Fernando Polack, uno de los médicos más reconocidos de la Argentina
Fernando Polack es infectólogo pediatra graduado con honores en la Universidad de Buenos Aires. Tiene 53 años y es padre de dos hijos. Hizo dos residencias pediátricas en Argentina y luego en Michigan, Estados Unidos. Luego se formó como infectólogo en Johns Hopkins School of Medicine, el hospital más prestigioso de Estados Unidos. Allí fue profesor de Pediatría, Inmunología, Microbiología Molecular y Salud Internacional durante diez años y luego continuó otros siete años como profesor titular de Pediatría y Vacunas en la Universidad de Vanderbilt con un cargo de honor que llevaba el nombre de Cesar Milstein, uno de los argentinos ganadores del Premio Nobel.
Polack, hijo de un médico pediatra y de una odontopediatra, recibió el premio al investigador en niños más destacado de Estados Unidos que otorga la Sociedad de Investigación Pediátrica de ese país. Hincha de River, forma parte de numerosas sociedades honorarias en el exterior que integran ganadores del premio Nobel y académicos mundiales, y ha actuado como consultor en vacunas respiratorias para la Food and Drug Administration (el organismo que regula los medicamentos en Estados Unidos), la Organización Mundial de Salud (OMS), entre otras instituciones líderes en el mundo.
En 2003 creó la Fundación Infant, una organización sin fines de lucro que con el apoyo de la Fundación Bill & Melinda Gates, el Molecular Research Council de Inglaterra, el Instituto Nacional de Salud de Estados Unidos y el Conicet argentino, nuclea a siete investigadores de primerísimo nivel para desarrollar estrategias para proteger de enfermedades como la gripe, el agente de la bronquiolitis, y el coronavirus, a las poblaciones más vulnerables de la Argentina. Durante los tiempos de cuarentena pasa horas de su vida en teleconferencias que conectan a expertos del mundo para intentar mitigar la pandemia del Covid-19.
Cada tanto se reúne con un grupo de amigos con los que jugaba al fútbol -era un 9 talentoso- en el Colegio Nacional de Buenos Aires. Solo en esos encuentros lo llaman con un apodo que ahora prefiere olvidar; para el resto, es “doctor Polack”.
Tenista y futbolista frustrado criado en una familia de médicos, Polack se ha transformado en un hombre de consulta obligada en la Argentina. Ayer al mediodía, luego de participar de una teleconferencia con el grupo Solidarity de la OMS y antes de otra teleconferencia con expertos del área de Ciencia y Técnica, habló con Infobae.
-¿Cómo considera la decisión del Gobierno de ordenar la cuarentena estricta para evitar que se propague el Covid-19?
-Es la estrategia correcta. Es lo que se debía hacer y lo único que se debía hacer.
-¿Cuál es la etapa siguiente?
-El gobierno nacional y los gobiernos provinciales se tienen que poner a pensar hoy la estrategia para el 31 de marzo. Porque el 31 de marzo recién le habremos bajado la fiebre al paciente. No estará curado. Entonces si se relajan las condiciones de aislamiento y cuarentena estrictas, el 8 de abril vamos a estar como hasta ahora. Ahora la gente está en sus casas para evitar que el virus circule. Podés ir atendiendo a los que vayan llegando y si no se juntó una gran cantidad de personas que estaban incubando la enfermedad podés manejar las cosas durante la cuarentena. Esto puede dar una falsa sensación a los gobernantes de que llegando al final de este período se está empezando a controlando la pandemia.
En estos diez días es como si tuvieras un paciente con 38,5 de temperatura en la Argentina, 40,5 en Italia, y le bajás la fiebre. En la primera semana de abril el paciente no tendrá fiebre. Pero no estará curado. Estos días brindan la oportunidad enorme que debemos aprovechar para pensar qué vamos a hacer el mes que viene. El 5 de abril tenemos que medir cuánto nos vamos a parecer a Corea del Sur en el manejo de esta enfermedad si no queremos pasar otro mes en cuarentena.
-¿Qué nos diferencia de los países orientales que hasta ahora contuvieron la situación?
-Corea del Sur utilizó una estrategia completamente distinta para el control de la enfermedad que por la naturaleza de un pueblo básicamente hispano-italiano como el nuestro es muy difícil. Ellos tienen una amplia red de monitero de la enfermedad. Si se enferma alguien en Caballito (por dar un ejemplo argentino) o alguien en Lanús, lo tienen relevado y de esa manera pueden tomar medidas muy locales y estar permanentemente mirando lo que sucede. Por el sistema de detección y porque tienen una población muy obediente que acata las órdenes y no circulan por donde no está permitido, pueden controlar la enfermedad como la han controlado sin tener todo el mundo en la casa. Eso requiere dos cosas: un Estado presente y moderno y una población que sea consciente de lo que logró y no lo quiera perder. Si el 31 de marzo Argentina abre los vuelos, las fronteras y saca la gente a la calle, en diez días estará peor que hoy y sin capital político para volver a meter a la gente a sus casas. Este es el momento para pensar el paso siguiente.
-¿Puede fracasar como estrategia el “Quedate en casa”?
-Es altamente improbable que fracase el “Quedate en casa”, pero es improbable que se sepa el 31 de marzo. Lo que vamos a tener el 31 de marzo es un reflejo de lo que pasó en España e Italia que lo vienen haciendo, y en España aparecen indicios prematuros de que funciona.
-¿Por qué es tan difícil combatir este virus?
-Uno de los grandes problemas es saber cuánta gente está infectada. Porque si tenés mil infectados los vas a buscar uno por uno y te arreglás. Pero si hubiera un millón de infectados los tenés que poner en cuarentena porque si no se agrava la situación. Pero nadie sabe cuántos infectados hay en todo el mundo. Y todo indica que hay muchos.
-¿Qué se está haciendo a nivel internacional para combatirlo?
-Se está compartiendo, algo inusual en el mundo, un esfuerzo conjunto que en ciencia no es tan común: compartir todos los reactivos y todos los datos y unificar todas las estrategias para saber a la vez que pasa en Singapur, en Australia, en Sudáfrica, en Estados Unidos, en la Argentina. El grupo Solidarity puede acercarles a los países reactivos, e inclusive fondos para poder evaluar cuántos son los infectados en ciertas poblaciones determinadas de antemano y el daño que esto realmente causa. Si esto mata un paciente de cada 5 millones, ocupémonos prioritariamente de otros males que afectan a la sociedad. Pero si esto mata mucho más hay que seguir ocupándose de manera urgente.
-¿Se sabe qué es lo que destruye el Covid-19 en el organismo?
-No aún. Para eso necesitamos hacer autopsias. Hay miles de hipótesis de cómo este virus afecta, pero no hay ninguna certeza. El coronavirus (no el Covid-19) es un germen muy benigno. Los otros que estuvieron dando vueltas por los países centrales donde se haya podido investigar cómo mata no hacían real daño como este. Mers -pariente cercano de este coronavirus- estuvo siempre confinado a un sector del mundo árabe donde es imposible hacer autopsias porque la santidad el cuerpo es inviolable. El otro fue el Sars, se hicieron pocas autopsias.
-¿Por qué hay pocas si son útiles para la investigación?
-Porque no les gusta a los parientes que están devastados ante la muerte de un ser querido y no pueden ni pensar en que el cuerpo pase por una autopsia. Más aún con un germen como este, hay mucho miedo de investigar que pasó en los cuerpos. Pero es fundamental.
-¿Cómo se hace una autopsia y qué revela?
-Se abre el cuerpo. Se extraen todos los tejidos, se los procesa para ver cuánto virus hay, qué grado de daño hay en los órganos, cuáles son los órganos afectados, qué células del sistema inmune hicieron el daño, qué moléculas liberan esas células, contra qué atacan.
-¿Qué permite determinar la autopsia?
-En 2010, por la pandemia de Gripe A del 2009, se murieron muchos adultos jóvenes, entonces se razonaba que si esa enfermedad mataba los de 40/50 años iba a destrozar a los chicos y a los ancianos. Pero a los chicos y los ancianos los mataba muchísimo menos. Hicimos autopsias e investigación de laboratorio de los pacientes que se murieron en Argentina. Y vimos que lo que pasaba esto era un rompecabezas. Estaba el grupo de los más chicos, las personas entre 20 y 60, y los de más de 60. En los más chicos la Gripe A era como la primera gripe de sus vidas. Mataba chicos pero pocos porque entre tanta gente infectada moría alguno. El segundo grupo eran los ancianos. El virus, que circuló en 2009 y que sigue circulando, fue muy parecido al que circuló en la pandemia de 1918 y estuvo activo hasta 1957. Si alguien vivía antes de 1947, porque se infectan 10 por ciento por año, era seguro que se había cruzado con aquel virus y había generado defensas. Entonces el organismo lo reconocía y no pasaba nada. Los ancianos en 2009 podían andar por la calle normalmente y no les pasaba nada porque estaban blindados: cuanto más viejo, mejor, fue la ecuación entonces. Pero los que tenían entre 40 y 60 no se habían topado con el virus que circuló hasta 1957. Pero se habían encontrado con los que vinieron después; H2N2 y el H3N2, entre otros. Los organismos tenían memoria de gripe, pero no de aquella gripe del 2009/2010 y el sistema inmune se confundía y le peleaba pero no sabía cómo hacerlo. Entonces traía más defensas para controlar el virus. Pero esas no son batallas benignas, son sangrientas. Si el virus está en un lugar microscópico no pasa nada. Pero si se da en todo el pulmón son las defensas las que te matan a vos.
-¿Puede ser que esté sucediendo algo similar ahora?
-Sospecho que sí. Pero en los ancianos. La lógica de esta pandemia indica que si esto fuera un virus híper agresivo las terapias pediátricas rebasarían y las embarazadas que están inmunodeprimidas se estarían muriendo. Tal vez ahora sea el organismo de los ancianos el que está equivocándose de virus. Porque si fuera un virus que estuviera matando a los débiles estaría matando a los chicos, porque los bebés son más débiles que los ancianos. Es tan solo una hipótesis sobre la situación actual. Con la Gripe A lo hemos comprobado en la Argentina.
-¿Estos datos se pueden obtener a partir de las autopsias?
-Por supuesto. Esto tiene muchas implicancias para tratar a los pacientes. Entonces las autopsias nos sirven para entender qué está ocurriendo, para saber cómo enferma y mata a los pacientes este virus. Cuando llegan los pacientes siguientes tenés mucha más información de cómo tratarlos.
-¿Cuánto se tarda para conocer los resultados de una autopsia?
-Un investigador que trabaja conmigo, Mauricio Caballero, formó una enorme cantidad de profesionales de la Policía de la Provincia de Buenos Aires. Y llevó a gente del Cuerpo Forense de la Bonaerense a Kenya para entrenar en hacer autopsias rápidas. Lo ideal es hacer una autopsia completa y en una semana se tiene mucha información. Ante la imposibilidad de hacer un estudio completo, un grupo catalán retomó un método que se llama autopsia mínimamente invasiva, que se hace con agujas largas que aspiran tejidos de lugares específicos del cadáver y sacan una muestra. Se le hacen doce puntitos al cadáver y se saca una muestra de tejidos muy parecida a un spaghetti. Eso se puede usar como una autopsia al microscopio. Lo ideal sería mirar el pulmón entero, pero si no se puede eso es muy importante.
-¿Se hacen en Argentina?
-Con la Fundación Infant armamos un programa para que en las morgues del Conurbano puedan hacer las autopsias mínimamente invasivas y poder averiguar, por ejemplo, cuáles son las causas de muerte de muchos chicos que se mueren en la casa y no se sabe por qué. Con rapidez -para la familia porque necesita el cuerpo- conseguimos el material para analizarlo y tener un monitoreo de lo que está corriendo por tu población. Si hiciera falta, Infant puede entrenar gente para hacer estas autopsias que son fundamentales.
-¿Se han hecho autopsias hasta ahora en esta pandemia?
-Hasta ahora en Argentina no hay. Y en el resto del mundo tengo conocimiento de muy pocas y muy rudimentarias. Porque con un pulmón o una muestra de un pulmón de una persona que falleció podés hacer algo muy sencillo o algo muy profundo y detallado y eso es lo que hay que hacer. Es fundamental. Y urgente. Porque en estas enfermedades hay que entender la inmunología, mecanismos de enfermedad, si no se termina haciendo una descripción superficial del asunto y lo que hace falta es una caracterización profunda. Porque en esos estudios podrías hallar en las células del muerto que hay una molécula que lastima a los pulmones. Pues entonces se podría aplicar alguna droga nueva que bloquea millones de moléculas. Se puede hablar con las compañías que producen esas drogas para testearlas.
-¿Hay grupos de ciudadanos que deberían tener condiciones particulares durante la cuarentena?
-Me preocupa un grupo particularmente. Antes de la cuarentena fui a caminar al parque y vi a un chiquito con discapacidad intelectual dando una vuelta a la plaza. Lo noté muy ansioso. Y pensé en la cantidad de familias que van a afrontar esta situación en un departamento de dos ambientes durante 14 días. Porque no pueden quedarse encerrados. Necesitan salir. Habría que encontrar un horario y algunos lugares para que estos chicos puedan salir a ventilarse. El encierro va a proteger muchas cosas y yo estoy a favor, pero también va a tener daños colaterales. También pienso en esos hogares donde hubo denuncias de violencia doméstica. Una situación que probablemente se agrave durante la cuarentena.
Está muy bien lo que se está haciendo. Pero como toda decisión médica, nunca es perfecta y neutra. Esta decisión tiene muchos desafíos. Hay dos cosas que serían muy complicadas. Una es que esto falle porque no lo hagamos bien, eso sería terrible porque se va a hacer un esfuerzo monumental y si no sale bien va a parecer que no sirve y va a ser imposible instrumentar, si hiciera falta, alguna otra medida similar. Es fundamental que se haga bien. El otro es no estar preparado para el día que termine. Es como una dieta. Si el día que termina comés a lo loco, en breve volvés a la situación anterior.
-¿Qué medidas concretas habría que tomar luego del 31?
-Creo que hay que descentralizar el testeo para poder identificar rápidamente pequeños brotes. Tiene que haber un plan logístico de cada ministerio de cada provincia argentina para ver qué van a hacer. Coordinados a nivel central. En África ocurre que por falta de coordinación no se pueden terminar con ciertas enfermedades. Un país hace una campaña de vacunación, elimina un problema y le viene una migración del país vecino donde nadie estaba vacunado y a los tres meses estaba como empezó. Es el clásico problema del África Central. La Argentina debe apostar a la coordinación. No puede suceder que el 7 de abril el gobernador de una provincia detecte un brote y tenga que mandar una muestra a Buenos Aires. Ahí se pierden días fundamentales. Y a partir de allí se reúnen expertos. Cuando te querés acordar, hay siete provincias con rebrote. Es ahora. Este tiempo es fundamental.
-¿Hay cómo descentralizar los estudios?
-Para los biólogos es muy fácil hacer el test, están preparados, pero tiene que haber normativas. Los biólogos investigan no de atención de pacientes, por eso hay que unificar el sistema. Hay un montón de laboratorios capacitados para hacer eso. Hay laboratorios del sector público, por ejemplo de universidades, que están en condiciones de hacer los estudios de manera accesible y rápida. Hoy viene un paciente con los síntomas y el resultado del estudio tarda mucho, entonces no sabés qué hacer: o lo tenés aislado sin necesidad, o no lo tenés aislado y esparce el virus.
-¿Qué más se puede hacer?
-Hay tres tipos de países en el mundo. Los nórdicos, Estados Unidos, en los que te morís si te tenés que morir porque hay de todo: recursos y habilidad profesional de los médicos para evitar las muertes. Están los países africanos, donde mueren chicos en cantidades, y Afganistán –donde mueren 11 chicos de cada 100 por cualquier y por la situación de guerra- donde falta todo y te mata cualquier cosa. Hay que dar desde agua hasta vacunas vacunas primordiales donde las falencias son estructurales. Y están los países intermedios como el nuestro que comparten ambas realidades sin tener ninguna. En la Argentina hay que armar una estructura virtual sostenida por la gente que está mejor formada para ayudar a los que tienen una situación peor. El dengue y el hantavirus son enfermedades graves y en terapia intensiva se tratan de maneras diferentes. Pero clínicamente, cuando el médico las ve, no son fácilmente distinguibles. Sin información del contexto es muy difícil distinguir una de otra. En esos detalles se juega la vida de los pacientes graves. Se necesita un pequeño grupo armado con los mejores intensivistas de la Argentina que ayuden dos horas por día por teleconferencia a los que manejan pacientes graves en lugares de menos recursos o con menos formación. Habría que armar una Torre de Control con los mejores para dar una mano a los que no tienen todos los recursos.
-¿Se empezó a tiempo con el aislamiento extremo?
-Todas estas medidas que Argentina que pone en marcha, no solo las pone en marcha, sino que hay otros países que las están recorriendo y nos van a informar cuáles sirven y cuánto sirven. Ahora hay pequeños rebrotes en algunos países de Asia, vamos a ver cómo ellos sofocan esto para saber que el día que termina la cuarentena no tenemos que ir a la cancha y olvidarnos de todo.
-Si tuviera que dar un consejo final, ¿cuál sería?
-Debemos cuidar a los médicos, a las enfermeras, y a todos los que están en la primera línea contra la enfermedad. Hay empresas de salud que les dieron a sus empleados barbijos que no detienen al virus porque son muy porosos. Nos vamos a medir como país según cómo hayamos cuidado a los médicos y a las enfermeras. Los que están en contacto todo el día con pacientes tienen que tener todos los implementos para hacer su tarea sin enfermarse. No deben enfermarse, tienen que estar sanos para atender a los pacientes. Esa es una responsabilidad de los Estados y de las empresas, los ciudadanos debemos vigilar que se cumpla con eso. Todos debemos saber que un médico contagiado es contagioso. (Fuente Infobae – Por Omar Lavieri)