002. Cuando los periodistas me preguntaban si tenía miedo yo les dije “no, si lo peor ya me lo hicieron, esas balas son las que tenía mi hija en su cráneo, son los mimos”. No es por valentía, fue por decisión. Yo salí a la calle y si me tenían que secuestrar no me importaba. Era un riesgo que corríamos todas. También hubo abuelas que se deprimieron, se quedaron en sus casas. Las respetamos y por ellas también buscamos.

–¿Néstor y Cristina fueron una sorpresa para vos?

–La verdad sí. Ella no tanto, porque era más conocida como parlamentaria, la veíamos y trabajábamos y asistíamos a actos comunes. El fue el desconocido, era un hombre del sur, los que estaban muy metidos en política sabían quién era, pero nosotras no. Fue  conocer una persona maravillosa, sana, te escuchaba, te demostraba el afecto, era abracero, en seguida acurrucaba, era tierno, comunicaba su afecto y uno podía hablar con él con mucha tranquilidad. Una vez le dije algo y después le tuve que preguntar si se había enojado. “Estela, por favor…”

-¿Qué le habías dicho?

–Bueno, que se amigue con el Papa, cuando era Bergoglio. Había dicho una palabras en el Tedeum que no le gustaron. Y yo era la intermediaria de una amiga íntima del Papa que me dio una tarjetita. Y yo le dije “Néstor, parece un muchacho setentista..” Y después dije “¿Qué le dije?” Néstor era un hombre muy afectivo pero es también lo que hizo: cayeron las leyes de impunidad, el indulto, se hicieron cosas muy buenas para la sociedad en su conjunto y en especial para los derechos humanos.

–¿Cómo ves al gobierno ahora?

–Muy bien. Ayer llamé a Alberto Fernández, tuve ganas de llamarlo porque en el almuerzo estábamos hablando de lo que pasó el 17, que fue una fiesta. Renovó el animo en la gente, en el pueblo. Me atendió en seguida. Le dije que el acto había sido hermoso y que cuente con nosotros para trabajar por nuestro país.

–¿Cómo te imaginás el país en 20 años?

–Si los planes que se tienen se cumplen espero un país rico, independiente, pero no sólo Argentina, espero eso de toda Latinoamérica. Hoy tenemos que brindar por el triunfo en Bolivia, esto es inédito y buenísimo. Y si todos los países se empiezan a recuperar espero que en 20 años tengamos la Patria Grande.

 

–¿Qué cosas te enojan? De la política, de la vida cotidiana…

–Me enoja la injustica. Soy muy tranquila, nunca levanto la voz, no necesité hacerlo ni como maestra, ni directora de escuela ni como madre. Nunca necesité gritar, salvo en las manfiestaciones. Me indigna la injusticia, cuando hay algo que hiere a quien sea me trastorna. Uno puede tener ideas diferentes, todos no pensamos lo mismo, pero cuando para imponerse se miente, se engaña, se denigra, eso me indigna. Me indigna lo que está diciendo el ex presidente, que son todas mentiras. Mentir es infame. El engaño para una persona que tiene que ser libre de pensamiento me indigna.

–¿Y qué te hace reír, con qué te divertís?

–En general me río todo lo que puedo. A veces estoy por dormir y me acuerdo de mi bisnieta la más chiquita, que es una cosa divina, la primera palabra que dijo fue banana, mirá como será de gorda morfona, y me río sola a la noche. Por ahí hay una música y estoy sola y hago unos pasos de baile, a pesar de la pierna. No tengo gestos de angustia o tristeza y si me vienen enseguida trato de enfocar en lo positivo. Soy optimista y creo en la humanidad. Si uno cree en uno, cree en la humanidad también. Creo que vamos a recuperarnos de este virus, pero también de las bombas y de la usurpación de un país a otro para sacarle el petróleo o los bienes que están debajo de la tierra y son de todos.

–¿Tenés tiempo para hobbies? ¿Qué cosas te gustan hacer que no sean el trabajo en Abuelas o la familia?

–Se me ha dado por cocinar. Ahora me levanto y pienso qué voy a almorzar, qué voy a cenar. Y pienso en las recetas de mi mamá. Empecé a hacer algunas comidas y cuando tengo algunas de las nietas en casa las van probando y les gustan, por suerte. También un poco de reposo, estoy con una lumbalgia casi crónica a partir de esta inercia, de no salir todas las mañanas a Buenos Aires y volver a la noche. Ahora tengo tiempo de recordar cosas de mi infancia. Miro televisión, quiero estar informada.

–Vi que te gusta mucho la pastafrola pero la de membrillo. Hay una grieta ahí

–La pastafrola es de membrillo. Esa es la que hago yo (se ríe). Y salen ricas. Hasta ahora todo el mundo la ha ponderado.

–¿En Abuelas no hay pelea por la pastafrola?

–Me parece que están siempre votando la de membrillo, la de batata queda para cuando hay hambre (se ríe). Quiero decir que la Casa de Abuelas es una casa de familia, una casa de hermandad, de siempre festejar, los casamientos, los nacimientos, los cumpleaños y las noticias bombas que son los encuentros de los nietos. Nos queremos mucho y ahora son más nietos que abuelas, de manera que a veces tengo que levantar el dedo de directora para hacerlos callar, porque los chicos son tremendos. Cuando están en la reunión se transforman en nenes, y ni hablar si alguien trae una torta, se acabó la reunión. Pero les tengo mucho respeto, admiración y agradecimiento de que tenga la edad que tengan estén consustanciados con el trabajo que hacen en Abuelas, para Abuelas y para sus hermanos que siguen buscando.

–Si cuando tenías 15 años te hubieran dicho que esta iba a ser tu vida, lo hubieses podido creer? ¿Qué imaginabas para vos en esa época?

–Para nada. Cuando tenía 15, si tenías novio te acompañaba un hermanito o una tía con sombrero, eso me pasó una vez en un baile, para pasar vergüenza. Eran otros códigos. A los 15 me puse de novia con quien fue mi marido. Un noviazgo de plazos largos para todo. Nos tratábamos de usted, tutearnos ya era un avance. Soñaba con lo que tuve, un hogar, los hijos, ser maestra, hacer carrera, di exámenes para ser directora. Criar a los hijos y verlos felices, realizados. Pero vino esta dictadura y me cambió la vida. Cuando había una injusticia siempre fui leona. Siempre tuve el rasgo de defender al que necesitaba que lo acompañara. Después me tocó salir y salí. Salí sola, me cuidé, pero sabía que me podía pasar cualquier cosa. La suerte fue encontrarme con otras Abuelas. Nos conocieron nacional e internacionalmente y ya no podían matarnos. Pero algo pasó porque igual me quisieron matar.

–¿Cómo fue ese atentado?

–Estaba sola. Había una fiestita en la vereda de enfrente, vivo en un barrio muy sencillo, de gente común. Escucho unos bombazos tremendos. Pensé que había explotado una garrafa, una cocina del vecino. Cuando salgo a la vereda el agente venía para mi casa.  Ahí me di cuenta que era en mi casa. Después se encontraron balas cerca de donde yo estaba en la cama. Fue una conmoción. A una abuela de Córdoba la secuestraron en su propia casa, la maltrataron delante de sus nietos, le pusieron un arma en la cabeza. La quisieron amedrentar y ella siguió igual. Uno no puede tener miedo cuando hay tantas vidas sin resolver donde están los restos, tantos nietos que todavía faltan, hay tanto para hacer. Y eso que la Argentina es un ejemplo para Latinoamérica y el mundo de haber avanzado tanto en la defensa de los derechos humanos.

–Vos tuviste experiencia en un montón de encuentros de nietos, pero cada es distinto y cuando es personal debe ser mucho más. Y los encuentros son un largo proceso que empieza con el hallazgo de los nietos. ¿Qué fue lo que más te sorprendió o lo que más te costó en tu proceso con Ignacio?

–Lo que sentí en ese momento fue una alegría tan grande, fue como una luz. Cuando hablé con la doctora Servini de Cubría nos abrazamos y lloramos juntas. El vino, él llegó por su propia voluntad, porque se enteró por una persona que no era hijo de ese matrimonio. Fue a la Conadi (Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad). Cuando hubo que decirle el resultado se lo dijo mi hija Claudia, que preside la Conadi. “Tenemos los resultados, sos hijo de desparecido, pero te tengo que decir algo”… y ahí se le quebró todo: “yo soy tu tía, tu abuela es Estela”. A él lo dejo todo… “bueno, bueno, dejámelo pensar”. Después hicimos esa conferencia de prensa, que fue enseguida. Y vino un tiempo para él de entrar en su verdadera historia que no es fácil para nadie. Pedirle razones a quienes lo criaron, que era gente del campo, crédula. El tuvo que acomodar su historia con la familia paterna y la materna. Fue un período de respeto mutuo. Somos muchos los Carlotto, mis nietos son abraceros, agarreros, lo apabullaron. En un momento, el pidió un poco de calma. Y la tuvo. Ahora está totalmente imbuido en su historia. Tiene muchas cosas por saber pero hay libros y películas sobre Laura y eso lo alimenta.

–Las consecuencias del terrorismo de Estado no se van con el hallazgo de un nieto. Las secuelas quedan aunque se encuentren los nietos, cada uno vivió una historia distinta

— Hace poco murió un nieto, Francisco, el hijo de Abel Madariaga, (secretario de Abuelas) que tuvo una vida terrible con el apropiador. El apropiador lo mortificó desde que lo robó, había venganza, había odio. El se hizo diabético y todo era producto de esa maldad y ese odio hacia el hijo del enemigo. Mi nieto, en cambio, tuvo una crianza humilde pero dulce, si se quiere. El patrón les dijo “tomen este chico para ustedes y nunca le digan que no son los padres”. Y ellos lo obedecieron a ultranza. Siempre fue bien tratado. Yo veo las fotitos y me da mucha cosa no haberlo tenido yo. En muchos casos hubo abusos. Hubo abusos sexuales, psicológicos, ocultamiento, falacias. Eran criminales que se apropiaron del objeto de su ganancia. En vez de una medalla, se llevaban un nieto.

 

–¿Qué es lo primero que te gustaría hacer cuando pase todo esto?

–Primero ordenar mi cerebro, acomodar la casa. Viajar por la ruta a Buenos Aires todos los días es estresante, aunque me llevan y me traen. A lo mejor no iré todos los días. Me voy a respetar un poquito a mí misma. Pero hay mucho para hacer.

–¿Cómo ves el movimiento de las mujeres?

–Me parece bien que la mujer defienda sus derechos a ser igual, ni más ni menos, a estar en paridad para todo, para la vida del hogar, para la vida del trabajo. Que no resulte que la culpa la tiene ella porque provocó, esas cosas que los indeseables argumentan. Tenemos que convivir con la igualdad y defender los derechos a ultranza.

–¿Y el aborto?

— Es un tema muy delicado, estoy en el medio, por la edad que tengo. Creo que la mujer tiene derecho sobre su cuerpo y a resolver su situación sin castigo alguno. Creo que defender la vida de la mujer es prioridad.

–Entonces no estás en el medio

–Estoy ahí, hay que pensar que tengo 90 años y fui educada de otra manera, en otra época y eso queda. Pero sí creo en el derecho a que no se muera ninguna joven por practicarse ella misma lo que quiere hacer. La tiene que atender un profesional. Creo en el derecho a decidir. Yo nací libre y quiero ser libre para todo lo que yo decida. Hay que ayudar para que no tengan que llegar a situaciones extremas. El Estado tiene que prever una protección y educación.

–¿Cómo te gustaría que te recuerden?

–Como soy. Una mujer común que cuando salió a luchar se transformó en una guerrera. Pero todas las mujeres somos así, no soy yo sola. Hay Estelas por todos lados, con otros nombres. Pienso que es mucho más valiosa aquella que hace algo para defender lo que no le pasó, para comprometerse con el otro al que le pasó algo que la que le pasó algo y hace lo que debe. Es mas valiosa la solidaria que la que llora una perdida.

La despedida a seis abuelas 

Clelia «Chela» Deharbe de Fontana, María Angela Lescano, Justa Paiva de Gaona, Aída Kancepolski, Haydee Vallino de Lemos y Antonia Segarra, Estas seis Abuelas de Plaza de Mayo murieron durante la cuarentena. Ninguna se enfermó de coronavirus, pero pandemia por medio, tuvieron que ser despedidas a la distancia por sus compañeras.

–¿Cómo fue esa despedida sin poder estar cerca, sin acompañar a las familias?

–Fue muy triste, penoso. Despedir a una Abuela es tremendo. Por la edad uno debería decir es lógico, pero nunca es lógico. No podes verla, acompañar a la familia, saber que no la vas a volver a ver, que no tenés que olvidarte de la voz que tenía, lo que quería, lo que pensaba. Todo eso que queda después en el ayer. Nos estamos cuidando entre nosotras siempre. Es muy doloroso aunque es la ley de la vida. Todas tienen noventa y tantos. Rosa (Roisinblit, la vicepresidenta de Abuelas) tiene 101 años. La llamé hace dos días, hablamos mucho, bastante para ser nosotras. Hay algo que nos une y solo la muerte nos va a separar. Y ni eso.

Actividades por el aniversario de Abuelas de Plaza de Mayo

Para su 43 aniversario, las Abuelas de Plaza de Mayo convocan a sumarse a través de las redes sociales a “Manos con Identidad”, la propuesta consiste en que las personas se escriban sus nombres en las palmas de sus manos y suban una foto, video, dibujo, o canción para conmemorar el 22 de octubre el Día Nacional por el Derecho a la Identidad. “Lo importante es llenar las redes de manos que cuenten historias con identidad para que aquellos que aún las tienen ocultas se animen a encontrar su verdad. Ayudanos a viralizar la búsquedade los casi 300 nietos que faltan”, señalan en Abuelas y animan a que se usen los hashtags #Identidad #Abuelas43años #Labusquedasigue. A las 10 de la mañana, Estela participará en una entrevista con el periodista Diego Iglesias, que se transmitirá en vivo por el Facebook de Abuelas de Plaza de Mayo.  (Fuente: Pagina 12)